Otoño corrió.
Las ramas arañaban su piel, azotando su rostro mientras se abría paso a través del denso bosque. El lugar era desconocido.
Los pies descalzos de Otoño golpeaban contra la tierra húmeda, rompiendo ramitas bajo ella mientras corría a toda velocidad a través de la oscuridad sofocante del bosque.
Su respiración salía en jadeos entrecortados, su pulso era un tambor ensordecedor en sus oídos.
Corre.
Más rápido.
Se atrevió a mirar por encima del hombro... sombras se retorcían entre los árboles, algo la estaba cazando, algo con dientes y hambre y sin nombre... sin identidad.
Pero entonces...
—¡Agh!
Una agonía aguda y punzante atravesó su pie. Tropezó, conteniendo un grito mientras se agarraba la planta herida. La sangre brotaba entre sus dedos.
—¿Con qué me he clavado?