Mis pasos vacilaron mientras intentaba salir de la capilla. La coordinadora de la boda acababa de informar a todos que la ceremonia comenzaría en quince minutos, y yo necesitaba aire —necesitaba escapar antes de presenciar completamente cómo se desarrollaba mi pesadilla.
Pero allí estaba él en la entrada. Alistair. Con el esmoquin negro que yo había diseñado para él hace seis meses, meticulosamente ajustado a sus anchos hombros y esbelta figura. Mis dedos habían trazado cada medida, seleccionado cada tela con amoroso cuidado. Verlo usándolo para otra mujer me dolía más que cualquier cuchillo.
—Hazel —su voz era suave, casi apologética.
Me armé de valor y me dispuse a pasar junto a él. Su sola presencia era asfixiante.
—Déjame pasar —dije, con una voz sorprendentemente firme.
No se movió. —La ceremonia está por comenzar.
—Estoy consciente.
—Tu padre quiere hablar contigo.