Dos días.
Había pasado dos días angustiosos mirando fijamente el reloj de Sebastian Sinclair. El Patek Philippe descansaba sobre mi mesa de café como una bomba de tiempo, valía más que todo mi apartamento. Cada vez que pasaba junto a él, la ansiedad me revolvía el estómago.
¿Por qué no había llamado para reclamarlo?
Tal vez tenía tantos relojes de lujo que no había notado que le faltaba este. O peor aún, quizás lo había dejado deliberadamente y no quería volver a contactarme.
Lo tomé por centésima vez, sintiendo su peso. El metal liso se sentía frío contra mi palma, un recordatorio tangible del desequilibrio entre nosotros. Sebastian Sinclair, con sus miles de millones y poder, frente a mí—Hazel Shaw, ahogada en deudas que nunca podría pagar.
Mi teléfono vibró con una notificación del calendario. El cumpleaños de la Sra. Sinclair era la próxima semana.