—¿Mejor amiga? —ofrecí con una sonrisa burlona, sabiendo perfectamente que no era eso lo que Sebastián quería decir.
Sus ojos se oscurecieron ligeramente mientras se acercaba.
—Inténtalo de nuevo.
Mi corazón martilleaba contra mis costillas. De repente, el pasillo parecía demasiado pequeño, demasiado íntimo. La presencia de Sebastián abrumaba mis sentidos: su colonia, su calor, la intensidad de su mirada.
—¿Amiga especial? —intenté de nuevo, con una voz apenas audible.
Sebastián negó con la cabeza, acercándose aún más.
—Ni siquiera cerca.
Nos quedamos allí, con la tensión entre nosotros crepitando como electricidad. Podía sentir mi determinación debilitándose con cada segundo que pasaba.
—¿Qué me estás preguntando, Sebastián? —finalmente logré decir.
Él extendió la mano, sus dedos apartando un mechón de pelo de mi cara con una delicadeza devastadora.
—Creo que sabes exactamente lo que estoy preguntando.
Lo sabía. Y me aterrorizaba.