Pronto, las aparentemente mágicas habilidades de juego del Tío Lan impresionaron profundamente a Mu Can. Los dados dentro del cubilete parecían estar firmemente bajo el control del Tío Lan, casi como si pudiera lanzar cualquier número que deseara.
Mu Can lo intentó, pero su Sentido Divino era totalmente incapaz de penetrar el cubilete para controlar los dados en su interior. Tres juegos, tres derrotas, sin el más mínimo indicio de suspenso.
—Otra vez, otra vez —dijo el Tío Lan con una mirada de deseo insatisfecho después de tres rondas. Ganar era demasiado fácil; no había ningún desafío en absoluto. Pero era raro apostar contra alguien, así que no había manera de que el Tío Lan se detuviera ahora, dada la oportunidad.
—No más, no más. No hay diversión en perder siempre —Mu Can agitó sus manos, sintiéndose como un simple niño sin ninguna capacidad de resistencia frente al Tío Lan.