(Academia Militar de Rodova – El Día Antes del Avance)
Después de alcanzar el umbral para su avance, Leo finalmente se tomó un día completo libre —tal como el Mayor Hen le había aconsejado.
Era la primera vez en meses que se permitía detenerse, y solo en la quietud del descanso se dio cuenta de cuánto había estado gritando su cuerpo bajo la superficie.
Los dolores no eran agudos, sino profundos y sistémicos —asentados en sus huesos como una segunda piel. Cada articulación palpitaba sordamente, sus músculos se sentían como cables tensados deshilachándose en los bordes, e incluso su respiración llevaba una pesadez persistente que se había acostumbrado demasiado a ignorar.
Ese día, Leo durmió.
No las siestas superficiales con las que había estado sobreviviendo entre sesiones de entrenamiento, sino un descanso verdadero e ininterrumpido.