Damien sabía que la situación en la que se encontraba actualmente estaba lejos de ser ideal, ya que cada segundo que pasaba solo servía para reforzar la dura realidad de que no tenía control sobre el ritmo de esta batalla, ni un camino claro hacia la victoria.
Él era, por naturaleza y entrenamiento, un luchador híper-defensivo—construido como un muro y armado con un estilo que dependía de soportar el castigo hasta que se presentara el momento perfecto para desatar un contraataque.
Sin embargo, Leo luchaba de una manera que desmantelaba completamente la base de ese estilo, ya que se movía con una velocidad implacable, precisión quirúrgica y un ritmo imposible de rastrear, que simplemente no había oportunidad de asestar ni un solo golpe de represalia.
Damien sabía que no necesitaba mucho—solo necesitaba uno, solo un golpe limpio para cambiar el impulso a su favor, ya que su clase estaba diseñada alrededor de ese momento singular de impacto.
Pero Leo no le daba nada.