Infierno

(Arena del Dios del Cielo, Combate Final 8)

En la batalla final, Leo se encontró en la misma posición en la que Ramos había estado no hace mucho, donde estaba acorralado, agotado y cazado por su oponente.

Excepto que esta vez, él no era quien presionaba con intención letal, sino el que estaba siendo perseguido.

«Se comporta como un niño ingenuo, pero sus instintos de batalla son auténticos... Su velocidad y reflejos no son broma. Apenas puedo mantener el ritmo con este cuerpo cansado mío» —reconoció Leo, mientras apenas esquivaba un tajo que pasó sobre su cabeza.

«Cuanto más se prolongue esta pelea, peores serán mis probabilidades de victoria», admitió internamente, su pecho subiendo de manera desigual mientras ajustaba el agarre de sus dagas, con el peso del agotamiento tirando de sus extremidades.