He Qianhui nunca había experimentado una situación tan emocionante. Intentó recoger una prenda del suelo para cubrirse, pero Zhang Hao llegó primero, recogiendo la ropa y sosteniéndola en su mano, sin dársela.
El repartidor seguía esperando afuera, y los golpes en la puerta no habían cesado.
—Cuñada, date prisa, si tardas demasiado, comenzarán a cobrar extra —insistió.
He Qianhui le lanzó una mirada de reproche a Zhang Hao—. Pequeño bribón, simplemente no hay forma de lidiar contigo.
De pie desnuda frente a la puerta, He Qianhui primero miró por la mirilla para comprobar si el repartidor era la única persona afuera.
De repente, tuvo una idea: podría pedirle al chico que dejara la comida en la puerta, esperar a que se fuera, y luego abrir la puerta para recogerla.
De esa manera, nadie la vería.
—Deja la comida en la puerta, por favor. No puedo ir a la puerta en este momento —dijo.