Después de escuchar esas palabras, los ojos de He Qianhui se llenaron de lágrimas, su mirada adorablemente lastimera.
Decir que evocaba compasión no sería una exageración.
—¿Por qué lloras? Mientras estés conmigo, no tienes nada que temer.
Antes de que sus palabras se desvanecieran, Zhang Hao no pudo resistir el impulso de provocar a la hermosa y delicada mujer frente a él.
Mientras sus cuerpos se entrelazaban, los últimos restos de tela entre ellos gradualmente dejaron de existir.
Quizás fue la presión en sus corazones, pero ambos estuvieron excepcionalmente atentos mientras hacían el amor.
Al final, la sensación fue extraordinariamente satisfactoria.
Incluso después de que la pasión había disminuido, He Qianhui no podía olvidar la sensación.
Hasta que el sueño los venció, y se quedaron dormidos en los brazos del otro.
Varios días habían pasado en un abrir y cerrar de ojos, y aparte de esa única llamada telefónica, Liu Gang no había hecho ningún movimiento inapropiado.