1.1

capitulo 01: muerto viviente poseí a un suicida.

Abrí los ojos de golpe, pero no podía moverme con facilidad. Un dolor punzante y frío me atravesaba el cuello, tan intenso que hasta hablar se volvió un esfuerzo titánico y desesperante.

Me llevé las manos al cuello, temblando, mientras un sudor frío me caía por la frente. La herida se cerraba lentamente, con un calor ardiente que parecía quemarme desde dentro. Cada latido de mi corazón retumbaba en mis sienes, y me costaba incluso tragar saliva.

Todo mi cuerpo dolía y Mas dolor sentía en mis codos y en la cintura, marcas que ardían como si se encendieran bajo mi piel.

Miré alrededor. La habitación estaba hecha un desastre: botellas de licor tiradas por el suelo, charcos secos de vino, ropa lujosa desordenada, trozos de pergamino rotos… y en un rincón, clavada en el suelo, una daga manchada de sangre demasiada sangre.

Bajé la vista y vi manchas secas sobre las sábanas. Sangre. Sangre que, sabía, había sido mía… o más bien, de mi cuerpo en el que estaba.

Busqué algo con qué sostenerme y mis dedos rozaron un pedazo roto de espejo. Lo levanté, temblando, y me miré.

Ese rostro no era el mío. No era... espera ¡¿cómo era mi nombre?!

Era un rostro joven. De rasgos elegantes, pálidos, con el cabello corto de tono negro. Los ojos eran azules oscuros de pupilas rojas, brillantes, y reflejaban una mezcla de confusión y ansiedad terroríficas. Y la ropa… no era mía, demasiado lujoso para un coreano promedio como yo.

Intenté hablar, pero apenas salió un susurro rasposo. El dolor en el cuello me impedía pronunciar bien las palabras.

Entonces vi, sobre un escritorio, un libro abierto. Me acerqué tambaleante y leí el título: “la biografía sobre Finanzas y Escritura. nombre "chen jianhong”

—¿Qué… es esto…? —logré decir con voz entrecortada.

Antes de poder pensar nada más, escuché dos golpes suaves en la puerta.

—Mi señor, ¿se encuentra usted bien? —preguntó una voz masculina.

Tragué saliva y forcé mis cuerdas vocales.

—¿Quién es? —pregunté, mi garganta dolía a la vez mi cuerpo sudaba inconscientemente.

Hubo un breve silencio. Otra voz respondió:

—Soy yo, Liu Fenglong, su mayordomo. Y este es Zhao Wenhao, su asistente personal.

En cuanto escuché esos nombres, algo se encendió en mi cabeza. Como si me hubieran conectado a un proyector, imágenes, nombres y recuerdos me invadieron de golpe. Chen Jianhong… Conde… de la Nobleza… El mismo personaje de la novela “El ascenso del Héroe Trágico.”

Y entonces lo recordé todo un El tren cierto hubo un temblor y El libro azul cayendo al suelo.

Mi respiración se volvió rápida.

— espera eso significa que ¿Estoy muerto…? —pensé—. o ¿Tuve un accidente?

El ardor en mi cuello me devolvió a la realidad. Dolía tanto que me daban ganas de gritar. Pero algo dentro de mí se aferraba a mantenerme en tranquilo.

Porque, aunque me doliera hasta el alma, yo todavía seguía calmado.

Y tenía que descubrir qué demonios estaba pasando.

—¿Señor? —La voz tras la puerta sonaba más ansiosa esta vez—. Han pasado dos días desde que usted se encerró. ¿Está… bien?

Me quedé en silencio, mirando alrededor. El cuarto parecía una escena de crimen: botellas rotas, sangre seca en las sábanas, pergaminos arrugados y la daga aún clavada en el suelo. Hasta mi ropa estaba manchada, arrugada, como si hubiera estado peleando con un ejército.

Dos días. ¿Este cuerpo estuvo aquí tirado durante dos días?

—Mi señor… ¿podemos entrar? —insistió uno de ellos.

Inspiré hondo. No podía dejar que vieran esto. Ni la sangre. Ni mi expresión o las apariencias que tengo. Y mucho menos que confirmaran que, quien sea que estuviera en este cuerpo… ahora no era Chen Jianhong.

—¡No! —dije, con más firmeza de la que me sentía capaz—. No entren… Todavía… no es que me dio resaca, si era ¡ESO!

Hubo un silencio tenso. Después, Liu Fenglong habló otra vez, con cautela:

—Entendemos, mi señor. Pero… sus abuelos han venido a visitarlo desde muy lejos. Están esperando noticias suyas.

Tragué saliva.

—¿Abuelos? —repetí, sintiendo que mi cerebro se sobrecargaba aún más.

Un ligero eco de memorias me golpeó. Rostros ancianos, solemnes, con ropas de seda… elegante y formales… Eran los abuelos de Chen Jianhong. Importantes, influyentes veteranos de la gran sociedad… y seguramente con ojos demasiado astutos como para engañarlos fácilmente.

Me pasé la mano por el rostro, sintiendo el sudor frío que no cesaba.

—Decidles… que no me encuentro bien —dije, con voz ronca—. Que… que los veré más tarde.

—Como ordene, mi señor. —Liu Fenglong sonaba preocupado, pero no insistió.

Escuché pasos que se alejaban por el pasillo. Me quedé quieto un momento, intentando calmar mi respiración.

Volví a mirar la daga manchada de sangre. El reflejo metálico parecía burlarse de mí.

—chen jianhong… ¿en qué lío te has metido esta vez? —murmuré, apenas audible.

La habitación seguía oliendo a alcohol y sangre seca pero no se notaba tanto. Y, aunque la herida en mi cuello estaba cerrada, sentía el ardor de las rojas en mi piel, recordándome que nada de esto era un simple sueño que termina con despertarse. o más bien una maldita pesadilla.

Tenía que limpiar esto. Tenía que saber más sobre que paso con Chen Jianhong. Y, sobre todo, tenía que decidir si quería seguir viviendo como este infame…

Tomé aire con dificultad. La garganta aún me ardía como si el fuego interno se arrastrara desde dentro, pero ya podía hablar con algo más de claridad. El cuerpo parecía estabilizarse, al menos por fuera.

Me obligué a ponerme de pie, tambaleante, y me acerqué a la ventana. La luz del mediodía bañaba el extenso jardín con sus senderos de piedra, donde bonsáis y pinos retorcidos crecían junto a árboles exóticos traídos de tierras lejanas. Dos pabellones tradicionales se alzaban en el fondo, rodeados por una niebla ligera que parecía susurrar secretos ancestrales.

La mansión era enorme, una mezcla armoniosa de arquitectura victoriana y toques moderno, reflejo del dominio y las grandes riquezas de la familia Chen.

No había duda: estaba atrapado en una vida que no era mía.

En la novela, Chen Jianhong era apenas un obstáculo menor. Una piedra molesta en el camino del protagonista. Pero lo suficiente escandaloso como para quedar en la memoria de los lectores por su brutalidad, su arrogancia… y su caída. Ni siquiera tuvo un final digno ni siquiera siendo un conde ya que se había suicidado en la historia, pero ¿por qué lo hizo cinco años antes?

Y ahora, yo estaba aquí. En su cuerpo. Con su pasado y actualmente con su apellido.

Volví al escritorio y vi que debajo de los varios libros, pergaminos antiguos, algunos escritos con caligrafía tradicional, otros manchados de tinta y sellos rojos adema de estar manchado de mi propia sangre. solo estaba abierto uno de ellos, como si el antiguo dueño lo hubiera estado escribiendo antes de… bueno cortarse el cuello y suicidarse. enserio esto me da un escalofrió.

Con manos tocando el libro, leí en voz baja:

"He sido obligado desde el nacimiento. Todos me miran con desprecio, y lo único que sé devolver es rabia. Bebí para olvidar. Golpeé para sentirme fuerte. Y ahora, ni el licor ni el miedo me hacen sentir vivo. Tal vez morir es la única forma de callar el eco de sus voces de mis deudas."

Tragué saliva. Lo escrito era torpe, desordenado… pero terriblemente honesto. Por primera vez, sentí algo diferente. No lástima. No compasión. Solo… no lo sé...

—Chen Jianhong… —dije en voz baja—. No eras solo un monstruo de corazón frio. solo eras un hombre desesperado y muy depresivo.

Antes de que pudiera seguir leyendo, los golpes suaves en la puerta volvieron a sonar. Esta vez más insistentes.

—Mi señor —dijo Liu Fenglong, desde el otro lado—. los ancianos esperan una respuesta. Dicen que no tolerarán más ausencias ni actos irresponsables.

Me pasé la mano por la cara. No podía encerrarme para siempre.

Tenía dos opciones: quedarme aquí en esta habitación y que pensaran que seguía siendo la misma basura de siempre… o salir y enfrentar este nuevo mundo que había transmigrado y enfrentar los problemas.

Inspiré hondo.

—Preparen el baño y ropa limpia. en un momento bajaré —dije con voz firme.

Un breve silencio. Luego, la voz obediente:

—Como ordene, mi señor.

Me miré una vez más en el trozo de espejo. El rostro de Chen Jianhong me devolvió la mirada, pero los ojos… eran míos.

—No soy él —murmuré—. No del todo, pero.

esta vez… sobreviviré y viviré una vida pacifica muy lejos de un personaje o protagonista principal.

El sudor me corría por la frente mientras metía los últimos pergaminos bajo la mesa. No tuve tiempo de ordenar más: la voz de Liu Fenglong, serena y suave, llegó desde el pasillo.

—Mi señor, el baño ya está listo. El agua aún humea, así que convendría no demorarse.

La puerta se abrió sin esperar permiso, como si él tuviera ese derecho desde siempre. Su figura alta y delgada se recortó en la entrada: un hombre de poco más de cincuenta años o talvez más, de barba bien arreglada, ojos oscuros y manos cruzadas sobre el vientre. Vestía con la elegancia de un noble, aunque su rol fuera superior al de un sirviente. Pero lo que más llamaba la atención era su expresión calmada, esa sonrisa amable que parecía tallada con cincel.

Una máscara que, si no conociera la historia, me habría parecido bastante real.

—Mi señor… —dijo, haciendo una leve reverencia—. El joven maestro no suele tardar tanto en salir de su habitación. ¿Se encuentra bien?

Me giré, bloqueando el ángulo de visión hacia el escritorio con mi cuerpo. Aún sentía el pulso acelerado. El aroma a incienso se mezclaba con el agrio olor de licor y metal oxidado. Esperaba que bastara para ocultar la sangre, aunque mi sentido del olfato eran agudo será por la resaca.

—Estoy bien —respondí con la voz más neutral que pude fingir—. Solo me tomé un tiempo para… reflexionar. con rostro inexpresivo hablo chen jianhong

Liu Fenglong alzó una ceja, aunque mantuvo la sonrisa. Caminó unos pasos dentro sin que yo le diera permiso.

—Reflexionar, dice… —murmuró—. Una palabra nueva en el vocabulario del joven maestro.

“Bastardo hipócrita”, pensé.

En la novela, Liu Fenglong era uno de los peones más astutos del abuelo de Chen Jianhong. Fingía lealtad, fingía preocupación. Pero cada paso suyo estaba calculado. Espiaba para el patriarca, para las otras ramas de la familia… y probablemente para quien le ofreciera la mejor moneda. Sonreía con los labios, pero nunca con los ojos adema que traccionara a la familia chen en dos años.

—He estado… reconsiderando ciertas actitudes —dije, sin perderle la mirada—. Y pensando en limpiar mis errores.

Él se detuvo. Me observó un largo segundo, ladeando un poco la cabeza.

—¿Limpiar… sus errores? es lo mejor que ha dicho en 22 años joven conde.

—Eso dije. así que chen jianhong tiene 22 años entonces falta 3 años para el comienzo de la trama original. pensé mientras miraba a liu fenglong.

Su sonrisa se amplió. Me hablaba como si yo aún fuera el mismo joven borracho que se arrastraba entre mujeres y apuestas.

—Me alegra oírlo, mi señor. Su abuelo se sentiría satisfecho al escuchar tales palabras. Aunque dudo que alguien más se las crea tan fácilmente…

—Pues entonces tendré que demostrarlo —corté.

Liu Fenglong alzó ligeramente las manos, como disculpándose con elegancia.

—No quise ofenderlo, claro está. Solo soy un viejo sirviente que ha visto al joven maestro cometer algunas… excentricidades.

“Y tú un espía que sigue respirando gracias a que aún no me conviene despedirte”, pensé.

—En breve me uniré al baño. Puedes retirarte.

—Como usted diga —respondió, con una última reverencia—. Pero si necesita asistencia… o alguien de confianza con quien hablar, estaré cerca. Siempre he velado por su bienestar, joven maestro.

Salió con paso lento, sin mostrar prisa, pero sus ojos recorrieron la habitación como un sabueso encubierto. Cuando la puerta se cerró, respiré hondo.

—Qué bien actúas, viejo zorro… —murmuré.

Me apoyé en el borde del escritorio. Chen Jianhong había sido arrogante, sí, pero también descuidado. Ese tipo de hombres como Liu Fenglong solo necesitan un error, un instante de debilidad… y te entierran vivo, aunque no espera mucho de chen jianhong.

Yo no iba a caer en eso.

Cuando Liu Fenglong cerró la puerta, me quedé un momento quieto, sintiendo el pulso retumbar en mis sienes. Todo estaba demasiado cerca de descubrirse.

Suspiré y me obligué a moverme. Tenía que seguir con el papel.

Abrí la puerta del baño y un vapor denso y fragante me golpeó el rostro. Las bañeras de mármol blanca estaban llenas de agua humeante, salpicada con flores flotantes y finas hierbas medicinales. El incienso ardía en las esquinas, liberando un aroma a sándalo y jazmín que casi lograba tapar el hedor a licor que llevaba impregnado en la ropa.

Me acerqué al borde y me miré en la superficie del agua. Mi reflejo temblaba entre las volutas de vapor. Era el rostro de Chen Jianhong... Tenía rasgos elegantes de belleza: pómulos altos, mandíbula firme, labios finos. Pero, sobre todo, esos ojos oscuros, profundos, llenos de una melancolía que yo nunca había visto reflejada en el espejo todo un modelo coreano. 

Deslicé los dedos por mi cuello. La herida ya estaba completamente cerrada ni siquiera se nota, pero un dolor sordo seguía bajo la piel, pero ahora era más tranquilo el dolor. Bajé la mirada y noté finas grietas rojas que trepaban desde mis codos y se perdían hacia el pecho, como diminutas venas encendidas. Era como si algo ardiente y vivo se desplazara bajo mi carne.

—Qué demonios le paso a este cuerpo… —murmuro el joven sompredido.

Recordé algo más de la novela. Chen Jianhong había nacido con una constitución ósea anómala, algo que los profeta lo llamaban «Hueso Carmesí». Una rareza capaz de almacenar energía espiritual o más bien una enfermedad crónica así que la infancia de chen jianhong se trataba de sobrevivir a la muerte prematuro… ya que también era un imán para la locura, el dolor físico y los ataques de quienes deseaban robarle ese poder, pero esta línea en patrones de grieta no estaba en el original acaso será porque poseí su cuerpo.

 El líquido caliente me envolvió y pude ver mejor el cuerpo que ahora me pertenecía. No era excesivamente musculoso, pero sí firme y atlético. Tenía una cintura estrecha, abdomen marcado, hombros rectos. Un físico "envidiable para una persona moderna", propio de alguien que entrenaba, aunque se hubiera hundido en la bebida. Y el cabello…negro que flotaba a mi alrededor como una sombra líquida.

—Esto me va a dar problemas… —murmuré, levantando un mechón mojado—. debo admitir que su cabello es muy lacio y suave ahora sé porque las chicas caían redonditas por chen jianhong pese su mal genio.

Hundí la cabeza bajo el agua, deseando que se llevara el temblor de mis pensamientos. Pero solo provocó que nuevos recuerdos brotaran:

La figura de Chen Jianhong, ebrio y gritando que nadie lo respetaba.

Emergí, jadeante. No podía seguir comportándome como Chen Jianhong. Si lo hacía, acabaría muerto otra vez… o peor será que chen jianhong no puede morir?

Salí del agua y me sequé rápido con una toalla gruesa. Abrí un arcón y saqué ropa nueva: una sencilla de color oscuro, combinada con pantalones de tela firme, sin bordados extravagantes. Más práctica. Perfecta para alguien que debía pasar desapercibido… o empezar de cero. ja de que demonio estoy hablando si este personaje hizo mucha cosa mala.

Mientras me vestía, algo retumbaba en mi mente.

Miré la puerta, decidido. Era hora de averiguar por qué demonios chen jianhong hizo eso, de que planea ese viejo zorro de Liu Fenglong… y mi primer encuentro con los abuelos de la familia Chen.

Terminé de vestirme y me até el cinturón de tela. El peso de la ropa nueva sobre mis hombros me recordaba que, aunque me sintiera ajeno a este lugar, ahora era Chen Jianhong. Y este maldito mundo era mi realidad.

Deslicé la puerta corrediza de madera y salí al pasillo. Y entonces me detuve en seco.

La visión que se extendía ante mis ojos parecía sacada de dos mundos completamente distintos.

Las galerías de la mansión estaban construidas en madera roja, con paneles calados, farolillos de papel y grabados de dragones y grullas. Pero más allá de los jardines, pude ver estructuras altas, de piedra gris, con ventanales alargados y arcos góticos, decorados con vidrieras de colores. Incluso había faroles de hierro negro y caminos de adoquines húmedos, muy parecidos a los que había visto en viejas películas sobre la era victoriana.

“¿Qué carajos…?”

Era como si la Dinastía china y el mismo Londres hubieran colisionado y se hubieran fusionado en un solo paisaje. Los sauces llorones se mecían sobre estanques con lotos, pero justo detrás se erguían torres de ladrillo oscuro y altos ventanales, dejando filtrar la luz matinal en haces de colores. El perfume de jazmín flotaba en el aire, mezclado con el olor de carbón quemado.

Nunca lo había notado tanto mientras leía la novela.

“Claro… tiene sentido. En la historia decía que hace varios años apareció uno los primeros emperadores de este reino vinieron de otro mundo. Trajo nuevas ideas, arquitecturas, máquinas, teorías políticas… y terminó revolucionándolo todos los continentes.”

Me apoyé en una columna, observando fascinado cada detalle. Este mundo de fantasía no tenía países como Corea, China o Inglaterra. Solo existían reinos, clanes y ciudades-pueblos. Y lo más inquietante: los dioses existían. No como metáforas ni cuentos de viejas. Había espíritus, monstruos, demonios, magia… y gente capaz de romper montañas con un solo golpe.

“No sé qué es peor… si vivir en una novela cliché o en un mundo donde un dios puede bajarse del cielo.”

Mientras seguía avanzando, noté cómo los sirvientes se apartaban a mi paso, con la cabeza gacha y el miedo latente en sus rostros. Una mezcla de respeto, terror y desconfianza seguía siendo Chen Jianhong para ellos.

Una brisa fría me agitó el cabello, tan largo que me caía hasta la cintura. No pude evitar chasquear la lengua.

—en serio necesito una colita o una banda para el cabello… esto resulta molesto.

Pasé cerca de un pequeño jardín donde un grupo de criados estaban barriendo hojas. A lo lejos, se alzaban las enormes puertas rojas de entrada, flanqueadas por estatuas góticas de gárgolas y leones de piedra. Era un espectáculo tan extraño que me costó procesarlo.

“Este mundo es una locura, ni siquiera enforca una cultural solo lo mezclan con descaro”

Inspiré hondo. Tenía que acostumbrarme rápido si no quería terminar muerto ante que la historia comenzara. Y aún quedaba enfrentarme a algo peor que demonios o monstruos: los ancianos de la familia Chen.

Seguí caminando por los pasillos, todavía fascinado por las torres victorianas asomando tras los jardines orientales. Pero el aire se volvió más denso a cada paso. El ambiente en la mansión entera parecía contener la respiración.

“Los ancianos me están esperando…”

Al llegar al patio principal, vi a Liu Fenglong, inclinado junto a un grupo de sirvientes. Levantó la vista apenas me vio y me dedicó su sonrisa hipócrita.

—El maestro Chen Jinyuan y Madame Qin Shuying lo aguardan en el salón oeste, joven maestro.

Asentí. Noté las miradas nerviosas de los sirvientes mientras me apartaban el paso. Caminé entre biombos pintados con escenas de montañas y dragones, hasta un salón amplio con columnas talladas en madera oscura. En el centro, una mesa baja de ébano estaba dispuesta con tazas de porcelana, té humeante… y dos figuras que imponían solo con su silencio.

Chen Jinyuan, el abuelo, estaba sentado erguido, con las manos sobre un bastón de madera negra. Tenía el rostro cruzado por arrugas profundas, cejas pobladas y unos ojos pequeños y acerados. Su túnica azul oscuro parecía absorber la luz, y la voz, cuando habló, resonó firme como un gong:

—¡Entras sin anunciarte, Jianhong!

Tragué saliva. Lo miré fijamente, intentando no parecer débil.

A su lado estaba Madame Qin Shuying, la abuela. Era una mujer delgada, pero con una presencia capaz de doblegar a cualquier salón. Su cabello blanco estaba peinado en un moño alto sujeto por peinetas de jade, y sus ojos, afilados como cuchillas, me escrutaron de arriba abajo.

—Al menos se ha bañado —dijo ella, sin piedad—. Qué milagro que no apestes a licor esta vez.

Yo abrí la boca para responder, pero me detuve. Tenía que medir cada palabra.

Chen Jinyuan golpeó el bastón contra el suelo.

—¡Levanta la cabeza, muchacho! No seas un gusano. Eres Chen Jianhong, cabeza de la familia Chen. Tu apellido vale más que tus errores.

Madame Qin suspiró, exasperada.

—Pero tus errores podrían matarnos a todos, Jianhong. Ya basta de escándalos. Basta de peleas en las calles. Basta de emborracharte y meterte entre las piernas de mujeres. —Sus ojos destellaron, aunque su voz bajó apenas—. No queremos enterrarte antes de tiempo, ¿lo entiendes?

Por un instante, vi algo parecido a preocupación real en sus rostros. Aunque estuvieran usando palabras duras, los dos lo hacían porque, a su manera, querían protegerlo.

Respiré hondo y forcé una leve sonrisa.

—No volverá a pasar.

Ambos abuelos me miraron, sorprendidos. Como si no supieran qué hacer ante una respuesta tan tranquila. Madame Qin entrecerró los ojos.

—¿Y qué ha pasado con tu lengua afilada? Ni siquiera has discutido…

Chen Jinyuan se inclinó un poco hacia adelante.

—¿Te golpearon en la cabeza más de la cuenta?

“Bueno… técnicamente sí. Pero morí primero.”

—Solo… he estado reflexionando —dije.

Madame Qin soltó una risita seca.

—Cuidado, Jinyuan. Si este bribón empieza a hablar de reflexionar, será que planea algo peor.

Aunque la conversación parecía una batalla, había una calidez invisible bajo las palabras. Incluso sus regaños estaban teñidos de preocupación. Sabía que en la novela, los ancianos querían genuinamente a Chen Jianhong, aunque no supieran expresarlo de otra manera.

“Bien… Esto es mi nueva vida. Si voy a sobrevivir, necesito el favor de estos dos.”

Clavé la mirada en ellos, decidido.

—Haré lo necesario para que la familia Chen no vuelva a ser avergonzada. Lo prometo.

Silencio. Chen Jinyuan y Madame Qin se miraron, casi con desconfianza. Luego, el anciano asintió apenas.

—Veremos si tus actos valen más que tus palabras.

Madame Qin suspiró.

—Ve a comer algo. Pareces un fantasma.

Y así terminó mi primera audiencia con los ancianos de la familia Chen. Pero algo me decía que esa no sería la última prueba…

Cuando salí del salón, mis pasos resonaban sobre el piso de madera. Todavía podía sentir los ojos de mis abuelos perforándome la espalda, como si pudieran leer cada pensamiento que se me pasaba por la cabeza.

“Tengo que mantener la calma. Todavía no sé en quién confiar. Pero por lo menos… hoy salí vivo de esa sala.”

Respiré hondo y me obligué a enderezar los hombros. Mientras me alejaba, el eco de la voz de Madame Qin aún zumbaba en mis oídos: “No queremos enterrarte antes de tiempo.”

En el salón, Chen Jinyuan permaneció quieto, con los dedos tamborileando sobre el mango de su bastón. La puerta por la que su nieto se había marchado seguía cerrada, y el aire estaba espeso de pensamientos no dichos.

Liu Fenglong se mantuvo a un lado, inmóvil, con las manos cruzadas y una sonrisa serena. Había servido el té con precisión hace unos minutos y no dijo palabra, pero sus ojos astutos no perdían detalle.

—Ese niño… algo en su mirada ha cambiado —dijo el anciano, como para sí.

Madame Qin Shuying tomó su taza con elegancia, pero sus ojos seguían fijos en la madera tallada del suelo.

—Hoy se contuvo. Respondió sin insultar, sin levantar la voz. Incluso parecía… lúcido. ¿Lo viste?

Chen Jinyuan asintió, pensativo.

—No es propio de él. Ni una queja, ni una excusa. Parece otro.

—¿Y si lo es? —preguntó ella, sin mirarlo.

Un silencio incómodo flotó por un segundo, roto por el leve sonido de Liu Fenglong acomodando la bandeja del té. El anciano alzó la vista hacia él.

—Liu.

—Sí, maestro —dijo el mayordomo, inclinando la cabeza con respeto impecable.

—¿Qué sabes?

Liu Fenglong sonrió apenas, los ojos brillando con falsa humildad.

—He notado cambios en su humor… menos rabia, más claridad. No ha maldecido ni golpeado a nadie desde que despertó. Incluso ordenó que se limpiara su habitación y pidió ropa decente por voluntad propia.

Madame Qin entornó los ojos.

—¿Y eso no te parece sospechoso?

—Al contrario, señora —dijo Liu, con una leve inclinación—. Me parece... interesante.

El mayordomo no dijo más, pero sus palabras, tan medidas, dejaron un eco inquietante. Estaba observando, como siempre. Reportaría todo… a quien realmente sirviera.

Chen Jinyuan golpeó el bastón contra el suelo con suavidad.

—Sigue vigilándolo. Pero no interfieras. Si esto es una actuación, terminará revelándose solo.

—Por supuesto —respondió Liu, con una reverencia impecable—. Mi deber es proteger la dignidad de esta familia.

Se retiró con pasos suaves, sin apurarse, y dejó el salón tan silencioso como antes.

Madame Qin Shuying lo miró por el rabillo del ojo.

—Ese viejo cuervo sabe más de lo que dice.

—Por eso lo mantenemos cerca —murmuró Chen Jinyuan—. Un enemigo útil a veces es más valioso que un aliado estúpido.

Madame Qin suspiró.

—¿Y si Jianhong lo descubre?

—Entonces sabremos si realmente ha cambiado.

Un nuevo silencio se instaló entre ellos, pesado y medido. Afuera, los pájaros cantaban en los árboles altos del jardín mixto, ignorando por completo las intrigas que se tejían tras los muros de la familia Chen.

Me alejé del salón de los abuelos, con los pasos cada vez más livianos. No porque estuviera tranquilo… sino porque cada vez sentía más claro que esta es mi nueva realidad.

Mientras caminaba hacia mi cuarto, no dejaba de repasar lo que sabía. Chen Jianhong tiene que morir. Su muerte no era solo un castigo por sus mala acciones en la novela. Era la chispa que detonaba una guerra y la caída de varias familias nobles. Si yo seguía vivo demasiado tiempo, estaba cambiando el orden de la historia.

“No me importa morir… pero si me voy a ir, al menos quiero dejar este lugar en orden. Salvar a quien valga la pena.”

Entré en mi habitación —la misma que había limpiado de sangre unas horas antes— y me arrodillé frente al enorme escritorio de madera. Empujé la silla y empecé a abrir cajones, uno tras otro. Entre botellas vacías, sobres arrugados y monedas de plata, encontré un cuaderno negro, encuadernado en cuero gastado.

Lo abrí.

Las primeras páginas estaban llenas de letra tosca y gruesa, casi rabiosa. Chen Jianhong escribía con furia sobre sus enemigos, sobre cómo todos lo despreciaban, cómo nadie entendía su posición.

Pero mientras pasaba las hojas, el tono cambiaba. Empezaban párrafos desordenados, con manchas de tinta y garabatos torcidos. Hablaba de dolores físicos tan fuertes que lo dejaban sin aliento. Del ardor que subía por las marcas rojas en sus codos y cintura. De no poder dormir porque las pesadillas lo devoraban cada noche.

“¿Así que el bruto tenía un lado humano…?”

Sentí un retorcijón en el estómago. Era fácil odiar a Chen Jianhong leyendo la novela. Pero en este diario… parecía un joven roto. Y de pronto entendí algo:

“Quizá nadie se preguntó nunca por qué actuaba así. Ni siquiera los lectores.”

Cerré el diario y lo guardé bajo una tabla suelta del piso. No podía dejarlo al alcance de Liu Fenglong. No todavía.

Golpes suaves sonaron en la puerta.

—Joven maestro… —era una voz joven, algo temblorosa.

Abrí la puerta. Un muchacho estaba ahí, tal vez de mi misma edad, aunque un poco más bajo. Su cabello negro, recogido en una coleta, dejaba ver un rostro delgado y unos ojos vivaces… demasiado vivaces para alguien que fingía tanta timidez.

—Soy… Liu Renshu, joven maestro —dijo, bajando la cabeza.

Liu Renshu. El nieto del viejo zorro. Recordaba su nombre de la novela. Se suponía que era uno de los espías más prometedores… pero, según las notas del narrador, detestaba ese papel.

Aun así, mientras hablaba, vi en sus ojos un brillo astuto, casi idéntico al de su abuelo. Era tímido, sí… pero no tonto. Cada palabra estaba medida. Cada gesto, controlado.

—¿Qué quieres? —pregunté, intentando sonar seco, como Chen solía hacerlo.

Renshu se retorció las manos.

—Mi… mi abuelo me envió para saber si desea algo de comer. O… si desea compañía para pasear por el jardín.

“Claro… el viejo me está vigilando hasta cuando respiro.”

Lo observé mejor. Bajo esa apariencia de chico asustado, había una mirada calculadora, casi divertida. Era Liu Fenglong en versión joven.

“Definitivamente, es igualito a su abuelo… solo que mejor camuflado.”

—No necesito nada. Vuelve a tus tareas —dije.

Renshu inclinó la cabeza y se giró para irse. Pero antes de que cruzara el umbral, lo llamé.

—Oye.

Se detuvo, rígido, aunque no sin un leve destello de curiosidad en los ojos.

—Si algún día querés dejar de ser espía… ven a verme. No le diré nada a tu abuelo.

Por primera vez, una grieta real se abrió en su máscara. Sus ojos se agrandaron apenas, parpadeó rápido… y en su rostro apareció algo parecido a esperanza. Aunque se apresuró a bajarla de nuevo.

—Sí… joven maestro.

Y salió corriendo. Pero, incluso mientras se alejaba, vi cómo se detenía un instante, como midiendo qué acababa de pasar.

Me quedé un momento en silencio. Sabía que acababa de hacer algo que Chen Jianhong jamás habría hecho. Pero no me arrepentía.

“Si voy a morir en este mundo… al menos quiero que alguien viva mejor gracias a mí.”

Suspiré y cerré la puerta. Había todavía dos personas más de las que debía ocuparme pronto: los hermanos menores. Y por lo que recordaba de la novela… ellos tampoco confiaban en Chen Jianhong.