Prólogo

Dicen que los secretos no vuelan. Que se esconden. Que se entierran.

Pero el nuestro…

El nuestro cayó. Como una hoja cansada de sostenerse en lo alto.

Nadie lo escuchó.

Nadie lo vio.

Solo nosotros, dos niños que creíamos que la amistad duraría para siempre, incluso cuando ni sabíamos cuánto podía cambiar un "para siempre".

Ese árbol fue nuestro escondite, nuestro cofre del tesoro, nuestra torre y nuestro refugio.

Allí crecimos.

Allí reímos.

Allí, sin saberlo, empezamos a querernos de una forma distinta.

Pero no lo dijimos.

No lo supimos.

Hasta que el viento —ese que siempre llegaba con el atardecer— se llevó algo más que palabras: se llevó la inocencia.

Y desde entonces…

Nuestro secreto no volvió a estar arriba.

Cayó del árbol.

Y con él, cayó algo de nosotros también.