El golpe fue seco.
El mundo de Shark-min se volvió borroso por un momento. La sangre le llenó la boca con ese sabor metálico que tanto temía. Choyo, el primo grandote de sus bullies, estaba sobre él, lanzando puños como martillos directos a su cara.
—¡Esto es por mis primos, escoria! —gritaba el grandulón mientras Shark apenas podía protegerse con los brazos.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que todo terminó. Lo último que recordó fue ver a Choyo alejándose, mientras el dolor le nublaba la vista.
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Pero esto… no empezó aquí.
Días antes, la vida de Shark-min era la misma rutina miserable de siempre: humillaciones, burlas y golpes. Los más fuertes de su colegio lo usaban como su saco de boxeo personal. Lo llamaban “la recepción diaria”, porque cada día, al llegar o salir de la escuela, lo esperaban para molerlo a patadas.
La única luz en medio de esa oscuridad fueron las vacaciones. Por fin, un respiro. O eso pensaba.
Una tarde, Shark salió a comprar comida chatarra a la tienda de conveniencia del barrio. Caminaba con la cabeza baja, con la esperanza de olvidar el mundo por un rato. Allí, junto a las cajas, vio un anuncio:
“Set de realidad virtual - Precio especial por vacaciones”
Curioso, y con el dinero justo, lo compró. No tenía muchas expectativas. Solo quería distraerse.
Ya en casa, lo conectó, lo ajustó… y se sumergió en el mundo virtual. Buscando entre los juegos, sin querer abrió uno de peleas: “MMA Training Simulator”.
—Bah… ¿Golpes otra vez? —murmuró—. Como si no tuviera suficiente en la vida real…
Pero algo dentro de él le dijo que lo probara. Solo por curiosidad.
El juego no era como esperaba. Tenía un programa de entrenamiento semanal realista:
• Lunes: Boxeo
• Martes: Jiu-jitsu brasileño
• Miércoles: Defensa personal
• Jueves: Taekwondo
• Viernes: Condición física
Día tras día, Shark entrenó. Se desquitaba virtualmente de todo su dolor. Esquivaba, lanzaba jabs, aprendía combinaciones, derribos, patadas… y lo más importante: comenzó a recuperar algo que había perdido… confianza.
Pasaron las semanas como un suspiro.
Llegó el primer día de clases. Shark despidió su juego con una sonrisa triste. Sabía que, con las tareas, apenas tendría tiempo para seguir jugando.
Pero apenas cruzó la puerta del colegio… supo que algo había cambiado.
Sus acosadores no estaban en la entrada. Extraño. Pero la calma no duró. Al abrir la puerta del aula, una lluvia de polvo blanco cayó sobre él.
—¡Bienvenido de vuelta, Shark! ¡Tu recibida de vacaciones! —gritaron entre risas.
Algo dentro de Shark hizo clic. Sus manos temblaron… pero no de miedo. De rabia.
Empujó a uno de ellos.
El bully reaccionó con un puñetazo… pero Shark lo esquivó sin esfuerzo.
El salón estalló en gritos. Estaban a punto de armar una pelea seria… pero el profesor entró a tiempo y los mandó a sentar.
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Más tarde, durante el receso, lo acorralaron detrás del aula.
—¿Así que ahora te crees muy valiente? —se burlaron.
Shark no respondió. Solo se puso en guardia.
El primero lanzó un jab. Shark lo esquivó y respondió con un uppercut directo al mentón. El bully cayó como saco de papas. El segundo intentó un gancho, pero Shark bajó su postura y le dio una patada en el hígado. Otro menos.
La adrenalina lo hacía sentir vivo por primera vez.
Pero esto solo fue el principio.
A la salida, lo esperaban… junto a Choyo.
La pelea fue rápida pero brutal. Choyo lo derribó y lo golpeó hasta dejarlo sangrando en el suelo.
Esa noche, en su cama, mirando el techo, Shark entendió que solo una cosa podía hacer:
Volverse más fuerte. Mucho más fuerte.
Contactó a un amigo del box, llamó a su primo que practicaba Taekwondo y tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre.
Así comenzó su verdadera historia.
La historia… de cómo el chico más débil de su escuela… se convirtió en alguien temido en todo el mundo.