Capítulo 2 El pasado

Hace exactamente dieciocho años naciste en el reino oculto de las hadas. Tu madre, Scarlet, y tu pálido padre, Dante… —empezó a narrar Gin—. Toma asiento, esto va a ser un poco largo.

—¿De qué hablas? Todos notarán que no estoy y vendrán a buscarme —replicó Adán, preocupado.

Estaba realmente interesado en seguir escuchando lo que su autoproclamado tío comenzaba a contarle, pero no podía ignorar que estaba en plena fiesta, y su ausencia no pasaría desapercibida para sus padres ni para los invitados.

—Escucha, no te preocupes —intervino Gin, intentando calmarlo—. Nadie notará nada extraño… al menos por un tiempo. Ya me encargué de eso. Todos están bien, solo que… digamos que no podrán moverse durante unos minutos.

—¿Qué les hiciste? —preguntó Adán, visiblemente alterado.

—Tranquilo. No les hice daño. Es parte de mis poderes. Puedo inmovilizar a los humanos con un gas invisible que produzco. Es inofensivo, no hay por qué alarmarse, ¿ok?

Gin, como hada, poseía habilidades especiales. Una de ellas era emitir un gas imperceptible para cualquier ser vivo que no fuera un hada. Este gas podía inmovilizar a humanos y a otras criaturas con poca resistencia mágica. Sin embargo, seres como los vampiros o las propias hadas no se veían afectados por él.

Adán se sentía saturado de información. No sabía qué tanto de lo que escuchaba era real y qué tanto se perdía en lo fantástico. Sin embargo, no podía negar que algo en Gin —su energía, su mirada, su actitud— era… distinto. Lo único que pudo hacer fue sentarse sobre su cama y prestar total atención a aquel ser que, con cada palabra, se volvía más misterioso.

—Perfecto, justo a eso me refería cuando dije que necesitaba hablar contigo —sonrió Gin al ver cómo Adán, asombrado, tomaba asiento—. Bueno, sin más interrupciones, continuaré.

3 de abril de 1998.

Un niño nació en una ciudad mágica de hadas, la última en su especie, oculta en lo más profundo de los bosques canadienses. Su nombre: Adán. Hijo de Scarlet, princesa de las hadas, y de Dante… no un vampiro cualquiera, sino el heredero del trono de la raza más poderosa del mundo.

Aunque el mundo había cambiado en los últimos siglos, los vampiros seguían dominando desde las sombras. Su unión fue una violación grave a las antiguas leyes de ambas razas. Lo que siguió fue una persecución implacable.

Los vampiros más hostiles —orgullosos, conservadores y crueles— no tolerarían una mezcla de sangre tan impura. Usaron todos sus recursos para encontrar al niño recién nacido. Por su parte, las hadas intentaron proteger a Scarlet y al pequeño, pero había algo más importante que salvar: su ciudad. La última ciudad mágica. Su esperanza. Su santuario.

Así que eligieron: protegieron la ciudad… y abandonaron a la princesa.

Todos sabían que los vampiros eran infalibles rastreadores. Solo necesitaban un aroma, una esencia… y jamás se detenían hasta encontrarla. Scarlet y su bebé estaban marcados: el olor de Dante impregnaba su piel. Solo era cuestión de tiempo.

Con apenas unas horas de vida, Adán fue llevado lejos. Scarlet, agotada, lanzó un hechizo poderoso: ocultó los poderes de su hijo y bloqueó su esencia vampírica. El hechizo no solo lo protegía… también lo apagaba.

Luego, con el corazón roto, dejó a su hijo en la puerta de una familia sin hijos, pero con recursos. Una familia que podría ofrecerle una vida tranquila, segura, y lo más parecida posible a la que ella habría querido darle… si todo hubiera sido diferente.

Gin hizo una pausa. Miró a su sobrino con seriedad, como si el peso de los recuerdos le pasara factura en ese momento.

—Debes saber algo más, Adán… algo que nunca te contaron —dijo bajando un poco la voz, casi como si temiera que alguien más pudiera escuchar—. La decisión de expulsar a Scarlet… no fue personal. Y aunque parezca que su pueblo la traicionó, no fue así exactamente.

Adán frunció el ceño, intentando procesar todo lo que estaba escuchando.

—¿Qué quieres decir? —preguntó en voz baja.

Gin suspiró antes de continuar.

—El Concejo de las Hadas… nuestros líderes… no sabían qué hacer. Fue una época oscura. El equilibrio entre los reinos estaba en juego. Si los vampiros descubrían la ciudad, no solo acabarían con Scarlet y Dante. Nos exterminarían a todos. El linaje de las hadas estaba en peligro. Solo quedábamos unas cuantas ciudades, y la nuestra era la última protegida por magia ancestral.

» Muchos pidieron protegerla, ocultarla dentro de la ciudad. Pero otros argumentaban que Dante, por ser príncipe vampiro, había condenado a todos con su imprudencia. Ella no quiso delatarlo. Lo defendió hasta el final. Por eso… la obligaron a salir. Fue una votación dividida. Pero la mayoría decidió que era mejor perder a una princesa… que arriesgar el futuro de todo un pueblo.

—Eso es… cruel —dijo Adán, apretando los puños.

—Lo fue. Pero también fue miedo, desesperación… supervivencia. Créeme, no todos estuvieron de acuerdo. Algunos miembros del concejo aún hoy se arrepienten de lo que hicieron. Y muchos, como yo, habríamos dado la vida por ella. Pero nadie podía detener el voto del Consejo. Lo que sí puedo asegurarte es que Scarlet… nunca los odió.

Adán levantó la mirada.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque yo estuve con ella hasta el último momento, antes de que huyera. Me abrazó y me dijo que entendía por qué lo hacían. “Si algún día tengo que dar la vida para que mi hijo viva libre… lo haré con gusto”, esas fueron sus palabras. Nunca los culpó. Nunca pidió venganza. Solo quería que tú estuvieras a salvo.

El silencio llenó la habitación por unos instantes. Adán sintió cómo algo dentro de él se quebraba… pero también algo se encendía. Una chispa, una fuerza desconocida que empezaba a crecer.

—¿Y ahora qué? —preguntó, sin apartar la mirada de Gin.

—Ahora… tienes que decidir qué harás con todo esto. El hechizo de tu madre se debilita con cada minuto. Pronto, muy pronto, todos sabrán quién eres. Algunos querrán ayudarte… pero muchos otros querrán destruirte.

Gin se levantó y caminó hacia la ventana, observando la noche oscura más allá del cristal.

—No puedes seguir escondido. El mundo te está buscando, Adán… para bien o para mal.

Adán cerró los ojos. Sentía su corazón latiendo con fuerza. Y aunque el miedo seguía ahí, algo dentro de él comenzaba a despertar.