Esa noche, Axael soñó con voces que no tenían boca.
Con palabras flotando en el aire como cenizas.
Con una cuerda dorada que descendía desde el cielo... y se ataba a su pecho.
Despertó con la garganta seca y el cuaderno abierto sobre su pecho, aunque recordaba haberlo guardado antes de dormir. Las últimas páginas estaban en blanco. O al menos, eso parecía a simple vista.
Cuando pasó el pulgar por una de ellas, la tinta surgió como si respondiera a su tacto, revelando frases que no había escrito. O que tal vez sí... y ya había olvidado.
| “La historia olvida a quien la desafía. La historia borra al que la rompe.”
Axael sintió un escalofrío profundo. Por primera vez, no estaba seguro de si lo que vivía era suyo o un eco de algo impuesto.
Kuroin voló en círculos sobre su cabeza, nervioso.
—Están empezando —dijo el cuervo, su voz cargada de urgencia—. Lo sabíamos, pero aún así tocaste la palabra. Dijiste "Dhraen". Despertaste el umbral.
—¿Qué me está pasando?
—Te están escribiendo encima —respondió Kuroin—. Como una página vieja que se intenta reutilizar sin borrarla del todo.
Axael intentó recordar el rostro del anciano del primer día. No pudo. Intentó recordar cómo llegó exactamente al campamento. Vacío. Intentó recordar si había comido el día anterior.
Nada.
El precio de saber era comenzar a ser olvidado.
Decidió salir del campamento.
No huía. Buscaba aire que no supiera su nombre.
Pero cuanto más caminaba en dirección opuesta al valle, más las cosas se volvían extrañas. Los árboles estaban duplicados. Las piedras cambiaban de forma al mirarlas. El sol no se movía.
Y entonces lo vio: una figura encapuchada, alta, cubierta por un manto gris desgastado, bloqueándole el paso. Su rostro no se veía. Solo una mano extendida, temblorosa, sostenía un libro sin título.
—¿Quién eres? —preguntó Axael.
Silencio.
El libro se abrió solo, y una página giró con el viento. En ella, letras líquidas comenzaban a formarse:
| “Estrategas que cruzan límites deben pagar con nombres. Devuelve lo que aprendiste. Cierra lo que abriste.”
Kuroin descendió bruscamente entre ambos, erizando las plumas.
—¡No lo leas! —gritó—. ¡No permitas que escriban por ti!
Axael retrocedió. Pero algo en él quería aceptar. Algo cansado de llevar tantas preguntas sin respuestas.
La figura encapuchada avanzó un paso más. El libro temblaba.
Axael apretó su cuaderno contra el pecho y gritó:
—¡Yo escribo lo que vivo! ¡No cederé mi historia!
Una onda invisible se expandió desde él. El entorno tembló. Las piedras se fracturaron. La figura encapuchada se disolvió como humo.
Y el sol volvió a moverse.
Kuroin se posó a su lado, respirando entrecortadamente.
—Has marcado tu página, Axael. Ahora, la Trama ya no puede corregirte tan fácilmente.
Pero tampoco te dejará en paz.
Esa noche, las estrellas brillaban distintas.
Axael se sentía más real...
Y más expuesto.