¿Cuántos secretos guarda el mundo, ocultos a ojos de simples mortales? Algunos permanecen enterrados porque hay quienes prefieren el silencio a la verdad, llamándose héroes por mantener el orden… aunque su causa no siempre sea justa.
Este mundo vive bajo las leyes del CLOVERSENT, un sistema creado para mantener el equilibrio. Prohíbe el uso libre de habilidades, impone reglas estrictas, y todo gira en torno a una llama interna única en cada persona: el Yukz, fuente de poder vital.
En un pueblo alejado de la civilización, una tormenta devoraba casas bajo una ventisca salvaje. En medio del caos, una pareja luchaba por salvar a su hijo recién nacido.
—Por favor… vive como un niño normal, mi pequeño Barak —susurró una joven mientras lo colocaba en una canasta, lágrimas recorriendo su rostro.
Formó con las manos un símbolo de diamante, generando un resplandor que envolvió al bebé.
—¡Enim, rápido! —gritó un joven de ojos decididos, creando un campo protector a su alrededor.
El conjuro se completó. El bebé desapareció en un haz de luz, y la aldea… fue devorada por la tormenta.
Años después…
Barak, un chico de cabello negro con un mechón blanco en su flequillo, vivía en un orfanato de un pequeño pueblo llamado Fago. Tenía catorce años y… no poseía Yukz.
En un mundo donde el poder es todo, ser “normal” es ser basura.
—¿Por qué me odian por algo que no elegí? —pensaba, observando desde las sombras cómo los demás niños entrenaban, manipulaban fuego, viento, luz…
Barak tenía preguntas.
¿Hay guardias reales sin poder?¿Alguien como yo puede ser feliz… o solo soy un error del sistema?
Mientras jugaba con un pequeño peluche —el único recuerdo de su infancia— un chico pelirrojo se lo arrebató.
—¿Sigues con este muñeco tan patético? Mira cómo mejora así... —dijo, sonriendo cruelmente mientras lo incendiaba con su mano.
Las cenizas del peluche cayeron. Las risas de los demás lo rodearon como cuchillos invisibles.
Barak apretó los dientes. Miró los restos humeantes.
—¿Alguna vez… tendré algo que me haga especial?