Capítulo 3
Con el paso del tiempo, Kurayami dejó de sentir asco por comerse su propia carne. Aquello que antes le causaba repulsión, ahora le brindaba consuelo. Masticar pedazos de su cuerpo arrancados por la tortura se volvió una rutina, casi un placer perverso. La persona que su mente había creado para protegerlo de la locura ya no aparecía más. Había desaparecido, como la libertad que tanto anhelaba.
Un día, la mujer que lo torturaba bajó con una jaula cubierta por un pañuelo. Sus pasos eran ligeros, casi juguetones, como si llevara un regalo. Se detuvo frente a él, sonrió de forma siniestra y retiró el pañuelo lentamente.
Dentro de la jaula, solo había un cuervo.
Sin decir una palabra, la mujer abrió la jaula y dejó que el ave saliera libre. Kurayami, confundido, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su cuerpo y su mente, como si fueran uno solo, detectaron un peligro inminente.
La mujer se acercó con violencia, le abrió los párpados de golpe y lo obligó a mirar fijamente al cuervo. Kurayami no entendía lo que ocurría, hasta que el ave aterrizó suavemente sobre su frente.
—¿Has escuchado el dicho...? —susurró la mujer, burlona—. "Cría cuervos… y te sacarán los ojos".
El cuervo lo miró fijamente... y entonces, con un movimiento brusco, comenzó a arrancarle los ojos y devorarlos sin piedad. Kurayami gritó de dolor, desgarrando la oscuridad con sus alaridos, hasta que quedó completamente ciego. Luego, la mujer desató una nueva ronda de castigos. Con un látigo, golpeó su cuerpo sin detenerse… hasta que perdió el conocimiento.
Despertó horas después. Aún sentía los latigazos ardiendo en su carne, pero algo era distinto…
Sus ojos no habían sanado.
La desesperación lo envolvió, y comenzó a gritar con rabia. Pero en medio de la oscuridad, notó algo más:
ya no estaba atado.
Por primera vez en mucho tiempo, no había cadenas, ni grilletes, ni dolor inmediato. Se puso de pie con torpeza, caminó unos pasos, se tocó el cuerpo... y se calmó.
Pero entonces, una voz surgió frente a él.
Una voz familiar.
—Aunque no tengas cadenas… aún estás atado.
Kurayami abrió los ojos ciegos, reconociendo al instante a quién pertenecía esa voz.
—¿Hermano? ¿Eres tú, Daichi...? ¿Dónde estás?
Así es. Era la voz de Daichi, su hermano mayor. Pero Kurayami sabía que su mente podía estar jugándole una mala pasada.
—Tranquilo, hermano. Aunque estés atado... sé que puedes volar alto, como un ave —dijo otra voz.
Era Mei, su hermana.
Las voces seguían cambiando. Una a una, las personas que más quería comenzaban a hablarle.
—Eres fuerte, Kurayami. Sé que podrás vencer a todo mal en este mundo —añadió Aiko, con voz firme.
Kurayami se arrodilló, sintiéndose pequeño ante aquellas palabras.
—Yo no soy fuerte… ¡Necesito ser más fuerte! —dijo, hundiendo el rostro entre sus manos.
—Sí lo eres —le respondieron las voces al unísono—. Lo eres.
Entre lágrimas, Kurayami sintió cómo aquellas palabras lo levantaban. Pero entonces…
una voz diferente, más cálida, más anhelada, resonó suavemente:
—Eres una buena persona. Tu sonrisa… es la más hermosa que he visto. Hijo… sigue así. Nunca dejes de sonreír.
Era su madre.
Esa voz, esa melodía que había deseado escuchar por tanto tiempo, lo llenó de paz. Y, como si su alma respondiera a ese amor, sus ojos se regeneraron. Y en la oscuridad de su mente, pudo ver una figura… borrosa, pero claramente la de ella.
Sin embargo, ese instante de luz duró poco.
Una espada atravesó su estómago sin previo aviso.
—Dulces sueños, Kurayami. Me gustó jugar contigo todo este tiempo… pero si no lo hago hoy, en este bosque él se dará cuenta de que sigues vivo. Y no quiero problemas —susurró la mujer, acariciando su rostro con perversidad.
Desde la herida, su cuerpo comenzó a petrificarse lentamente. La espada, al parecer, tenía el poder de convertirlo en piedra.
Kurayami se levantó con dificultad. Miró alrededor… ya no estaba en el calabozo.
Estaba en medio de un bosque.
Intentó moverse, pero sus piernas ya eran piedra. Su torso también. Solo su rostro seguía vivo. Frente a él, la mujer lo observaba, satisfecha.
Y con una última sonrisa desafiante, Kurayami se convirtió en una estatua de piedra.
Sellado.