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En algún lugar de Estados Unidos, un vasto terreno se extendía en los límites de la ciudad. Estanques y lagos lo rodeaban, mientras que en su corazón se alzaba una alfombra de césped verde intenso, en marcado contraste con la imponente estructura del centro: un edificio robusto, de acero y tecnología, construido como una auténtica fortaleza.

Aquella edificación, custodiada con estrictas medidas de seguridad, era uno de los muchos departamentos de la NUP, una organización mundial encargada de la compleja y peligrosa tarea de regular la aparición de portales.

En uno de los pisos superiores, donde el suelo era de cristal templado y la vista abarcaba toda la instalación, dos hombres conversaban frente a un panel de monitoreo.

—¿Tú qué crees que pase hoy? —preguntó David en voz baja, sin apartar la mirada de la pantalla principal.

El monitor mostraba docenas de registros en tiempo real. Nombres, ubicaciones, estadísticas. Una lista que nunca dejaba de moverse.

—Creo que hoy desaparecerán diez más de la lista —respondió Renly sin levantar la vista, sus dedos tecleando con una velocidad automática.

—¿Como cualquier otro día, no? —dijo David, ladeando la cabeza. Su tono era diferente, casi filosófico—. A veces me pregunto… ¿por qué seguir arriesgándose, si ya lo tienes todo?

—Es tan obvio como tonto, David —Renly finalmente detuvo sus dedos sobre el teclado. La máquina se quedó en silencio al instante. Lentamente, levantó la vista y miró a David —. Ellos mismos saben por qué. Aunque, ¿quién no querría gloria y poder?

—Jajaja —David soltó una risa corta sin humor de verdad—. Cierto, al final, el objetivo es sobrevivir.

En ese momento, la plática matutina se interrumpió de golpe.

"¡Bip bip bip!"

Un sonido agudo, constante, retumbaba por todo el edificio.

En la pantalla de Renly, los códigos y los datos desaparecieron, reemplazados por una única palabra que parpadeaba con fuerza:

"EMERGENCIA"

—¿Y ahora qué está pasando? —murmuró David, con la pregunta perdida entre el ruido de la alarma.

***

—Hola… ¿hola…? —La voz, joven y apenas audible, sacó a Almag de su confusión. Un muchacho, casi de su misma edad, se inclinaba sobre él, sus palabras intentaban traerlo de vuelta a la realidad.

Tendido en el suelo frío, Almag permanecía inmóvil.

—Ahhh… —fue su primera respuesta. Estaba totalmente perdido, la realidad era un rompecabezas cuyas piezas no encajaban—. ¿He muerto? —preguntó, con la voz ronca.

—No, estás vivo.

—Entonces, ¿sobreviví a la mazmorra?

—Sí. Sobreviviste, aunque… —El joven se detuvo, su mirada evasiva, algo no dicho en sus ojos—… la situación no es la mejor ahora.

—¿Cómo que no? —Almag, al escuchar la palabra ambigua, se levantó con molestia. Su mente, aún confusa, no comprendía del todo lo que intentaban decir.

“Ahora ni descansar puedo, después de sobrevivir a un loco”, pensó con amargura.

Una vez de pie, sus ojos comenzaron a recorrer el lugar. No estaba en la mazmorra, ni en el punto donde había aparecido el portal. A su alrededor solo había edificios de distintos tamaños, torres de cristal y acero que se alzaban hacia un cielo desconocido.

—¿Dónde estoy? —murmuró, confundido.

"¿Acaso me transporté por el cierre en el último segundo?" El pensamiento cruzó su mente como una chispa, una teoría que había oído entre rumores: historias de hombres que, por ambición, se quedaban más allá del límite de tiempo. Aunque muchos morían en ese intento, algunos eran llevados a tierras lejanas, sin una razón clara.

El joven que lo había ayudado a levantarse se acercó a Almag. Puso una mano con suavidad sobre su hombro, algo que lo sorprendió por su ligereza.

—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas ayuda? —preguntó con voz llena de preocupación.

Almag, al girarse para verlo mejor, descubrió con una impresión apenas disimulada que el joven no tenía una pierna. En su lugar, había un palo tallado toscamente que le servía de apoyo. Su mirada pasó de aquel detalle llamativo a los ojos del muchacho.

—¿Dónde estoy? —murmuró, con la voz extraña en medio de aquel lugar desconcertante.

El joven, con una expresión de profunda confusión mezclada con tristeza, respondió:

—Estamos en un espacio de un juego.

—¿Espacio de juego? —Almag repitió la frase, sintiendo cómo las palabras sonaban huecas y ajenas en sus labios.

No era una expresión casual. Sonaba como el nombre oficial de algo, no una simple idea al azar.

—¡Ángel, ven aquí! No necesitas decirle nada —la voz femenina y aguda resonó a unos metros.

Una chica los observaba desde la distancia. Estaba sola, con una postura tensa y desafiante. Cada parte de su cuerpo transmitía desconfianza. Sus ojos se clavaron en Almag con una fijeza que lo hizo sentirse expuesto.

—Lo siento —dijo el joven Ángel, encogiéndose de hombros antes de alejarse.

—¡Espera! ¡No me dijiste dónde estoy! —La desesperación en la voz de Almag iba en aumento.

Intentó seguir a Ángel en busca de respuestas, pero se detuvo al instante. La mirada de la chica lo frenó. Esos ojos fijos eran una advertencia muda.

Sus sentidos, agudizados por todo lo vivido en la mazmorra, le gritaron que no avanzara.

En ese instante, Almag vio cómo personas comenzaban a llegar al lugar. Algunos lo hacían solos, con las sombras de los edificios proyectándose tras ellos; otros venían en pequeños grupos, murmurando palabras que él no lograba entender.

—¿Qué demonios está pasando? —se dijo, incrédulo.

Los atuendos que llevaban eran tan variados que algunos rozaban lo absurdo.

Almag se sintió fuera de lugar, como si hubiese sido empujado a una realidad que no terminaba de comprender.

De pronto, en el cielo, apareció un cartel digital, un holograma flotante que se encendió con un brillo azulado, anunciando:

[¡Bienvenidos, jugadores, a esta nueva partida!]

[El juego comienza dentro de unos 10 minutos.]

***

En un rincón, Almag estaba sentado contra la pared fría. Tenía las piernas juntas y los ojos entrecerrados, casi somnolientos, mientras observaba el gran espacio frente a él.

Desde ahí, veía cómo un montón de gente caminaba sin prisa, pero con decisión, hacia la entrada del edificio más alto y llamativo. Una estructura que brillaba con colores que desentonaban con la sobriedad del lugar.

Sin saber qué hacer, la inacción lo envolvía. La idea de unirse a la multitud rondaba su mente desde que el caos comenzó, pero acercarse a esos desconocidos con presencias tan oscuras que le erizaban la piel no estaba entre sus planes. No mientras no fuera necesario. Si ese rincón seguía siendo seguro y los demás se marchaban, quizá lo mejor sería quedarse solo.

Mientras pensaba en eso, unos pasos cercanos lo sacaron de golpe de sus pensamientos.

Alzó la vista.

A su frente, una chica estaba de pie. Llevaba una sonrisa ligera en los labios, una de esas que no muestran los dientes, pero dicen más que mil palabras. Había algo en ella que captaba la atención. ¿Era el cabello blanco que le caía por los hombros, o el rostro casi perfecto que parecía esculpido? Tal vez ambas cosas. Almag lo notó todo, pero lo que no comprendía era por qué una chica como ella se acercaba a alguien como él.

—Hey, tú. ¿Quieres hacer equipo conmigo? —preguntó, con una voz clara y directa.

—Hee… yo… —balbuceó Almag. Las palabras se le atoraron. La mente le iba lenta. No sabía cómo responder.

—Eso supongo que es un sí —dijo ella, con una sonrisa ligera en los labios, mientras lo tomaba suavemente del brazo, casi con confianza, como si ya lo conociera—. Vamos, no te quedes en el piso. Así no podremos estar atentos a nada importante.

Almag, ya de pie, no podía dejar de mirarla.

—¿Quién eres tú? —preguntó, con la voz confundida. Esa forma tan directa y segura de hablarle lo desorientaba. Pero si de verdad se conocían... él estaba seguro de que no la habría olvidado.

—Ah… cierto, no me presenté —murmuró, llevándose una mano a la cabeza con un gesto ligero, casi divertido. Luego inclinó apenas la cabeza y dijo—. Me llamo Hana.

"Hana…" pensó Almag, mientras ella lo guiaba de la mano hacia la entrada del edificio imponente, sin que él hiciera nada por detenerla.

—Eh, ¿a dónde me llevas?

—Vamos a participar en el juego.

—¿Qué? ¿Cómo que “juego”? —Otra vez esa palabra. Almag no podía evitar preguntarse por qué sonaba tan importante en medio de todo esto.

Al pasar por la entrada, una pantalla azul flotó frente a ellos, suspendida en el aire.

[Bienvenidos. Jugadores registrados: 23/40]

Almag, una vez dentro, observó el lugar. La mayoría de los rostros mostraban seriedad, pero otros, curiosamente, no se veían preocupados. Parecían ajenos a la situación.

—Esto, ¿qué es? —dijo Almag, todavía de pie en la entrada, sintiendo el momento exacto en que Hana lo había soltado.

—Este es el lugar donde el juego se desarrollará. Esperemos que se puedan usar artefactos.

—¿Qué? ¿Cómo? No… no. Necesito… digo, ¿qué es esto? ¿Dónde estamos? —La confusión lo invadía de nuevo, y Almag deseaba con todas sus fuerzas comprender la importancia de la palabra "juego" en todo esto.

Hana lo miró, con una expresión de total confusión en su rostro.

—¿Espera, no sabes dónde estás?

—No, eso te digo. No sé dónde estoy.

Hana se acercó a Almag con duda.

—¿Eres un principiante? —preguntó, mirándolo directamente a los ojos.

—Ah… —Almag, con los nervios a flor de piel, dio un paso atrás y terminó cayendo al suelo por el acercamiento inesperado.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, estoy bien.

[El juego empezará en 2 minutos]

La voz, sin origen aparente, resonó desde las paredes del edificio.

"¿Y eso?", pensó Almag, sintiendo un escalofrío. Levantándose con un poco de vergüenza por lo que acababa de pasar, avanzó lentamente hacia Hana.

—¿Qué quieres decir con principiante? —preguntó con seriedad. Necesitaba, con urgencia, entender de qué se trataba todo aquello.

—Principiantes son las personas que recién pasarán su primera prueba.

—¿Primera prueba?

—Sí.

—¿Pero prueba de qué? ¿Cómo…? Yo no acepté nada.

—Esto no es por decisión. Es algo que le está pasando a mucha gente. Algunos están confundidos, como tú, y otros ya saben lo que es.

—No, no entiendo.

Lo que debes entender es que debes jugar los juegos, o si no, morirás. Tú decides si sobrevives… o mueres.

—Esto es un sueño, ¿no? Yo salí del portal antes de que se cerrara. Esto es una broma —Almag estaba muy nervioso. El desconocimiento inicial no se había resuelto; se había ampliado, pero no de buena manera.

Almag intentó salir por la entrada del edificio, pero algo lo detuvo en seco. Era como si un muro invisible le bloqueara el paso.

—No te alteres, muchacho —dijo una joven desde un grupo cercano, sin molestarse en acercarse siquiera. Llevaba un traje oscuro, un poco gastado, y un bastón de madera descansaba cruzado en su espalda. Sus compañeros, a su lado, apenas le prestaron atención a la escena. Lo que le pasara al joven simplemente no les importaba.

—¿Estás bien? —preguntó Hana, apareciendo tras él. Su voz era suave, pero sin nervios. Lo tomó del hombro con una mano firme, y ese gesto bastó para calmarlo un poco.

Almag se dio cuenta de lo alterado que se había puesto. No podía creer que se metiera en otro problema justo después de salir de uno.

—He… sí, sí estoy bien, solo que… no, no, no entiendo muy bien. ¿Me podrías, por favor, decir todo?

—De acuerdo, te lo diré todo, pero lo más rápido posible, ya que el juego está a punto de comenzar en un minuto. Pero antes de eso, ¿podrías decirme tu nombre?

—Mi… mi nombre es Nadie.

—¿Nadie? —dijo Hana con una pizca de duda en su voz.

—Sí, Nadie.

Tal nombre era una mentira, y muy improvisada. Para Almag, era una medida de precaución. Desconocía muchas cosas del lugar donde se encontraba. No podía confiarse, debía prevenir cualquier cosa, así que decidió dar un nombre falso para sentirse seguro.

[Queda un minuto para el inicio]

—Ya no queda tiempo. Ya estás aquí, y eres un iniciante. Esta es tu prueba para convertirte en jugador.

—¿Prueba?

—Sí, cualquier tipo de prueba. Eso dependerá del nivel de juego. Solo esperemos que tu inicio no sea de un nivel 12.

—¿Por qué? ¿Qué pasará si es nivel 12?

—Porque si lo es, moriremos todos los que estamos aquí segurísimo —dijo Hana con una calma inquietante, como si no fuera algo normal.

—¿Estos juegos… te pueden matar? —su voz temblaba, aunque intentaba mantenerse firme.

—Sí, ya te lo dije. Si no pasas tu prueba, morirás aquí.

—Entiendo… Así que haremos equipo, ¿no? —dijo, esbozando una sonrisa que se parecía más a un intento torpe de alivio que a una verdadera expresión de confianza.

—No, ya no. Aunque te ayudaré.

—Pero…

—No te preocupes. No seremos equipo, pero aun así, te ayudaré en todo lo que yo pueda.

"Esto es una broma, ¿no?", pensó Almag, con la confusión enredándosele en el pecho como una cuerda que no dejaba de apretarse. Estaba desconcertado. Esto no debía ser así. Primero, ella se le acercó para hacer equipo, y ahora lo dejaba solo en algo que todavía no alcanzaba a comprender del todo.

Con esas últimas palabras, Hana se alejó con una sonrisa serena, sin mirar atrás. Se dirigió hacia otro grupo de jugadores, dejándolo solo.

—¡Espera! —Almag intentó llamarla, pero su voz se ahogó en el aire.

[BIENVENIDOS, JUGADORES. GRACIAS POR SU PARTICIPACIÓN. 41/40]

[AHORA, VAMOS A EMPEZAR.]

***

[BIENVENIDA JUGADORA NICO]

[82:32]

[82:30]

—Hola, sistema —dijo la joven, ingresando sin dudar a un portal Atrax ubicado en alguna parte de Tokio, Japón.

[USTED ESTÁ A PUNTO DE INGRESAR A UN PORTAL. ¿DESEA CONFIRMAR SU ACCESO A LA ZONA DE JUEGO QUE ESTÁ A PUNTO DE INICIAR?]

—Sí, lo acepto.

[ACCESO CONCEDIDO]

[BIENVENIDA A LA ZONA DE JUEGO, JUGADORA NICO]

Nico, quien segundos antes había cruzado el portal de traslado Atrax, ahora se encontraba en una vasta zona de juego. A su alrededor se alzaban calles flanqueadas por edificios, una imagen común para cualquier ciudad.

Sin perder tiempo e ignorando las calles, se dirigió hacia la deslumbrante luz que emanaba del edificio más alto. Al llegar, vio a decenas de personas ingresando al complejo.

Sin mucho interés en demorarse, ella también entró decidida.

En los planes de Nico no estaba jugar ese día en particular. Sin embargo, si la ocasión se presentaba, no dudaría en aprovecharla. Conseguir lo que deseaba solo era posible jugando, y ella estaba dispuesta a todo por alcanzar su objetivo.

Al pasar la entrada, una pantalla se extendió frente a ella, cubriendo su campo de visión.

[BIENVENIDA JUGADORA 35/40]

Justo debajo, apareció un tablero de otro sistema de información.

[NICO, JUEGOS JUGADOS: 08]

Nico apenas le dio un vistazo fugaz a la pantalla para apartarla de su vista con un simple gesto de la mano.

Una vez dentro del edificio, caminó con firmeza, mirando todo a su alrededor. Su mente estaba en alerta; todavía no entendía qué podía pasar en ese lugar. A simple vista, no había nada raro. El lugar parecía un edificio normal, casi como un hotel.

De pronto, un chico pasó corriendo a su lado, desesperado, directo hacia la entrada.

"¿Va a intentar salir?", pensó Nico, aunque le parecía una idea tonta. Pero cuando vio al joven chocar de frente contra una pared invisible, entendió que no estaba equivocada.

—Supongo que, al final, todos van a jugar —murmuró para sí.

En ese momento, dos personas se acercaron a ella. Uno llevaba un traje especial, hecho para moverse con facilidad y protegerse de daños. A su lado, su compañero vestía ropa común, lo que hacía que ambos parecieran aún más diferentes.

—Hola. ¿Quieres jugar con nosotros? —preguntó el del traje—. Yo tengo cinco victorias y él —señaló a su amigo— ya tiene nueve.

A simple vista, parecía una invitación amable, pero Nico notó otra cosa. Su mirada, el tono de su voz… no buscaban solo formar equipo. También estaban interesados en ella.

—No digas tanto, Alex —intervino Eddu con una sonrisa leve, dejando claro que prefería no seguir por ese camino.

—Perdón, Eddu —dijo Alex, algo incómodo. Luego volvió a mirar a Nico—. ¿Quieres unirte a nosotros?

—No estoy buscando equipo, lo siento —respondió ella. Por supuesto, no esperaba ayuda. Y menos de tipos que le daban una sensación tan extraña.

—Pero, ¿en serio no quieres hacer equipo? —insistió Alex.

—No, lo siento. Como dije, no busco equipo. Prefiero jugar sola.

—Pero… —Alex intentó decir algo más, con la voz entrecortada.

—Ya, déjala, Alex. No insistas. Ella ya decidió. Vámonos —dijo Eddu, captando bien la situación.

—Entiendo —murmuró Alex, resignado.

Ambos se alejaron en silencio, buscando a otros jugadores. Justo entonces, una voz surgió de las paredes, fuerte y clara:

[BIENVENIDOS, JUGADORES. GRACIAS POR SU PARTICIPACIÓN. 41/40]

[AHORA, VAMOS A EMPEZAR.]

[JUEGO DE [~•~] – NIVEL 4]

[ESTE JUEGO NO PERMITE EL USO DE ARTEFACTOS.]

—No me lo puedo creer… —susurró Nico, sorprendida por la restricción.

La siguiente frase se desplegó como si alguien recitara un poema:

[LAS LLAMAS CANTAN EN LA TORRE DE ESPEJOS, Y EL SUELO OLVIDA SU DEBER. LOS QUE DESCIENDEN PRIMERO SERÁN CENIZA, PERO LOS QUE SUBAN SIN ALAS… TAL VEZ, SOBREVIVAN. BUSCA LA CUERDA QUE NO FUE ATADA, DONDE EL RELOJ YA NO RECUERDA LA HORA.]

[QUE EMPIECE EL JUEGO.]

Apenas el último mensaje se apagó, un estruendo ensordecedor sacudió el aire.

El sonido fue tan fuerte que la mayoría de los presentes se taparon los oídos con desesperación.

Justo cuando el estruendo cesó, la entrada comenzó a teñirse de un rojo intenso.

Las llamas brotaron con violencia desde el umbral, deslizándose por el piso como una lengua viva.

—¡Muévanse, rápido! —gritó Nico, al ver que algunos seguían inmóviles, todavía aturdidos, con las manos en los oídos y la mirada perdida.

Fue entonces cuando varios notaron el fuego. Los que estaban más cerca dieron un paso atrás. Luego otro. Y en un segundo, el pánico estalló: gritos, empujones, cuerpos tropezando entre sí.

Muchos corrieron hacia los pasillos; otros se metieron a las habitaciones sin siquiera saber a dónde iban.

Nico lo comprendió al instante: este sería un juego, y uno muy sangriento. Sin perder tiempo, giró y comenzó a correr, buscando un lugar donde pudiera estar segura.

Entonces vio a varios subir por las escaleras.

Sin pensarlo, corrió hacia allí. Sus pasos eran ágiles, firmes, producto de sus años de entrenamiento en gimnasia, que le habían otorgado una capacidad física casi instintiva. Mientras los demás se empujaban torpemente por los escalones, ella ya los había dejado atrás, subiendo de dos en dos los peldaños, como si su cuerpo supiera a dónde debía ir incluso antes que su mente.

Al llegar al segundo piso, se detuvo un instante. El lugar había cambiado por completo.

El antiguo hotel ahora era un laberinto de oficinas y cubículos rotos, con escritorios a medio caer y sillas esparcidas por todas partes. Un escenario extraño para lo que se estaba viviendo.

Lo que Nico observaba a pocos metros no era extraño. No en ese tipo de juegos.

Un hombre, cuchillo en mano, estaba apuñalando una y otra vez a los jugadores que tenía delante. No parecía tener intención de detenerse. Sus movimientos eran torpes, sucios, pero efectivos. Cada puñalada era acompañada por una risa aguda, descontrolada, que lo hacía parecer un completo psicópata.

Cualquiera que lo viera en ese estado pensaría eso. Que era un loco, un asesino sin alma. Pero Nico no lo veía así. No del todo.

En estos juegos, esa clase de comportamiento era funcional. Comprensible. Mientras menos personas llegaran al final, mejor sería la recompensa. Esa era una de las reglas no escritas que todos conocían, pero que pocos se atrevían a aplicar tan abiertamente.

Masacres como esa no eran raras. Eran parte del juego.

Y ahora, con las restricciones activas y sin poder usar artefactos, todo se volvía más crudo. No había forma de defenderse si no contabas con una buena condición física o algún objeto camuflado que pudiera ayudarte.

La suerte dejaba de existir. Sobrevivir se volvía una cuestión de cálculo, oportunidad y crueldad.

En ese tipo de escenario, lo normal era que tarde o temprano... comenzaran a llover balas.

***

El pánico que había comenzado a extenderse entre los jugadores se transformó en violencia. Ya no gritaban. Ahora peleaban.

El hombre que, hacía unos minutos, había estado apuñalando sin control, yacía muerto fuera del edificio. Su cuerpo, tirado contra el suelo, aún sostenía el cuchillo con los dedos tensos.

La razón de su muerte era evidente. Un sujeto enorme, claramente un jugador con rol de tanque, había intervenido. Su sola presencia bastaba para imponer respeto. Altura descomunal, espalda ancha, brazos gruesos como columnas y un rostro nada amigable.

Había sujetado al asesino como si fuera un muñeco. Los cortes del cuchillo no le hicieron daño. Ni siquiera se inmutó. Al contrario, parecía que lo habían irritado.

Sin esfuerzo, lo levantó del suelo y lo lanzó contra la pared de vidrio. El impacto fue brutal. El cuerpo rebotó y cayó como un saco vacío.

Nico lo observó todo desde la distancia y comprendió que no podía quedarse quieta.

Era cuestión de tiempo para que alguien la alcanzara o para que una bala perdida encontrara su camino.

Tenía que moverse.

Con movimientos bajos, casi felinos, se deslizó por el suelo, agachándose y pasando entre escritorios, incluso arrastrándose cuando fue necesario.

Entonces, un disparo sonó.

Nico reaccionó de inmediato. Se lanzó al suelo, rodó hacia un escritorio que tenía justo enfrente y se cubrió detrás de él.

Las balas comenzaban a cruzar la sala como insectos de metal, rebotando en paredes y atravesando monitores.

Entre la confusión, vio algo que le llamó la atención.

Dos figuras conocidas se cubrían detrás de otro escritorio cercano. Eran los mismos hombres que antes habían intentado convencerla de formar equipo. Esta vez no estaban solos.

Un tercer jugador se había unido a ellos. Un chico joven, de mirada perdida, casi ajeno al peligro real que lo rodeaba. No era difícil imaginar por qué lo habían aceptado: probablemente era la única opción disponible.

Lo que Nico pensaba en ese momento era que ese muchacho estaba perdido. Permanecer con ese par era una muerte segura.

Las balas seguían cayendo como gotas de metal desde el cielo. Cualquiera que tuviera un arma respondía al atacante que estaba atrincherado tras una pared.

Desde su posición, Nico podía verlo con claridad: ese sujeto estaba bloqueando el acceso a las escaleras al tercer piso.

Era, sin duda, un enemigo para todos.

—¿Y ahora adónde...? —murmuró, escaneando el área con la mirada.

A pocos metros, en una esquina junto a una pared decorada con un retrato siniestro de una calavera, distinguió un ascensor.

Varias personas corrían hacia él como si fuera la única esperanza de salvación.

—¡Ahí! —se dijo.

Sin perder un segundo, se lanzó en esa dirección. Intentó acortar distancia con una pirueta rápida. Las balas le rozaban con un silbido.

Nico estaba a punto de alcanzar la puerta del ascensor, pero alguien la empujó con tanta fuerza que la desplazó hacia un lado, haciéndola caer de rodillas.

Quien lo había hecho era el mismo sujeto que, minutos antes, había arrojado al loco del cuchillo afuera.

Desde el suelo, aún recuperando el equilibrio, Nico presenció el horror que había empezado.

—¡Ahhh! —Los gritos salieron al instante.

El ascensor que estaba lleno hasta el tope estalló en llamas. Las puertas se sellaron atrapando a todos dentro. El metal crujió por los intentos de escape de las personas.

Los que no alcanzaron a entrar se quedaron paralizados, mirando la escena. Sus cuerpos temblaban, pero no por frío.

Nico apretó los dientes. No dijo nada, ya que sabía que ella habría muerto ahí si no fuera por ese tipo.

En medio del caos sofocante, una voz rompió el silencio momentáneo.

—¡Aquí! —gritó una chica, alzando el brazo—. ¡Aquí hay escaler...

No terminó la frase.

Una ráfaga de disparos la atravesó por completo, y su cuerpo cayó como una muñeca rota, desplomándose con un sonido seco contra el suelo.

—¡Cállate, maldita! ¡Aquí nadie pasará! ¡Yo me encargaré! —rugió un hombre vestido completamente de negro.

Su rostro estaba cubierto por una máscara opaca. Era el mismo que, segundos antes, había eliminado al tirador que custodiaba las escaleras. Pero este nuevo sujeto era distinto.

No era un improvisado. Sabía lo que hacía.

Tenía experiencia real con armas de fuego. Nico no lo reconocía, pero entre algunos círculos de gremios en España, ese hombre era una figura conocida: un cazador experto, temido por su precisión. Su puntería era legendaria... al menos, según ciertos rumores. Aunque también había quienes negaban todo, afirmando que era solo otro jugador violento con suerte.

No importaba.

Allí, en ese momento, la diferencia entre mito y verdad desapareció por completo.

Sin piedad, comenzó a disparar a todo lo que se movía. Su forma de moverse, de recargar, de cambiar de objetivo... no dejaba espacio a dudas.

Los cuerpos caían uno tras otro. Algunos no tuvieron tiempo de reaccionar. Otros intentaron cubrirse tras muebles volcados o lanzarse al suelo, desesperados por no ser los siguientes.

En medio de aquella lluvia de disparos, el arma del tirador finalmente se quedó sin balas. Sin perder tiempo, intentó recargar.

Pero en ese breve instante, un sujeto apareció por detrás de Nico y lanzó un cuchillo con fuerza. El atacante, demasiado concentrado en su próxima carga, no vio el filo venir.

La hoja se clavó directo en su rostro.

Cayó de espaldas, con los dedos aún apretando el gatillo. El arma escupió el resto de las balas sin control, dibujando un patrón errático en el aire antes de quedar en silencio.

Cuando los jugadores vieron que el tirador había muerto, varios corrieron hacia las escaleras.

Nico no lo pensó. Se puso de pie y los siguió. Pero justo cuando dio su primer paso firme, una explosión sacudió el piso entero.

El maldito había dejado una trampa.

Las escaleras, su única salida, ya no existían. Solo quedaba un hueco enorme que se abría hacia el piso inferior, lleno de escombros y llamas.

Nico se detuvo en seco.

Su respiración se agitó. No entendía qué acababa de pasar. Un olor fuerte, químico, le llenó los pulmones. El calor a sus espaldas aumentaba con rapidez, empujándola, como si quisiera lanzarla hacia el vacío.

Corrió la mirada por el lugar. No había salidas. No había ventanas. No había puertas.

Solo entonces lo vio.

Una parte de la escalera aún colgaba, torcida, apenas sujeta al concreto. Era delgada, inestable. Pero era suficiente para sus opciones.

Si lograba impulsarse bien y calculaba con precisión, podía alcanzarla.

—¡Ahhh! —exhaló Nico, y sin pensarlo, se lanzó.

Corrió directo hacia la pared, dio un par de pasos en ella y utilizó los restos metálicos colgantes como impulso. En el aire, estiró los brazos y se aferró con fuerza a la barandilla torcida que colgaba del segundo piso.

Con esfuerzo, se impulsó hacia arriba.

Al llegar, sus ojos recorrieron el lugar. Lo que vio primero fue ocho cuerpos. Todos sin vida; algunos parecían haber sido alcanzados por disparos y otros, simplemente, calcinados.

Un sonido la sacó de su asombro.

Una voz temblorosa subía desde el piso inferior:

—¡Ayuda... ayúdenme!

Era una joven.

Su ropa desgarrada dejaba ver una pierna ensangrentada, atravesada por lo que parecía ser una bala. También se notaban unos símbolos grabados en su túnica. Nico supuso que era una sanadora, tal vez alguien con habilidades curativas.

Qué ironía amarga tener el don de salvar vidas… y no poder hacer nada por la suya.

Sin dudarlo, Nico rebuscó en su inventario y sacó una de sus pociones de curación. El calor del fuego comenzaba a subir con fuerza, empujando el aire desde abajo como una exhalación ardiente.

—¡Espera! —gritó, apuntando desde arriba—. ¡Atrápala!

Lanzó la poción con todo el cuidado posible.

La sanadora la atrapó, y por un instante, Nico pensó que había funcionado. Pero el frasco resbaló de sus manos y cayó al suelo.

Ambas lo siguieron con la mirada. La botella giró en el aire, rebotó contra una roca y se hizo pedazos.

El silencio que siguió fue seco.

La joven se quedó quieta. Su mirada se perdió. A sus espaldas, las llamas se acercaban, iluminando su silueta. No hacía falta decir nada. Las dos sabían que esto estaba casi perdido.

—¡Espera! —gritó Nico, sacando otra poción.

La única forma de salvarse era saltando, pero estar con una pierna así, ni siquiera un intento era posible.

Ya era tarde. El fuego la acariciaba. La chica cerró los ojos y, sin decir palabra, se dejó caer al vacío.

Nico, por puro instinto, intentó lanzar la segunda poción, pero sus dedos se detuvieron. Ya no había a quién salvar.

La sanadora, con una expresión resignada, cayó sin emitir un solo grito.

Lo único que sonó fue el golpe seco allá abajo.

Nico se quedó inmóvil. Sus ojos, fijos en el vacío, seguían el rastro invisible de un cuerpo que ya no volvería a levantarse. No hubo lágrimas, ni palabras. Solo el silencio que deja una muerte rápida. Suspiró hondo. Luego, sin decir nada, se giró y subió los últimos peldaños hasta alcanzar el segundo piso.

El lugar estaba cubierto de polvo y cenizas. Los restos de la explosión aún impregnaban el ambiente con olor a quemado y metal caliente. Entre los escombros, esparcidos como si un derrumbe acabara de ocurrir, pudo reconocer a dos figuras. Eran los mismos tipos que, al inicio, le habían propuesto formar equipo. Ahora ellos estaban calcinados, retorcidos, reducidos a una forma irreconocible.

Cerca de ellos, acurrucado contra la pared, había un joven. Tenía los ojos abiertos como platos y la piel tan pálida que parecía a punto de desmayarse. No se movía, no hablaba, apenas si respiraba. Su mirada estaba fija en ningún punto, como si su mente hubiera quedado atrapada en otra parte, lejos del desastre que lo rodeaba.

Nico pensó, por un instante, que era el tercer miembro de aquel grupo, pero al acercarse con más atención y ver su rostro con claridad, lo reconoció. No era uno de ellos.

Era el mismo chico que, antes de que todo comenzara, había gritado desesperado entre la multitud.