El banquete negro galopaba en la calle.
Solo habían pasado diez minutos desde que abandonaron la orilla, pero cada minuto se sentía como un año para Simon. Pisó el acelerador y pasó dos semáforos seguidos. Sin embargo, no importaba lo rápido que condujera el coche, no había nada que pudiera hacer cuando se habían detenido en el tráfico.
Subió la calefacción a tope. Pero Emily, que estaba sentada a un lado, seguía temblando.
Emily se hizo un ovillo. Simon sostuvo sus manos blancas con firmeza mientras ella también agarraba las de él con tanta fuerza que incluso sus nudillos se pusieron blancos.
Parecía que sentía que algo iba muy mal. Cerró los ojos y siguió murmurando: "Mi bebé..."
Simon se acercó a ella y finalmente escuchó sus palabras.