Cuando él terminó de masajear su entrecejo, de repente advirtió que la apariencia de aquella mujer era radicalmente distinta aquella noche.
Él dejó de frotarse el rostro y la escrutó con una mirada ansiosa.
Notó que llevaba la ropa que él le había comprado hacía un año, durante la estancia de ella en su casa. Su larga cabellera caía sobre sus hombros. Bajo aquella luz, su rostro proyectaba un aura femenina que enmascaraba la frialdad de su cuerpo.
A pesar de que la luz era débil, se podía apreciar un hematoma en su delicado rostro. Aquella lesión era notoria, pues su piel era blanca.
Instintivamente, Farid extendió la mano para tocar su rostro, pero ella dijo: "¿Qué te sucede?"
El cuerpo de ella se puso en tensión, pero no intentó esquivar su mano. Él palpó suavemente, con sus dedos, la hinchazón del rostro de Ángeles. Preguntó con voz ronca: "¿Has sufrido otra herida?"
De golpe, ella retrocedió. "No te preocupes; seguro desaparecerá en unos cuantos días".