Aquella noche la luna no proyectaba una luz redonda, sino más bien curva, tan débil que era casi invisible. De repente, una nube negra cubrió la escasa luz lunar y todo el bosque de aquella montaña se transformó en un área oscura, en la que resultaba imposible ver algo.
Ángeles también sostenía en la mano un dispositivo de rastreo. En medio de la oscuridad, ella escuchó el sonido de una reacción infrarroja, proveniente del otro extremo de aquel calmado bosque. Alertada, de inmediato se ocultó tras una piedra.
Era evidente que la distancia entre los dos era de cien metros. Ella podía sentir su presencia, y ellos podían sentir la de ella a su vez. Ella y ellos sabían que su objetivo se encontraba a escasos cien metros de distancia.
Sin la conexión a una computadora, el dispositivo solo podía detectar la señal; era incapaz de determinar la dirección de la misma.