En un estudio de la oficina del presidente, Ariel estaba leyendo un libro, ataviada con un traje informal. Atrás habían quedado sus días de pelear y matar, y ahora llevaba una agradable y pacífica vida. Todos los días lo veía partir y aguardaba ansiosamente su regreso.
Ahora ella llevaba una nueva vida; tenía un hogar, un lugar al que pertenecía. Esa era la clase de vida que siempre había anhelado.
A las once y media, Farid, Enrique y Alicia caminaban juntos. En ese momento, ella salió del estudio, situado en el segundo piso.
Al ver que se aproximaban, ella sonrió y, saliendo a su encuentro, dijo: "Vaya, hermana, Enrique, ustedes también han venido".
Enrique la miró, sonriente, pero había algo que él no había hecho: no se había atrevido a contarle aquello a Richard, pues no quería que su buen amigo se disgustara.
"¡Enrique y tu hermana han venido a cenar hoy!", anunció Farid, al tiempo que su mirada amable se posaba en el rostro de ella.