Estaba sentada como si la hubieran vertido en el asiento, con las piernas cruzadas, postura casual, rostro ridículo de una manera que me hacía querer tirar mi rutina de cuidado facial a la basura.
Conocía ese rostro.
Todo el mundo lo conocía.
Era la Octavia—premios cinematográficos, campañas de perfumes de diseñador, el tipo de actriz que podía llorar en un primer plano y hacer sollozar a todo el cine.
Había visto su última película tres veces y todavía no la había perdonado por morir hermosamente bajo la lluvia.
En persona, se veía aún más absurdamente impecable.
Como si alguien la hubiera photoshopeado a la vida real sin pedirnos permiso al resto de nosotros.
Entré detrás de Ashton, con las piernas moviéndose en piloto automático, y me deslicé en el asiento frente a ella.
Ella sonrió.
Yo sonreí.
Todo fue muy educado e incómodo.
No tenía ni idea de qué demonios estaba pasando.