La noche siguiente, comenzamos el ensayo durante la cena.
Ashton despidió al personal a mi insistencia.
Luego, en lugar de sentarse frente a mí como de costumbre, se deslizó en el asiento junto al mío, como si ya estuviéramos en la fiesta de su abuelo interpretando a la feliz pareja.
Me señaló dónde se sentaría la gente, a quién debía vigilar, qué tío fingía ser vegetariano para impresionar a su esposa obsesionada con los jugos verdes pero que en secreto devoraba filetes como un trol cavernícola, y cuál casi voló un sitio de construcción porque —escucha esto— pensó que un montón de dinamita parecía «divertido».
Además, había una prima que podría venir por mi garganta porque Ashton aparentemente la había hecho arrestar por conducción temeraria.
Era lo más que me había hablado desde que comenzó todo esto.
Y aunque su tono era seco y objetivo, las cosas que decía eran... extrañamente divertidas.
Me encontré relajándome e incluso soltando alguna que otra risa.