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—No, no, ¡eso no es lo que quería decir! —Priya parecía a punto de llorar otra vez—. Solo que no lo expresé muy bien...
Se frotó los ojos con el dorso de la mano. Tenía los dedos rojos y agrietados, con la piel descamándose cerca de los nudillos. Algunas zonas parecían en carne viva.
—Solo estamos en noviembre —dije, frunciendo el ceño—. ¿Qué demonios le pasó a tus manos?
Ella metió rápidamente los brazos dentro de las mangas.
—No es nada. Estoy acostumbrada a hacer tareas domésticas en casa.
La miré fijamente. Volvía a parecer pequeña, encorvada dentro de ese abrigo demasiado grande, intentando desaparecer en él. Solté un suspiro.
—Te iría mejor quedarte aquí y conseguir un trabajo. No puedes seguir haciendo de criada para esa gente. Tu madre estaba hablando de casarte ahora mismo, ¿verdad?
Ella asintió.
—Encontraron a un tipo de cuarenta años. Habían llegado a una especie de acuerdo antes de que nos fuéramos.