Rhys sacudió la cabeza con tanta fuerza que casi se cae del taburete.
Sus ojos inyectados en sangre estaban fijos en mi mano mientras intentaba alcanzarla de nuevo.
—¡Para ya! —le espeté, apartándola—. No me toques.
Se veía tan patético.
Abrió la boca —para disculparse, quizás— pero todo lo que salió fue un balbuceo:
—Tienes que escuuu...
Le di un empujón. No muy fuerte.
Pero aun así se desplomó como un saco de ropa mojada, cayendo de lado del taburete y golpeando el suelo con un ruido sordo.
—Por Dios —murmuré.
No hizo ningún esfuerzo por levantarse. Simplemente se quedó ahí sentado, con la espalda contra la barra, las piernas extendidas y la cabeza caída sobre el pecho.
Yvaine lo pinchó con la punta de su tacón alto.
—¿No estará muerto, verdad?
—Todavía respira... creo —. Me incliné para verlo más de cerca y casi me caigo yo también.
La habitación se balanceaba. De repente, había dos Rhys nadando en mi visión.