—¿Qué es esto? ¿Te dieron una paliza?
Cheng Peng saltó del sofá, su rostro iluminado por la emoción.
—¿Quién podría haberte derribado?
Bin se quejó entre lágrimas:
—Eran demasiados y muy fuertes, jefe, creo que me he metido en problemas. Voy primero al hospital; me duele horrores.
—Está bien, está bien, está bien —Cheng Peng estaba eufórico—. Bin, esto es un accidente laboral. Te transferiré veinte mil en un momento. Ve a que te traten primero.
—Entonces... gracias, jefe, creo que necesitaré tomarme unos días libres.
—No hay problema, no hay problema, tómatelo con calma. Vuelve a la empresa cuando te hayas recuperado.
Después de colgar el teléfono, Bin arqueó una ceja, encontrando algo divertido e irónico que ni siquiera le hubieran golpeado y aun así hubiera conseguido sacar veinte mil de ello.
Mirando a los atónitos Xu Ran y Cheng Ying, se rio y dijo:
—¿Qué están mirando? Vamos a regresar.
Durante medio mes.
Bin no fue visto por nadie.