El corazón de Jean latía dolorosamente en su pecho. Pero no se inmutó.
Esta vez no.
—Dije que no —espetó, empujando su pecho—. ¡Suéltame!
Tyler le agarró las muñecas... con firmeza, sin lastimarla, pero lo suficientemente fuerte para mostrarle quién seguía teniendo el control.
—Eres mía —dijo simplemente—. Y no importa cuán lejos huyas, ni a quién recurras... siempre te encontraré.
Jean contuvo la respiración.
Tenía que pensar. Rápido.
Tragándose el pánico que le quemaba la garganta, obligó a su voz a mantenerse firme.
—¿Me quieres, verdad? —dijo en voz baja—. Entonces no me lastimes aquí. No con gente afuera.
Eso lo hizo dudar.
La miró, entrecerrando los ojos.
«Chica lista».
Jean aprovechó el momento de vacilación. Se inclinó un poco, fingiendo ceder. —Abre la puerta. Déjame refrescarme. Hablaremos.
Tyler la estudió... tentado, intrigado.
Pero Jean ya estaba contando.
Tan pronto como él retrocedió para abrir el cerrojo, ella se movió.