—Adams... —gruñó.
Pero ella no llegó muy lejos.
En un rápido movimiento, la agarró por la cintura y la jaló de vuelta hacia él. La espalda de ella chocó contra su pecho, y él la mantuvo allí firmemente.
—Maldita sea, Adams —siseó—, dame un respiro. Deja de actuar como una gata salvaje y no intentes huir. Ni siquiera puedes mantenerte en pie sin caerte.
—Puedo arreglármelas —espetó ella, retorciéndose inútilmente en su agarre.
Él la ignoró y abrió la puerta del coche, prácticamente colocándola en el asiento del pasajero como a una niña malcriada. Ella resopló pero esta vez no lo combatió.
Deslizándose en el asiento del conductor, Logan exhaló pesadamente y sacó su teléfono.
—Henry —dijo—. Me dirijo al ático cerca del parque central. Trae un pijama de mujer y llama al médico. Dile que esté allí en treinta minutos.
Jean giró la cabeza bruscamente.
—¿Llamaste... a un médico para mí?