—¡DETENTE! —gritó Hannah, corriendo hacia el fuego.
Los ojos de Jean se abrieron de par en par mientras su corazón caía hasta su estómago.
—¿Qué demonios...?
Frenó bruscamente, abrió la puerta de golpe y salió disparada.
Emma no se quedó muy atrás.
Las llamas lamían las esquinas de una maleta... su maleta. El olor a cuero y tela quemados la golpeó como un puñetazo.
Y allí mismo, con las mangas de la camisa arremangadas, sosteniendo una botella de whisky... estaba Alex Adams.
El hermano mayor de Jean.
Su sangre.
Su enemigo.
—¡Has perdido la maldita cabeza! —gritó Jean, cargando contra él, empujándolo hacia atrás—. ¡¿Qué crees que estás haciendo?!
Alex tropezó ligeramente pero no se inmutó. Sus ojos estaban inyectados en sangre, sus labios curvados en una mueca burlona.
—¿Crees que puedes simplemente marcharte? ¿Entregar nuestra empresa a ese bastardo de Kingsley? ¿Crees que eres libre ahora?