Dia: 12 Cuando el Dia se volvio Noche

La noche anterior había sido extrañamente tranquila. El refugio del viejo Adams se sentía más lleno de lo usual, no solo por el calor que dejaban los cuerpos en los sillones polvorientos, sino por la presencia de nuevos rostros.

Ana, la chica que Francis —Z— había traído el día anterior, había pasado la noche en la base. Roy y William también habían dormido allí, ya casi por costumbre. Las bromas, el humo de cigarrillos de mejor calidad y la voz ronca del viejo contando historias bélicas hicieron que todos bajaran la guardia por un momento. Fue una noche rara. Casi… humana.

Pero esa mañana, las cosas cambiaron.

Apenas el sol empezó a teñir de naranja los campos y tejados de West Hollow, el grupo se separó en sus tareas diarias. Carla, J, Danny y Francis salieron temprano. Estaban en una de las rutas menos vigiladas, terminando de colocar las últimas cámaras que Francis había recuperado de viejas tiendas, postes de seguridad y casas abandonadas.

Roy, William y Ana que se habían quedado en la base aparte de los invitados de ayer que aun seguían durmiendo, aunque Ana ya estaba despierta frente las pantallas.

La chica de ojos grandes y rímel corrido, esa misma que la noche anterior admitió que solo se había acercado a Francis porque quería probar un cigarro con alguien que “olía a desastre y a rebeldía”, ahora estaba sola frente a las pantallas, con las manos temblorosas y los ojos abiertos de par en par.

—¡Roy! ¡William! ¡Chicos, vengan, vengan YA! —gritó desde la sala de monitores.

Roy llegó primero, medio dormido, con una manta colgándole del hombro.

—¿Qué pasa?

—Mira… —Ana apenas pudo hablar—. ¡Mira la calle!

En las pantallas, el pueblo era una escena sacada del fin del mundo.

Las criaturas ya no esperaban la noche. El primer monstruo apareció tambaleante por la esquina de la ferretería. Luego otro. Y otro. Gente gritaba. Un policía abrió fuego. Los infectados corrían, mordían, desgarraban. No había tiempo de entenderlo: el infierno se había soltado bajo la luz del día.

Fue en ese momento cuando la puerta de la base se abrió de golpe y Francis entró corriendo, jadeando.

—¡¡CIERREN TODO YA!! —gritó—. ¡Empezó!

Detrás de él llegaron J, Carla y Danny, empapados de sudor y tierra. Se habían escapado por segundos. Casi no lo lograban.

Adams ya estaba cargando su vieja escopeta, con el ceño fruncido.

—Esto no es una ola. Es el mar entero viniéndose encima —murmuró, mientras bloqueaba una de las ventanas.

Francis se dejó caer en una silla, con el pecho subiendo y bajando violentamente. Ana lo miró, furiosa y aterrada.

—¿Qué mierda está pasando, Francis? ¡¿Qué es eso allá afuera?!

—Son los mismos de siempre… —logró decir—. Solo que ahora no se esconden.

Nadie dijo nada. Solo se escuchaba la estática de las cámaras y el zumbido bajo del generador eléctrico de emergencia.

El viejo Adams miró a todos y dijo con voz grave:

—Realmente fuimos dados de baja. Esto… esto es aislamiento total. esta pasando de nuevo. Nos están dejando pudrirnos solos.

Todos tragaron saliva al mismo tiempo.

Y aunque el mundo afuera se caía a pedazos, adentro, la verdadera batalla apenas comenzaba: la de la mente, la de la resistencia, la de seguir adelante cuando todo apunta a que es inútil.