MI PRIMERA VEZ EN SU CAMA

[En su cama]

Pasaron los días. Después de aquel encuentro en el cine, Rober y yo no dejamos de hablar ni una sola noche. Su voz me buscaba a través de notas de audio. Sus mensajes, cada vez más atrevidos, me hacían temblar entre las sábanas. Aunque todavía no habíamos hecho nada íntimo, el deseo crecía entre nosotros como fuego encerrado en una botella.

Coordinamos vernos un sábado. Esta vez, la cita sería diferente. Iríamos a su apartamento. Yo sabía lo que eso significaba, aunque nunca le confesé un detalle: sería mi primera vez.

Llegó el sábado. Los nervios y la emoción se mezclaban en mi cuerpo. Me arreglé con cuidado. Una blusa rosa ligera, un jeans ajustado y ese perfume dulce que sabía que se quedaría en su cama. Me pasó a buscar, como siempre, en la estación de metro María Montes. Cuando llegue al estación, me recibió con una sonrisa y una mirada que hablaba sin palabras.

—Estás muy hermosa muñequita —me dijo, mordiéndose el labio.

Nos fuimos hacia Gregorio Luperón, en Villa Mella, donde él vivía. El camino se sintió rápido. Hablamos poco, pero nuestras mirada decían todo. Al llegar a su apartamento, noté lo ordenado que era. No había nadie más. Solo él y yo… y lo que estaba por pasar.

—Voy a darme una ducha rápido, ponte cómoda —me dijo.

Lo vi caminar hacia el baño, quitándose la ropa sin vergüenza. Su cuerpo era fuerte, definido, y verlo así, completamente desnudo, me hizo sentir calor en lugares que ni yo misma entendía. Mientras él se bañaba, yo me senté en la cama, tratando de calmar mi respiración.

Al salir, en toalla alrededor de la cintura, se acercó y me miró fijamente.

—¿Estás bien? —preguntó con voz suave.

—Sí —respondí, aunque dentro de mí el corazón latía desbocado.

Nos sentamos en la cama y comenzamos a hablar. De cosas sencillas, de lo que nos gustaba, de cómo nos atraíamos. Fue natural, íntimo… hasta que su mano tocó mi rostro y, sin pedir permiso, me besó.

Su boca era cálida, húmeda, segura. Me besaba como si ya fuera suya. Sus manos bajaron por mi espalda, desabrochando poco a poco mi blusa, hasta dejar mis pechos al descubierto. Me miró, los acarició y luego los besó con hambre, como si los hubiera estado soñando.

[Me hizo suya]

Yo no sabía exactamente qué hacer, pero mi cuerpo respondía. Me dejé guiar, me dejé tocar, me dejé desnudar. Me acostó en la cama y subió sobre mí, su cuerpo cubriendo el mío como una sábana caliente. Su lengua bajó por mi cuello, por mis senos, por mi vientre… hasta llegar a lo más íntimo.

Gemí suavemente. Nunca había sentido eso antes. Cada caricia suya me quemaba, pero de placer. Me acarició, me besó ahí… y yo, temblando, solo podía cerrar los ojos y dejarme llevar.

Cuando subió otra vez, me abrió las piernas con cuidado, sin apuro. Me miró a los ojos y me susurró:

—¿Estás segura que deseas hacerlo?

Yo accedí. No le dije que era virgen. No quise arruinar el momento. Solo quería sentirlo dentro de mí.

Entró con cuidado, despacio, pero aún así sentí ese pequeño dolor… el que siempre dicen que duele la primera vez. Pero también sentí algo más: un calor indescriptible. Él se movía lento, me hablaba al oído, me besaba el cuello mientras nuestros cuerpos se unían por primera vez.

No duró horas. Pero fue suficiente. Para mí, fue el inicio de algo que nunca había sentido. Una mezcla de miedo, placer y deseo. La primera vez que fui mujer… y fue con él que sentí mi primer orgasmos.