UN RELATO ERÓTICA DE MIS SALIDAS
La noche no había terminado. En el apartamento de Robert, mi cuerpo ya había cruzado esa línea invisible entre lo que imaginaba y lo que ahora estaba sintiendo. Mi primer orgasmo había dejado mi cuerpo temblando, pero sus caricias, su presencia, su forma de besarme… todo en él me hacía querer más. Mucho más.
Estábamos desnudos, entre sábanas suaves, sudor y respiraciones mezcladas. Robert volvió a colocarse encima de mí, con su cuerpo bien rico cálido, duro, perfecto. Me besaba el cuello mientras deslizaba sus manos por mis caderas, mis muslos, mis senos… me tocaba como si conociera cada rincón de mi piel.
—Muñequita… no sabes lo que provocas en mí, me susurró al oído, antes de volver a besarme con esa mezcla de ternura y deseo que me volvía loca.
Me volvió a penetrar, esta vez más lento, con movimientos profundos y suaves. Su cuerpo se movía dentro de mí con una cadencia deliciosa. Yo gemía bajito, con los ojos cerrados y la boca entreabierta.
—Ay… Robert … qué rico… me gusta muchísimo como lo haces, le dije, apenas pudiendo hablar entre jadeos.
Mis piernas lo rodeaban con fuerza, mientras él me besaba el pecho, el cuello, los labios. Sentía que cada parte de mi cuerpo estaba viva, reaccionando solo a él. Entonces, me giró con suavidad al borde de la cama, de lado, cuidando cada movimiento, asegurándose de que yo estuviera cómoda.
Desde atrás, volvió a entrar en mí. Sus manos seguían acariciando mis caderas, mi cintura, mis senos. Me besó el hombro, y en medio del vaivén, su voz volvió a acariciarme con palabras inesperadas:
—Ana… realmente desconozco cómo es posible que tu vagina sea tan estrecha… me estimula más, me hace desearte más… eres diferente, eres extraña… pero en el mejor sentido.
Sus palabras me hacían vibrar más que cualquier caricia. Me sentía tan deseada, tan única en sus brazos. Cerré los ojos, dejándome llevar por sus movimientos. Él seguía embistiéndome lento, pero cada vez más profundo, mientras gemía junto a mí.
—Ya… ya estoy teniendo un orgasmo… mmm… ay mami… tu vagina es muy dulce… —dijo entre gemidos graves, jadeando en mi oído.
Sentí cómo su cuerpo se tensaba. Sus movimientos se volvieron más intensos por unos segundos y luego más lentos, como si estuviera derramando dentro de mí todo su deseo. Sus brazos me apretaban con fuerza, con necesidad.
[Entre besó y sábanas]
Me giró nuevamente hacia él. Me miró a los ojos, con el pecho agitado, y me acarició el rostro con ternura.
—Dame eso, muñequita… eres perfecta en todo… no hay nada como tú.
Me besó con una dulzura que contrastaba con la pasión del momento. Yo sentí que mi corazón se aceleraba aún más. No solo era el placer… era el lazo que se había creado entre nosotros esa noche. Un lazo que ya no se podía romper.
Lo abracé fuerte, apoyé mi cabeza en su pecho y escuché los latidos de su corazón, mientras sus dedos jugaban con mi cabello.
—Gracias por esta noche… por hacerme sentir tan viva por enseñarme el verdadero sentido a la vida me gusto lo que hicimos —le dije en voz bajita.
Él sonrió, y sin decir nada más, me abrazó más fuerte.
Y así, entre sus brazos, entendí que había algo más profundo que solo sexo. Había conexión, entrega… y un tipo de placer que no solo se sentía en el cuerpo, sino también en el alma.