UN RELATO ERÓTICA DE MIS SALIDAS)
Los días seguían su curso, y Robert y yo manteníamos nuestro ritual perfecto: hablábamos durante toda la semana, nos deseábamos desde la distancia, y cada fin de semana nos volvíamos a encontrar en su apartamento como si no pudiéramos vivir sin tocarnos, sin vernos, sin sentirnos el uno al otros.
Cada vez que llegaba a su casa, todo mi cuerpo se preparaba para él. No eran solo nuestras pieles las que se buscaban… nuestros corazones también empezaban a acercarse más de lo que queríamos admitir. La atracción física ya era evidente, pero ahora había algo más que nos envolvía.
Esa tarde, mientras estábamos acostados en su cama, desnudos bajo la sábana, él me abrazó por detrás, y sus labios se posaron en mi cuello.
[LA QUÍMICA DICE TODO]
—Ana… ¿por qué no puedo dejar de pensar en ti? —susurró—. ¿Será que Dios preparó todo esto para que estemos juntos?
Me giré lentamente, quedando frente a él. Sus ojos, oscuros y brillantes, me miraban con una intensidad que me hizo temblar nuevamente y empecé a excitarme.
—Mírame a los ojos, Ana. Dime que sientes lo mismo que yo… ese escalofrío cuando estás cerca de mí. Ese fuego que me recorre cada vez que te toco.
Su voz era firme, pero dulce. Me hablaba con el alma. Por un momento no supe qué decir. Lo miré en silencio, mis dedos jugando con su pecho, sintiendo cómo latía su corazón debajo de mi mano.
Suspiré profundo. Ya no podía callarlo más. Tenía que decírselo todo.
—Robert… yo realmente, a pesar de haber tenido sexo contigo dos veces en realidad… nunca había estado con nadie más antes.
—¿Qué? —preguntó sorprendido, pero con una sonrisa suave—. ¿En serio?
—Sí… tú fuiste el primer chico con el que tuve sexo. —le confesé—. Cuando te vi en la app de citas, me llamaste muchísimo la atención. Tu físico, tu forma de escribir… me atraparon. Pero te seré sincera… al principio, solo quería que tú fueras quien me hiciera mujer. Solo quería dejar de ser virgen. Estaba cansada de esperar. Pero… con el tiempo… me he dado cuenta de que hice bien en dar ese paso contigo.
Robert me miró sin decir nada por un momento. Su mano acarició mi rostro y me dio un beso lento, lleno de ternura.
—Ana… gracias por confiar en mí. No sabes lo feliz que me hace saber eso. No solo porque fui el primero, sino porque ahora entiendo por qué siento esta conexión tan fuerte contigo. Es más que sexo.
Me sentí completamente desnuda frente a él, no por estar sin ropa, sino porque le había entregado una parte de mi verdad, de mi historia. Y él la había recibido con respeto y cariño.
—Tú me cambiaste la vida, Robert, le dije. Me hiciste sentir cosas que nunca imaginé. No solo placer y orgasmo… también seguridad, ternura, deseo… y eso no se encuentra en cualquier parte.
Me abrazó fuerte, como si tuviera miedo de soltarme.
—No te voy a fallar, muñequita… lo que estamos viviendo no lo quiero perder. Y si tú me dejas, yo te voy a cuidar… te lo prometo.
Cerré los ojos y me dejé envolver por su abrazo. Por primera vez, supe que ya no era solo lujuria… era el inicio de algo que podía convertirse en amor.
Y aunque el fuego seguía ardiendo entre nuestros cuerpos, algo más fuerte comenzaba a nacer entre nuestros corazones.