Capitulo 22

El aire del bosque, denso y opresivo, apestaba a sangre coagulada, hierro y miedo animal, un sudorario asfixiante sobre el campo de batalla sembrado de cuerpos.

El Lobo Demoníaco avanzó hacia Diana con la gravedad de un verdugo, sus colmillos reluciendo bajo la luna como dagas de marfil, goteando saliva espesa. Su mirada carmesí, implacable como un faro de muerte, se clavó en ella. Los músculos bajo su pelaje de sombra se tensaron, un muelle comprimida lista para destrozarla.

Pero antes de que la muerte saltara...

"Woooooo—"

Un gemido débil, casi lastimero, rasgó el silencio desde atrás.

¡Grieta! (Sonido de rama pisada)

Las orejas puntiagudas del lobo se giraron como radares. Un gruñido ronco, cargado de sorpresa y una súbita cautela, brotó de su garganta.

"¿Grrr...?"

Algo se agitaba en la oscuridad de los arbustos, exactamente donde había arrojado el cuerpo quebrantado de Alex.

Paso... Paso...

Una mano, empapada en sangre oscura y tierra, emergió del follaje destrozado. Los dedos, retorcidos y fuertes, se aferraron al suelo como garras. El Lobo Demoníaco se inmovilizó por completo.  El instinto, ancestral y agudo, le gritaba que algo estaba terriblemente mal.

Entonces surgió Alex.

Su figura se recortó contra la penumbra, tambaleante pero vertical. Sangre fresca manaba a borbotones de un tajo profundo en su hombro derecho. Su pierna izquierda se arrastraba tras él, un fardo de carne desgarrada e inútil. Sin embargo, avanzaba. Sin quejido. Sin vacilar. Como si el dolor fuera un concepto ajeno.

Su mirada, fría como el vacío interestelar, se fijó exclusivamente en el Lobo Demoníaco.  Inquebrantable. Antinatural. Mortal.

Un gruñido gutural, profundo y vibrante como un terremoto, retumbó en el pecho de la bestia.  ¡PELIGRO! El instinto le ordenaba retroceder.  Dudó, dando un lento paso atrás, los colmillos descubiertos en una mueca defensiva.

A Lina se le heló la sangre en las venas.  «¿Qué... demonios es esto? ¿Cómo diablos sigue en pie?»  El terror que sentía por el lobo se mezcló ahora con un pavor primigenio hacia lo que emergía de los arbustos.

Diana, aún empuñando su espada con desesperada firmeza, entrecerró los ojos, analizando la escena con la mente en llamas.  «Ese lobo... ¿por qué me dio la espalda? Estoy aquí, armada, lista... ¿y yo ignora? ¿Para él? ¿Un hombre destrozado, desangrándose, sin arma... representa una amenaza mayor que yo?»  La lógica se quebraba ante lo imposible.

Los dedos de Alex se crisparon, las uñas clavándose en las palmas ensangrentadas.  Su cuerpo se encogió ligeramente, un felino herido pero letal, guardando el movimiento de la bestia.

El Lobo Demoníaco decidió actuar.  Se agachó hasta rozar el suelo con el vientre, los músculos enrollándose como cables de acero bajo su piel oscura.  Sus ojos de rubí ardieron con una violencia pura, homicida.

Entonces—

"¡AWWOOOOOOOOOOOOOOOO!"

El aullido no fue sonido; fue un muro físico.  Hendió el aire como un hacha, hizo vibrar los dientes en sus cuencas y perforó los cerebros con la fuerza de un taladro.  Fue un grito diseñado para paralizar, para aterrorizar hasta la médula.

El cuerpo de Alex se bloqueó instantáneamente.  Rígido como una estatua de hielo.

'Mierda. No puedo... moverme.'  Luchó contra la fuerza adormecedora que le invadía los nervios, un veneno de puro sonido.  Pero sus miembros, sus músculos, se negaron a obedecer.  Estaba atrapado en su propia carne.

El lobo se abalanzó.  Un relámpago de sombra y dientes.

Mandíbulas abiertas hasta desencajarse.  Colmillos amarillentos, manchados de rojo, apuntando a su garganta.  La muerte cayó en picado, silbando.

Alex, impotente, cerró los ojos.  Aceptando lo inevitable.

Silbido. (El aire cortado por algo veloz)

Kchk. (El sonido limpio y definitivo de un corte perfecto)

Ruido sordo. (Algo pesado cayendo al suelo)

Una voz,  suave como la seda rozando la piel, pero con una fuerza subyacente que resonó en el silencio súbito, llegó a sus oídos:

"Hmm... Llevo bastante tiempo buscándolo."

Alex forzó sus párpados a abrirse,  cada músculo facial protestando.

Un caballero se alzaba ante él,  ataviado con una armadura plateada que parecía beber la escasa luz de la luna, pulida hasta brillar con un fulgor sobrenatural.  De su espada larga y recta, goteaba sangre negra y espesa.  A sus pies, separado del cuerpo que yacía inmóvil un metro más allá, la cabeza del Lobo Demoníaco contemplaba el cielo con ojos ya vacíos.

La caballera ladeó la cabeza con curiosidad,  estudiando el rostro ensangrentado.  "¿Qué te paso?"  preguntó, su tono era de genuina curiosidad, no de reproche.

Con un movimiento, deliberado, casi lento ceremonial,  se quitó el yelmo.

Pero Alex...  su visión se nubló de repente,  el mundo se sumió en un remolino de sombras y destellos borrosos.  Un dolor inmenso,  como si una roja de agujas de hielo se hubiera estallado dentro de su cráneo y su pecho,  lo paralizó.

GWAK. (Sonido gutural, ahogado, de dolor extremo)

El esfuerzo sobrehumano, la pérdida de sangre, la presión constante del terror y el súbito vacío tras la adrenalina... todo colapsó sobre él.  Su cuerpo, al fin, ocurrió.

Ruido sordo. Alex se desplomó hacia adelante,  como un árbol derribado,  su conciencia apagándose antes de que su rostro golpeara la tierra fría.  El último pensamiento fue un eco de esa voz suave... y el brillo plateado que no llegó a ver con claridad.