capitulo 24

Alex la miró fijamente, sus ojos oscuros ocultando un torbellino de pensamientos.  «He hecho muchas en esta vida... Tendrás que ser más específico, General.»

Danis no apartó la mirada, sus ojos de rubí escarbando en los suyos como dagas.

—Te enfrentaste a un Lobo Demoníaco Alfa —aclaró, cada palabra fría y medida—. Mató a diez Guardias, hombres endurecidos en cien batallas, como si fueran cachorros. Y tú, un chico malherido y con una espada que apenas sabías empuñar, lo desafiaste con las manos vacías. ¿Por qué?  ¿Qué demonios te impulsó?

«Porque correr era una sentencia de muerte disfrazada» , pensó Alex, recordando el peso viscoso del miedo en sus entrañas.  «Esa cosa habría descuartizado a los demás y luego me habría cazado como a una liebre herida. Elegí luchar... Luchar como un condenado por esos sueños que todavía no he cumplido.»

Pero lo que dijo fue:

—Porque huir no me habría salvado. Esa bestia me habría alcanzado después de acabar con los demás. Elegí luchar... por lo que aún quiero vivir.

FLASHBACK - Una hora antes, el claro ensangrentado

El aire olía a hierro, a terror ya muerte inminente.

—¡Toma esta espada! —La voz de Diana cortó como un cuchillo mientras lanzaba la hoja hacia Alex. Su rostro estaba tallado en granito sombrío—. Hoy solo hay dos caminos: corres como un cobarde y te devoran... o te quedan y mueres con algo de dignidad. — Sin esperar respuesta, saltó del destrozado vagón, espadas cortas brillando en sus manos.

Alex atrapó la espada al aire, su empuñadura fría y ajena en su mano sudorosa.  El corazón le martillaba contra las costillas, un tambor de guerra frenético. Siguió a Diana, sus pasos torpedos sobre la tierra manchada de rojo. Al emerger, la escena lo golpeó: siete guardias, rostros demacrados y armaduras abolladas, formaban un círculo tambaleante alrededor de la masa oscura y gruñente del Lobo. Un octavo guardia, ligeramente apartado, estaba encorvado sobre un cristal azul que palpitaba con luz tenue, susurrando con voz desesperada.

Alex se acercó furtivamente, arrastrando los pies.

—¡Necesitamos refuerzos YA , mi Señora! ¡Hay demasiados! ¡El Alfa es una pesadilla hecha carne! ¡Los niños...!

El cristal crujió, emanando estática, antes de que una voz firme, metálica, inyectada con una autoridad absoluta, resonara desde su interior:

«Mantengan la línea. Llego en exactamente cinco minutos. Protejan a las herederas Caspin con sus vidas. Son el futuro.»

—¡Entendido, mi General! — El guardia presionó el cristal hasta hacerlo añicos en su puño ensangrentado.  Desenvainó su espada con un rugido desgarrador, uniendo su sombra al círculo de la muerte.

A Alex se le heló la sangre.

Cinco minutos. Solo trescientos malditos segundos.

Su mirada se desvió hacia el Lobo Demoníaco.  Sus ojos de rubí fundido,  llenos de una inteligencia sádica,  se habían fijado en él.  Una sonrisa torcida se dibujó en sus fauces babosas.

Si corro, me perseguirá primero. Soy el más débil. La presa más fácil.

Y luego, el pensamiento visceral, el combustible que quemaba su miedo:

No. NO PUEDO MORIR. No aún. No antes de... antes de sentir a una mujer. Antes de follar como un condenado. Antes de cumplir al menos ESE sueño.

Una determinación férrea, brutal, nacida del instinto más básico, se apoderó de él. Apretó la empuñadura de la espada hasta que los nudillos palidecieron.

No. No caeré aquí. No hoy.

De vuelta al presente - La austeridad de la capilla

Danis Dathar, la Reina de la Espada Despiadada, lo observó durante un silencio que se extendía como un lago helado.  Sus ojos escarlata no parpadearon, escudriñando cada microgesto de su rostro, cada mentira potencial, cada verdad oculta.  Finalmente, ascendió, un movimiento casi imperceptible.

—Has demostrado tener agallas — reconoció, su voz perdiendo un ápice de su filo glacial—. Coraje auténtico, no la bravuconería de los necios. Incluso para tu juventud. La mayoría, incluso veteranos, habrían roto filas y huido al ver esa bestia. Tú... te mantuviste firme.  A pesar de las heridas, a pesar del terror, enfrentaste la oscuridad. — Se enderezó, su armadura blanca emitiendo un tenue susurro metálico. — Te has ganado el favor de un Caballero Imperial. Un favor de sangre y valor.  Pídeme lo que desees, Alex Perrin. Si estás dentro de mi poder y no traiciona al reino... será tuyo.

Alex apenas dudó.  No había lugar para grandiosas ambiciones o peticiones épicas en su mente.  Solo la realidad cruda, urgente, que lo había perseguido incluso hasta las fauces del lobo.  Su voz fue clara, directa, carente de vergüenza o pretensión:

—Tres monedas de plata. Las necesito para pagar una deuda familiar.  Eso es todo.

El silencio que siguió fue aún más profundo que el anterior.  Los ojos de rubí de Danis se estrecharon levemente, un destello de... ¿sorpesa? ¿Incredulidad? ¿O algo más profundo? cruzando su rostro impasible. Esperaba una espada encantada, entrenamiento, un título quizás... No esto. Nunca esto.