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Capítulo 1: Un Mundo extraño

El bosque estaba en silencio. La bruma de la mañana se deslizaba entre los árboles altos y torcidos, mientras Niki avanzaba con paso firme, el rifle de caza con silenciador bien sujeto entre sus manos. Sus sentidos estaban atentos, afinados por años de experiencia. Un crujido a su izquierda lo alertó. Se agachó y apuntó. A unos metros, un Maldraz solitario husmeaba entre los arbustos.Un disparo seco, certero. La criatura cayó sin emitir un solo sonido.Niki se acercó con cuidado, verificando que estuviera muerta. Era grande. Fuerte. Se lo echó al hombro sin esfuerzo y caminó de regreso hasta su furgón, estacionado a un par de kilómetros. Lo subió a la parte trasera y cerró la compuerta con un golpe seco. Luego arrancó.Al llegar al pueblo, disminuyó la velocidad y se detuvo frente a la entrada. Un guardia armado se acercó. Niki bajó ligeramente la ventanilla y le mostró una placa metálica que colgaba de su cuello. El guardia asintió con la cabeza y lo dejó pasar sin decir una palabra.Avanzó por las calles estrechas hasta una zona comercial improvisada. Había unos veinte pobladores caminando entre los puestos, intercambiando mercancías, hablando bajo y mirando con desconfianza a los forasteros. Niki se estacionó junto a un puesto de carnes. Detrás del mostrador, Bren lo esperaba con una sonrisa torcida.—¿Cómo estuvo la caza? —preguntó Bren, limpiándose las manos en un trapo sucio.—Tranquila —respondió Niki, mientras abría la parte trasera del furgón.Sacó el cuerpo del Maldraz y lo dejó caer sobre la mesa con un golpe sordo. Bren lo inspeccionó de inmediato.—Es uno grande... bastante grande.Le pagó por la caza en créditos y raciones. Niki sacó una bolsa de tela y se la entregó. Bren la abrió y revisó su contenido: una docena de dientes afilados, duros como piedra.—Maldraz joven. Resistentes. Buenos para armas... o para amuletos. —Le lanzó una mirada cómplice—. Te ganaste una ración extra... y una ducha caliente.—Gracias —respondió Niki, guardándose los créditos.Se dirigió a la parte trasera del puesto, donde había unas duchas improvisadas para los cazadores Mientras el agua tibia, ligeramente turbia, caía sobre sus hombros, Niki cerró los ojos, dejando que el calor aliviara el cansancio de sus músculos. El silencio del cubículo, roto solo por el goteo constante, le trajo una calma frágil. Pero entonces, un pinchazo familiar le apretó el pecho, como si algo en su interior se resistiera a la quietud. Sus dedos rozaron una cicatriz vieja en el antebrazo, una línea irregular que apenas recordaba cómo había ganado. Y, sin previo aviso, su mente se quebró.Una estación de tren emergió entre la niebla, el aire frío mordiéndole la piel. Tenía quince años, la mochila colgando de un hombro, los pasos resonando en el andén desierto. Frente a él, un hombre de bata blanca, con el rostro demacrado, rebuscaba en su maletín. Niki se acercó, el corazón latiendo con una mezcla de esperanza y rabia. Levantó el brazo, dejando al descubierto las venas negras que serpenteaban bajo su piel, como grietas en un cristal roto.—¿Falta mucho para la cura? —preguntó, su voz más frágil de lo que quería.El científico lo miró, los ojos cargados de un pesar que Niki no entendió entonces. No respondió. Solo bajó la mirada, como si la pregunta fuera un peso que no podía cargar.El vapor de la ducha lo arrancó del recuerdo, denso y sofocante. Niki abrió los ojos de golpe, el corazón acelerado, el agua ahora fría contra su piel. Apoyó una mano contra la pared, respirando con dificultad, como si acabara de correr kilómetros. La imagen del científico se desvaneció, pero dejó un eco amargo en su pecho, una mezcla de pérdida y rabia que no podía nombrar. Se frotó la cara con ambas manos, con fuerza, como si pudiera borrar no solo el agua, sino el hueco que aquel recuerdo siempre dejaba. No funcionó.Salió del cubículo, el aire fresco golpeándolo como un recordatorio de que el pasado no se lava tan fácil.Se vistió con su ropa habitual: pantalones oscuros, camisa negra ajustada, botas gastadas pero resistentes. Recogió su equipo, salió por la parte trasera y pasó junto a Bren.—Gracias por la ducha —dijo sin detenerse.—Cuando quieras, hermano —respondió Bren, sin levantar la vista de un trozo de carne que estaba cortando.Niki caminó hasta el armero, un pequeño taller de metal y pólvora. Al entrar, el olor a aceite quemado y acero lo envolvió. Detrás del mostrador, un hombre corpulento y calvo levantó la vista.—¿Qué tienes?—El rifle se traba al recargar —respondió Niki, colocándolo sobre la mesa con cuidado.El hombre lo tomó, revisó el cargador, el cerrojo, la mira.—Está sucio. Muy sucio. Y el resorte del cargador está a punto de partirse —diagnosticó—. Déjamelo. Pasa mañana.Niki asintió y se retiró en silencio. Subió a su furgón, condujo por unos minutos y salió del centro del pueblo. Su casa estaba en las afueras, una construcción de dos pisos bien cuidada por él mismo. A pesar del entorno hostil, había logrado mantenerla en pie, segura. Cerró la puerta con llave, se quitó las botas y subió a su cuarto.Durmió profundamente.Pero no por mucho.Al amanecer, se despertó sobresaltado, bañado en sudor. La pesadilla había sido intensa: sirenas, explosiones, gritos. Imágenes de fuego y caos. Su pecho subía y bajaba con fuerza. Se sentó en la cama, respirando agitadamente, y justo entonces escuchó golpes en la puerta.Se levantó de inmediato, tomó su cuchillo por precaución y abrió.Era Bren.—Tengo un trabajo —dijo directo, sin rodeos—. El doble de paga, si lo aceptas.Niki lo miró en silencio, midiendo la situación.—¿De qué se trata?—Unos colonos fueron interceptados por bandidos. Les quitaron un cargamento importante... suministros valiosos. No quieren que el resto del pueblo se entere, así que necesitan a alguien que pueda recuperarlo.Niki cruzó los brazos. Pensó durante unos segundos, luego asintió.—Está bien.—Perfecto —respondió Bren, aliviado.Le entregó un pequeño mapa doblado y una hoja con indicaciones escritas a mano.—Prepara tus cosas. Saldrás al amanecer.Niki cerró la puerta con firmeza y comenzó a prepararse. Se puso sus pantalones negros de combate, las botas de montaña gastadas pero resistentes, y una polera de manga larga color plomo. Luego, ajustó su chaleco antibalas, reforzado artesanalmente con protecciones de motociclista, y encima se colocó su chaqueta de mezclilla negra, raída en los bordes pero funcional.Tomó su pistola y la aseguró en la cartuchera que llevaba en la pierna. Revisó su mochila con suministros básicos, agua, algunos vendajes, y salió de la casa sin mirar atrás.Subió a su furgón modificada para resistir los terrenos hostiles: carrocería reforzada, parrilla metálica superior para equipamiento adicional, ventanas blindadas y neumáticos todo terreno. Encendió el motor y se dirigió al taller del armero.Al llegar, el mismo hombre del día anterior lo esperaba con el rifle en la mesa.—Le ajusté algunas cosas —dijo mientras se lo entregaba—. De cortesía, te cambié la mirilla. Esta tiene mejor alcance. Solo... trátalo con cuidado. Y suerte en la siguiente caza.—Gracias —respondió Niki, tomando el arma y revisándola con una mirada rápida pero detallada.Subió al furgón, colocó el rifle en el asiento del copiloto y arrancó. Tomó rumbo hacia la salida del pueblo, con el mapa de Bren en la guantera y la pantalla del GPS encendida en el tablero. El sistema mostraba los posibles caminos que podía tomar, aunque no todos eran seguros.Observó la ruta con atención. Eligió una carretera secundaria que pasaba por zonas boscosas, ideal para evitar enfrentamientos directos. Condujo en silencio, atento al entorno. Cada cierto kilómetro se detenía, bajaba la velocidad y escaneaba el horizonte con la mirada, buscando señales de Maldraz o bandidos. El mundo ya no era un lugar donde se podía conducir con tranquilidad. Cada paso fuera de los muros era una apuesta.Y Niki apostaba todos los días.Luego de conducir unas horas, Niki llegó a una colina desde la que podía ver un pequeño pueblo abandonado. Detuvo el furgón, tomó el rifle y se apoyó en el capó, analizando el terreno. El sol comenzaba a caer, tiñendo el cielo de tonos anaranjados, pero el ambiente parecía tranquilo.A lo lejos, divisó un taller mecánico abandonado. Frente a él, cinco hombres se calentaban alrededor de una fogata. A sus espaldas había una caja abierta con mercancía y medicamentos. En el techo del edificio, un sexto hombre vigilaba con un rifle de francotirador.Niki no lo pensó dos veces. Subió al furgón, apagó las luces y avanzó lentamente hasta quedar oculto a unas cuadras. Apagó el motor, dejó el rifle dentro y descendió solo con su pistola. Se movió con sigilo, trepó al techo por un costado y, sin hacer ruido, tomó por la espalda al francotirador. Le rompió el cuello con precisión, dejando caer el cuerpo sin ruido.Desde lo alto, observó a los cinco hombres armados abajo. Sin piedad, se lanzó sobre ellos. Cayó directamente sobre uno, clavándole el cuchillo en la cabeza. Los otros no tuvieron tiempo de reaccionar.Con rapidez, Niki lanzó el cuchillo a otro, que recibió el impacto en el pecho y fue arrojado varios metros hacia atrás. Un tercero lo apuntó con su rifle, pero Niki tomó el cañón y lo dobló con una sola mano. El hombre quedó paralizado por el miedo. Niki le dio un golpe brutal en la cabeza que lo dejó estampado contra el suelo.Uno de los bandidos logró dispararle en el hombro. Niki se cubrió tras un auto oxidado. La herida sangraba, pero no lo detuvo. Tomó un ladrillo del suelo y se lo lanzó al atacante con fuerza. El impacto fue seco.Sin perder tiempo, desenvainó su pistola y le disparó en la frente. Luego, giró con precisión y le dio un tiro certero al último, directo al pecho, justo en el corazón.Luego se quedó en silencio, atento a cualquier sonido que indicara la presencia de más hombres. Pero no había nada. Solo el crujir del fuego y el viento arrastrando polvo entre las ruinas.Niki caminó hacia el cargamento, revisó el contenido y comenzó a guardar todo lo que los bandidos habían sacado. Al sellar la caja, notó algo a un costado: la culata de un arma. Era un rifle de francotirador, nuevo y bien cuidado, claramente de mejor calidad que el suyo. Lo tomó y se lo echó al hombro sin pensarlo demasiado.Luego cargó la caja. Aunque era pesada, la levantó como si nada y la llevó hasta el furgón. Subió todo, arrancó el vehículo y se marchó. A lo lejos, el taller mecánico quedó en llamas, desplomándose a pedazos entre humo y brasas.Al llegar al pueblo, Niki condujo por la parte trasera del puesto de Bren y entregó el suministro. Bren lo felicitó al ver la caja intacta.—Buen trabajo, Niki —dijo—. Pero ve a la enfermería, estás herido.—No es nada —respondió él, restándole importancia.—No discutas. Anda —insistió Bren, con un tono firme.Niki recibió el pago, se despidió con un leve gesto y se dirigió al armero. Al llegar, le entregó el viejo rifle y le mostró el nuevo.—Necesita un silenciador y una culata más cómoda —dijo.El armero lo tomó, lo examinó con atención y silbó, impresionado.—Este rifle… es del colapso. Y está en excelente estado. Es un buen hallazgo.—¿Puedes hacerle las modificaciones?—Claro, pero te va a costar un poco más —respondió mientras colocaba el arma sobre la mesa.Niki sacó una bolsa con créditos y la dejó frente a él sin decir palabra.El armero la tomó, la pesó con la mano y asintió.—Hecho… pero tú también deberías ir a la enfermería. Estás sangrando mucho.Niki se retiró del taller y se dirigió a la enfermería. Al entrar, Lya lo atendió. Estaba limpiando la herida de un niño que se había caído recientemente. Al verlo, Lya le lanzó una mirada cansada.—Toma asiento —le dijo con tono serio.Luego se levantó, cerró las ventanas y echó el seguro a la puerta. Niki se sentó en silencio, se quitó la chaqueta y la armadura, dejando al descubierto la herida.—Solo porque resistas más que los demás, no significa que no puedas morir —comentó Lya, visiblemente molesta mientras preparaba lo necesario para curarlo.—Fue solo un rasguño —respondió Niki con indiferencia.Lya comenzó a limpiarle la herida. Antes de sacar la bala, lo miró con firmeza.—Te va a doler. El agujero ya se estaba cerrando.Niki apretó los dientes. Se quejó apenas, pero aguantó el dolor sin protestar. Cuando Lya terminó, lo vendó con cuidado.—Deberías descansar unos días.—Sabes que no será necesario —dijo él mientras comenzaba a vestirse de nuevo.—Si no lo haces, los demás empezarán a sospechar de ti —insistió ella, mirándolo con preocupación.Niki se puso la polera. Lya observó por un instante las cicatrices que recorrían su cuerpo. Guardó silencio, pero luego habló con un dejo de nostalgia.—Me acuerdo cuando llegaste. Eras solo un niño, tan débil… con un cuchillo enterrado en el estómago. Cualquiera se hubiera desangrado, pero tú resististe. Y al día siguiente, solo te quedó esa fea cicatriz.Niki se dio vuelta. Se acercó a ella y, sin decir nada, le dio un abrazo.—Gracias —murmuró.—Cuídate —respondió Lya con voz baja.Niki asintió y se marchó.