Primeros Cambios

El canto de los pájaros lo despertó antes de que sonara la alarma. Kenji abrió los ojos y se quedó inmóvil, escuchando el silencio sereno del amanecer. Una brisa fresca entraba por la ventana entreabierta, y el aroma a madera y tatami volvió a recordarle dónde estaba. Sonrió. No había sido un sueño. Seguía en Horimiya. Seguía siendo Kenji Hori.

Se levantó despacio, desperezándose como un felino. En el espejo, su reflejo le devolvió la mirada con seguridad. Cada línea, cada músculo, cada rasgo seguía ahí. No puedo mentirme… me encanta este cuerpo. Soltó una risa baja antes de alisar el cabello y tomar la toalla para ir al baño.

El agua fría le despejó las ideas mientras repasaba mentalmente el plan: adaptarse sin llamar demasiado la atención, ganar la confianza de todos y, poco a poco, construir la vida que siempre deseó. Nada de crisis existenciales, nada de dudas innecesarias. Era una comedia romántica, y él pensaba brillar.

Cuando bajó, Yuriko ya estaba en la cocina, como una reina silenciosa, moviéndose entre ollas con gracia natural. El aroma del miso llenaba el aire. Kyoko revisaba su celular apoyada en la mesa, mientras Sota jugaba con bloques de colores en el suelo.

—Buenos días —saludó Kenji con voz cálida.

—Te levantaste temprano —comentó Yuriko sin voltear, aunque en su tono había una ligera sorpresa.

—Es un buen hábito —respondió Kenji, sentándose a la mesa con una sonrisa impecable.

Kyoko levantó la vista y frunció el ceño.

—¿Por qué hablas como adulto motivador?

—Porque soy mayor que tú. Y porque alguien tiene que dar el buen ejemplo —respondió con naturalidad, sirviéndose arroz.

—¿Desde cuándo te importa dar el ejemplo? —preguntó, arqueando una ceja.

Kenji sonrió.

—Desde que me di cuenta de que vale la pena.

Kyoko lo observó unos segundos más, pero no insistió. Yuriko, por su parte, dejó un bol de miso frente a él y lo miró de reojo.

—Hablando de buen ejemplo, no olvides que hoy me ayudas con las bolsas después de clases.

—Por supuesto, mamá. —La palabra volvió a salir con tanta naturalidad que casi sonó afectuosa. Yuriko pareció notarlo, porque sus labios se curvaron apenas en una sonrisa leve.

Después del desayuno, Kenji y Kyoko caminaron juntos hacia la escuela. El sol bañaba las calles con una luz suave, y el sonido lejano de bicicletas y pasos llenaba el aire. Kyoko no tardó en romper el silencio.

—¿Estás seguro de que no te golpeaste la cabeza o algo?

—¿Por qué lo dices? —Kenji sonrió.

—Porque llevas dos días actuando… no sé, raro. Más amable. Más sonriente.

—¿Y eso es malo? —preguntó, fingiendo inocencia.

—No… pero no eres así normalmente. Antes eras más…

—¿Apático? —completó él, riendo suavemente.

Kyoko se encogió de hombros.

—Supongo.

Kenji miró el cielo un instante. Sí, tal vez el Kenji original era así. Pero ese ya no existe.

Cuando llegaron a la entrada del instituto, las miradas volvieron a clavarse en él, igual que el día anterior. Algunos saludos tímidos, otros más efusivos. Kenji respondía a todos con cortesía natural, lo que solo aumentaba el murmullo a su alrededor.

En clase, la rutina comenzó tranquila. Sin embargo, al sonar la campana del receso, alguien se acercó a su pupitre. Era Yuki Yoshikawa, con su sonrisa dulce y un aura un poco nerviosa.

—Hori-san… ¿puedo preguntarte algo?

—Claro —respondió Kenji, inclinándose ligeramente hacia ella.

—¿Es cierto que sabes tocar el piano y la guitarra?

Kenji sonrió.

—Supongo que los rumores vuelan rápido. Sí, toco. ¿Por qué?

—¡Genial! —exclamó Yuki, brillando de emoción—. Verás, Tooru y yo estábamos pensando en organizar algo para el festival escolar… y sería increíble tener música en vivo.

—¿Algo como… una banda? —preguntó Kenji, con genuino interés.

—¡Sí! Aunque no sabemos quién más podría unirse…

—Déjamelo a mí —respondió con confianza—. Lo haremos memorable.

Yuki abrió los ojos con sorpresa, pero asintió sonriendo.

—Contaba contigo. Gracias, Hori-san.

Cuando ella se alejó, Kenji apoyó la barbilla en la mano, pensativo. Una banda, ¿eh? Perfecto. Nada conecta más que la música. Esto será divertido.

El resto del día transcurrió entre clases y conversaciones ligeras. En un momento, Marin volvió a aparecer, radiante como siempre, lanzándole una sonrisa amplia.

—Kenji-kun, ¿ya pensaste en lo que hablamos ayer?

—Lo del evento —recordó él—. Sí, sigo interesado.

—¡Genial! Entonces te paso los detalles luego —dijo ella, guiñándole un ojo antes de marcharse.

Kyoko, que había presenciado la escena, le dio un codazo apenas discreto.

—No empieces a coquetear con todas.

Kenji sonrió sin mirarla.

—¿Quién dijo que estaba coqueteando?

La tarde llegó y, tras la última clase, ambos regresaron a casa. Yuriko los esperaba con una lista de compras en mano. Kenji tomó las bolsas sin quejarse, para sorpresa de su madre.

—¿Qué te pasó, Kenji? —preguntó, cruzándose de brazos.

—Nada malo, mamá. Solo… estoy intentando ser alguien mejor.

Ella lo miró en silencio por unos segundos, como si intentara leerlo. Luego sonrió con ternura.

—Me gusta ese cambio.

Kenji sintió algo cálido en el pecho. Era la primera vez en años —o en vidas— que esas palabras significaban tanto.

Más tarde, cuando el sol se ocultaba, Kenji estaba en su habitación afinando la guitarra. Los acordes resonaban suaves, llenando el aire con una melodía improvisada. En su mente, las piezas comenzaban a encajar: una banda, un círculo de amigos sólido, una familia feliz. Todo lo que siempre soñó estaba al alcance de su mano.

Pero no podía ignorar el eco de una sensación extraña: algo se movía en la sombra de ese mundo perfecto. Algo que cambiaría las reglas del juego. Aún no sabía que sus futuros encuentros con Sakura y Sawada marcarían el inicio de una historia que nadie había escrito antes.

Kenji sonrió, pulsando un acorde final.

—Vamos a hacer esto grande —susurró para sí mismo.

Cuando terminó de afinar la guitarra, el sonido quedó flotando en el aire como una promesa. Kenji dejó el instrumento a un lado y se recostó en el futón, observando el techo con una sonrisa leve. Todo parecía tan simple y, al mismo tiempo, tan enorme. Había cruzado una línea invisible entre la fantasía y la realidad, y ahora cada decisión contaba. No había puntos de guardado. No podía reiniciar si se equivocaba.

Un golpe suave en la puerta lo sacó de sus pensamientos.

—¿Puedo pasar? —Era la voz calmada y firme de Yuriko.

Kenji se incorporó de inmediato.

—Claro, mamá.

Ella entró con una taza de té en las manos. El aroma cálido llenó la habitación. Se sentó a su lado, en silencio, observándolo como quien mide algo que no termina de comprender.

—Últimamente… has cambiado —dijo al fin, sin rodeos.

Kenji sonrió con suavidad.

—¿Para bien o para mal?

—Para bien —respondió ella, y la sonrisa leve que acompañó esas palabras le pareció al joven más valiosa que cualquier elogio—. Pero me preocupa que sea demasiado repentino.

Kenji bajó la mirada, pensando en la respuesta adecuada. No podía decir la verdad, así que eligió una frase que no era mentira del todo.

—Solo me di cuenta de que… la vida no espera. Si uno quiere ser mejor, tiene que empezar ahora.

Yuriko lo observó en silencio por un momento. Luego asintió, dejando la taza a su lado.

—Eres joven, Kenji. Pero hablas como alguien que ha vivido demasiado.

Él sonrió, pero en sus ojos había algo más.

—Tal vez porque me cansé de desperdiciar el tiempo.

Yuriko no insistió. Se levantó, posó una mano cálida sobre su hombro y salió de la habitación sin decir nada más. Kenji la siguió con la mirada, sintiendo un peso extraño en el pecho. Había amor en esa familia, amor genuino, y eso lo motivaba aún más a no fallarles.

El reloj marcaba las once cuando apagó la luz y se acostó. Sin embargo, el sueño no llegaba. Sus pensamientos giraban en círculos, imaginando el festival escolar, la banda, los lazos que fortalecería. Y, entre esas ideas, surgieron dos nombres que lo hicieron fruncir el ceño: Sakura Kouno y Sawada Honoka. Dos figuras que apenas habían cruzado por el fondo de sus recuerdos, pero que en esta historia… tendrían un papel mucho mayor.

Se giró sobre el futón, mirando la luna colarse por la ventana.

—Aún no las conozco bien… pero lo haré. —Susurró para sí mismo, como una promesa secreta.

Mientras tanto, en algún punto de la ciudad, una chica de mirada suave escribía en silencio en su diario, sin saber que su mundo cambiaría pronto. Y en otro extremo, una joven de ojos fríos intentaba ahogar la sensación de vacío que la acompañaba cada noche. Ninguna imaginaba que el mismo nombre aparecería en sus vidas, uniendo destinos que jamás debieron cruzarse.

Kenji cerró los ojos al fin, sin notar la sonrisa que se dibujaba en su rostro. El juego apenas comenzaba.