El viernes por la tarde, el aula 3-B retumbaba de energía. Aunque las clases habían terminado, nadie se iba. Sengoku estaba revisando unos papeles del consejo estudiantil, mientras Remi, sonriente como siempre, lo esperaba pacientemente para irse juntos. Kyoko estaba con Miyamura compartiendo un manga que ella negaba gustarle pero leía con más interés que él. Y en una esquina, Ishikawa y Yuki discutían algo acaloradamente sobre si era mejor el ramen instantáneo con huevo o con queso rallado.
Kenji observaba la escena desde su pupitre, con la barbilla apoyada en la mano. Una semana más se iba, y sin embargo, no sentía la rutina como algo pesado. Todo parecía fluir con una calma encantadora, como si finalmente el mundo le estuviera dando tregua. Entonces su celular vibró.
Mensaje de Iura: "Trae tu bajo. Hay alguien que quiere conocernos."
Kenji arqueó una ceja. Respondió con un simple "Voy", recogió su mochila y se despidió con una leve inclinación de cabeza que todos ya reconocían como su "hasta luego". Cuando llegó al pequeño estudio que habían bautizado "La guarida", Iura ya estaba con su guitarra en mano, afinando distraídamente mientras hablaba con alguien.
Era una chica. Alta, cabello rubio claro, largo y lacio, ojos vivos y expresión despreocupada. Marin Kitagawa. Ella no pertenecía al paisaje habitual de Katagiri, y eso era obvio desde el primer momento. Su uniforme era diferente. Tenía un aire de libertad en cada movimiento.
—Tú debes ser Kenji —dijo ella, sonriendo con una mezcla de picardía y genuino interés—. Vaya voz tienes. Pensé que Iura estaba exagerando, pero lo comprobé con mis propios oídos.
Kenji dejó el estuche del bajo en una mesa y la miró con una leve sonrisa.
—¿Me escuchaste sin permiso?
—Llamémoslo una bendición del destino —respondió Marin con descaro, cruzándose de brazos—. Soy Kitagawa Marin. Me pasaré a Katagiri a partir del segundo año. Tu amigo me dijo que estaban formando una banda. Yo tengo ideas.
Iura interrumpió, casi saltando de emoción.
—¡¡Sí!! Le conté sobre el estilo visual-kei, del rock con toques teatrales, del sonido emocional... ¡Y resulta que también le gusta! ¡Quiere ayudarnos con los trajes, la estética, los conceptos!
Kenji levantó una ceja. —¿Trucos visuales para una banda de secundaria?
—No lo pienses así —replicó Marin, sin ofenderse—. Piensa en experiencia. ¿Quieres conectar con el público? No basta con sonar bien. Hay que hacerlos sentir. Y eso se logra desde que entras al escenario, no solo cuando suena el primer acorde.
Por primera vez, Kenji se sintió un poco fuera de balance. No estaba acostumbrado a que alguien con tanta energía invadiera su espacio sin pedir permiso… pero había algo en ella que no se sentía amenazante. Solo real. Como si fuera el viento en una ciudad estancada.
—Está bien —dijo, finalmente—. Te escucho.
Pasaron la siguiente hora discutiendo ideas, colores, estilos. Marin sacó su libreta de bocetos y mostró diseños para uniformes de escenario: uno oscuro con toques metálicos para Iura, algo más sobrio pero elegante para Ishikawa, y un diseño versátil para Kenji que equilibraba fuerza y presencia con una sencillez dominante. Él apenas hablaba, pero no dejaba de mirar los detalles. Era buena. Muy buena.
—¿Y tú? —preguntó finalmente, cuando Marin terminó de explicar—. ¿Solo diseño o también música?
—No toco nada —admitió ella—. Pero tengo oído. Sé reconocer calidad cuando la escucho. Me dedico más a lo visual, pero también siento la música. Y… me gusta cómo suenas.
Hubo un breve silencio. Iura intentó no sonreír como un idiota, aunque falló rotundamente. Marin tampoco pareció cohibida. Kenji, por su parte, simplemente inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Entonces trabajemos juntos.
Cuando salieron del estudio, ya de noche, Marin caminaba entre los dos chicos como si fueran viejos amigos. Contaba anécdotas de su escuela, su amor por el cosplay, y cómo le fascinaba convertir conceptos en imágenes vivas.
Kenji la escuchaba sin interrumpir, y aunque no decía mucho, comenzó a entender que esa chica traería un aire distinto a su vida. No como Sakura, con quien podía compartir silencios. Marin era una explosión, un lienzo sin miedo al color. Y eso también era necesario.
Más tarde, ya en casa, recibió un mensaje inesperado. Era de Sakura.
“¿Puedes ayudarme con algo? Estoy intentando hacer pasteles para el club, pero no me salen bien. ¿Tienes tiempo mañana?”
Kenji sonrió. Podía hacerlo. Sabía de repostería más de lo que le gustaba admitir. Pero más allá de eso… quería verla. Quería estar ahí.
“Claro. Dime a qué hora.”
El día siguiente fue una calma suave. Se encontraron en la cocina de la escuela, vacía por ser sábado. Sakura tenía una caja con ingredientes y una receta arrugada que parecía haber pasado por un huracán.
—Lo intenté tres veces. Todos los bizcochos terminaron siendo armas contundentes.
Kenji rió y se remangó la camisa.
—Vamos a arreglar eso.
Pasaron las siguientes dos horas entre harina, crema batida y risas contenidas. Sakura se relajó, incluso cuando fallaba en separar las claras sin romperlas. Kenji la guiaba con paciencia, pero también con firmeza.
—No subestimes el huevo. Respétalo.
—¡¿Cómo se respeta un huevo?!
—Con amor.
La risa estalló entre los dos. En un momento, Sakura intentó batir con demasiada fuerza y salpicó mezcla en el rostro de Kenji. Él se quedó quieto, parpadeó… y luego tomó un poco de crema con el dedo y se la puso en la punta de la nariz.
—Empate.
Sakura se cubrió la boca para no reír demasiado fuerte. Por un instante, parecían solo dos chicos jugando en una cocina, sin máscaras, sin expectativas.
Cuando el bizcocho salió del horno, esponjoso y dorado, ella lo miró con asombro.
—Lo logramos…
Kenji asintió.
—Lo lograste tú. Solo necesitabas una segunda mirada.
Ella lo miró. Por unos segundos, sus ojos no buscaron el pastel. Buscaron a Kenji. Y él lo supo. A veces, el amor no nace con un “me gustas”, sino con un “gracias por ver lo que yo no podía”.
Y eso, en su idioma compartido, era mucho más poderoso.