La mañana llegó con un sol brillante, pero para Kenji, el día se sentía gris. Apenas había dormido unas horas; la conversación con Reiji seguía repitiéndose en su cabeza como un eco imposible de silenciar. "Una semana". Siete días para decidir si dejaba atrás la rutina que tanto había aprendido a amar, o si se lanzaba a un mundo incierto donde la música sería todo.
Bajó a la cocina intentando que su rostro no delatara el torbellino interno. Yuriko estaba preparando el desayuno, tarareando suavemente una melodía que hizo que el corazón de Kenji se encogiera. Era un hogar tan cálido… ¿de verdad estaba dispuesto a arriesgarlo?
—Buenos días —saludó, forzando una sonrisa.
—Buenos —respondió Yuriko, devolviéndole la sonrisa que siempre lograba tranquilizarlo, aunque esta vez apenas surtiendo efecto.
Kyoko entró en ese momento, ajustándose el uniforme. Lo miró de reojo, sin decir nada, pero Kenji sintió que había algo distinto en esa mirada. Menos molestia, más… curiosidad. Y eso era peligroso.
Se sentaron a desayunar, y la conversación giró en torno a cosas triviales: el menú del almuerzo, las tareas de Sota, los preparativos para el evento cultural. Pero cada palabra le sonaba lejana. Solo pensaba en la tarjeta que había escondido en su escritorio, como una bomba de tiempo.
Cuando se levantó para salir, Kyoko lo detuvo con una frase casual:
—Hoy terminaré temprano. ¿Te paso a buscar?
Kenji dudó apenas una fracción de segundo antes de responder:
—No hace falta. Voy directo a ensayo.
Ella lo miró unos segundos más, y en ese silencio hubo algo que le erizó la piel. Luego asintió y salió sin decir nada más.
El aula de música era un caos incluso para los estándares de la banda. Marin había traído un panel de luces LED y un proyector portátil, y ahora discutía con Sengoku sobre los ángulos "cinematográficos" para la presentación.
—¡Esto no es un videoclip, Marin! —bramó Sengoku, ajustándose las gafas—. ¡Es un evento escolar!
—Precisamente —replicó ella, agitando un plano improvisado—. ¡Por eso debemos darles algo que jamás olviden!
Iura, mientras tanto, probaba pasos de baile frente a un espejo roto, tarareando algo que no tenía nada que ver con las canciones ensayadas.
Kenji entró con la guitarra al hombro, y la escena fue tan surrealista que por un instante olvidó sus problemas. Casi.
—Kenji, ¡justo a tiempo! —gritó Marin, corriendo hacia él—. Dime que estás listo para probar el efecto de humo.
—Por favor, no —murmuró Sengoku, hundiendo la cara en las manos.
Kenji sonrió débilmente, dejando la guitarra en su soporte. El ensayo comenzó entre risas, tropiezos y la energía caótica que Marin parecía generar sin esfuerzo. Pero incluso mientras tocaba, sintiendo la vibración de las cuerdas y el rugido de la batería, la sombra del café seguía allí, acechando.
Aurora Music.Una semana.Una vida distinta.
Se sorprendió cuando Iura le dio un codazo durante la pausa.
—Oye, ¿estás bien? Estás… raro.
Kenji se obligó a sonreír.
—Solo cansado.
Iura lo miró con desconfianza, pero no insistió. Por ahora.
Cuando llegó a casa esa noche, el ambiente estaba cargado de silencio. Kyoko estaba en el sofá, con el celular en la mano y una expresión neutra que no le gustó nada.
—Llegas tarde —dijo, sin levantar la vista.
—Ensayo se alargó —respondió él, dejando la mochila en el perchero.
Ella levantó la mirada entonces, y en sus ojos había algo que lo atravesó: no era enojo, era… duda.
—¿Solo ensayo? —preguntó, con voz suave pero cargada de filo.
Kenji sintió el corazón acelerarse, pero mantuvo el tono firme.
—Sí. ¿Por qué?
—Por nada —murmuró Kyoko, volviendo a la pantalla—. Solo… no quiero que termines perdiéndote.
Esa frase quedó flotando entre ellos como una sombra.
Más tarde, en su habitación, Kenji cerró la puerta con llave y sacó la tarjeta de Aurora Music. La sostuvo bajo la luz del escritorio, como si buscara respuestas en esas letras impresas. ¿De verdad podía hacerlo? ¿Podía abandonar todo por un sueño que ni siquiera sabía si era suyo o impuesto por la oportunidad?
Se dejó caer en la silla, cubriéndose el rostro con las manos. Y en ese instante, la puerta se abrió de golpe.
—¡Kenji, olvidaste…! —La voz de Kyoko se cortó de inmediato. Sus ojos bajaron, y él siguió su mirada hasta la tarjeta que brillaba sobre el escritorio.
El silencio que siguió fue más ensordecedor que cualquier grito.