Entre Sombras y Acordes

El amanecer llegó envuelto en un silencio que pesaba más que cualquier ruido. Kenji abrió los ojos con la sensación de que el reloj corría demasiado rápido, que cada tic-tac lo empujaba hacia un borde invisible. La luz suave que entraba por la ventana no traía paz; solo le recordaba que tenía menos de una semana para tomar una decisión que podía cambiarlo todo.

Aurora Music. El nombre brillaba en su mente como un letrero de neón, acompañando las palabras de Reiji: "Oportunidades así no esperan dos veces."

Se sentó al borde de la cama, frotándose el rostro. Apenas había dormido un par de horas. Pasó la noche tocando, componiendo fragmentos de melodías que no lograban calmar la tormenta en su cabeza. El sonido del piano había sido como un ancla, pero incluso así, se sentía a la deriva.

Al bajar a la cocina, el aroma a sopa miso y arroz recién hecho lo envolvió, pero no consiguió arrancarle una sonrisa. Yuriko estaba de espaldas, moviéndose con esa elegancia tranquila que siempre había admirado. Cuando se giró, lo miró con una calidez que casi le hizo olvidar el nudo en el pecho.

—Buenos días, Kenji —saludó con suavidad.

—Buenos… —respondió él, tomando asiento.

El silencio se instaló entre ellos mientras ella servía el desayuno. Normalmente habría charlado sobre cosas triviales, sobre Sota, sobre la escuela… pero no esa mañana. Algo en la atmósfera había cambiado desde la noche anterior, cuando Kyoko descubrió la tarjeta. Yuriko no lo había mencionado, pero Kenji sentía su mirada, como si quisiera leer sus pensamientos sin invadirlos.

Finalmente, ella rompió el silencio:

—Tu hermana está… preocupada.

Kenji alzó la vista, encontrando esos ojos que nunca juzgaban, pero que tampoco dejaban escapar nada.

—Lo sé —murmuró, bajando la mirada hacia el arroz que apenas probó.

—¿Es cierto? —preguntó entonces Yuriko, sin rodeos—. ¿Vas a dejar todo por… eso?

Kenji cerró los ojos un segundo. Por eso. Dos palabras que reducían toda la magnitud de la decisión a un simple objeto.

—No lo sé todavía —respondió, y fue la verdad más honesta que pudo dar.

Yuriko dejó los palillos sobre la mesa y apoyó las manos, mirándolo con una mezcla de ternura y firmeza.

—Kenji… no soy nadie para decirte qué hacer con tu vida. Pero escucha esto: lo que elijas, hazlo porque te hará feliz, no porque sientas que tienes que demostrar algo.

Esas palabras le golpearon más que cualquier regaño. Porque en el fondo, ¿qué estaba haciendo? ¿De verdad buscaba su felicidad… o solo cumplir una imagen imposible de perfección?

Asintió, sin poder articular nada más. Yuriko sonrió suavemente, se levantó y salió, dejándolo con el sabor amargo de las dudas pegado al paladar.

El aula de música era un caos organizado, como siempre. Marin estaba en el centro, dando órdenes como una directora de cine, mientras Iura trataba de improvisar pasos ridículos con la guitarra colgada al revés. Sengoku, con las gafas torcidas, parecía al borde de la histeria.

—¡Les digo que el cañón de humo ES NECESARIO! —gritaba Marin, sosteniendo un artefacto que parecía sacado de un concierto de rock—. ¡Sin efectos, no hay espectáculo!

—¡Es un evento escolar, Marin! —replicó Sengoku, al borde de la desesperación—. ¡Un evento escolar!

Kenji entró en medio del caos, y por un segundo, agradeció el ruido: era mejor que el silencio que lo esperaba en casa.

—Kenji-kun, ¡por fin! —Marin corrió hacia él, casi tropezando con un cable—. ¡Prueba esto! —Le colocó en las manos una chaqueta negra con detalles plateados que brillaban bajo la luz—. ¿No es perfecta para ti?

Kenji la sostuvo, sin saber si reír o llorar.

—Marin… esto parece sacado de un videoclip de K-pop.

—¡Exacto! —gritó ella, levantando los brazos como si hubiera ganado una batalla.

Kenji suspiró, dejándola sobre una silla antes de colgar su guitarra. Empezaron el ensayo, y por un momento, la música logró ahogar los pensamientos. Las notas fluyeron con la fuerza habitual, la batería rugió, la voz de Iura llenó el espacio con su energía inagotable. Pero en el fondo, Kenji sabía que estaba tocando sobre un hilo que podía romperse en cualquier momento.

La tensión se duplicó cuando la puerta se abrió y entraron Sakura y Sawada. Ninguna dijo nada, pero el peso de sus miradas lo atravesó como una descarga eléctrica. Sakura, con su calma habitual, se sentó en una esquina, observando en silencio. Sawada, en cambio, se apoyó en la pared, los brazos cruzados y la expresión tan fría que contrastaba con el fuego en sus ojos.

Kenji tragó saliva y siguió tocando, fingiendo normalidad mientras sentía que el aire se volvía irrespirable.

El ensayo terminó entre risas forzadas y comentarios dispersos. Nadie parecía notar la tensión que bullía bajo la superficie, pero Kenji la sentía como un peso sobre el pecho. Guardó su guitarra con movimientos mecánicos, evitando mirar hacia la esquina donde Sakura y Sawada seguían en silencio.

Cuando la mayoría salió, Marin se quedó rezagada, sentada sobre un amplificador, balanceando las piernas. Lo observó mientras él ajustaba las cuerdas, sus ojos brillando con esa chispa curiosa que siempre lo hacía sentir vulnerable.

—Kenji-kun… —dijo finalmente, con un tono más bajo del habitual—. ¿Estás bien?

Él levantó la mirada, intentando sonreír.

—Claro. ¿Por qué no lo estaría?

Marin frunció los labios, ladeando la cabeza como quien no compra una mentira.

—Porque no eres tú. Normalmente eres el que mantiene esto unido. Hoy… parecías lejos, muy lejos.

Kenji quiso decir algo ingenioso, pero las palabras se atascaron. Marin lo miraba con una mezcla extraña de picardía y genuina preocupación. No era solo una chica entusiasta del cosplay; era alguien que sabía leer más allá de la superficie.

—Solo estoy cansado —murmuró al final, cargando la guitarra sobre el hombro.

—Ajá… —respondió ella, sin apartar la mirada—. Pues espero que descanses, porque el próximo ensayo será brutal.

Su sonrisa volvió a ser luminosa, pero mientras lo veía salir, Kenji supo que había plantado la semilla de la duda. Marin no era de las que dejaban escapar un misterio.

La noche cayó sobre la ciudad como un manto espeso. Kenji llegó a casa sintiendo que las paredes lo observaban. Subió a su habitación sin cruzar palabra con Kyoko, que estaba en el sofá fingiendo ver la televisión, y cerró la puerta tras de sí.

Se dejó caer en la cama, el peso del día hundiéndolo en las sábanas. Pero la calma duró apenas unos segundos. Tres golpes suaves sonaron en la puerta.

—Kenji —la voz de Yuriko llegó amortiguada—. ¿Puedo pasar?

Él dudó, luego respondió con un "Sí" que sonó más frágil de lo que quiso.

Ella entró con una taza de té humeante y la dejó sobre el escritorio. No dijo nada al principio; solo lo miró con esa serenidad que siempre había sido su ancla. Finalmente, se sentó a su lado.

—¿Sabes qué me preocupa? —dijo, y su voz era como un susurro cálido—. Que intentes cargar con todo tú solo.

Kenji bajó la mirada, apretando las manos sobre las rodillas.

—No quiero que nadie salga herido —confesó, y sintió que las palabras se escapaban como agua entre los dedos—. Ni Kyoko, ni tú, ni la banda… Pero no puedo ignorar lo que siento.

Yuriko sonrió con tristeza, acariciando su cabello como cuando era niño.

—Kenji… nadie te pide que seas perfecto. Solo que seas honesto contigo mismo.

Esas palabras fueron como una daga y un bálsamo al mismo tiempo. Yuriko se levantó, dejándolo con un nudo en la garganta, y salió cerrando la puerta suavemente.

Kenji se quedó mirando el té, ahora tibio, sin probarlo.

El teléfono vibró sobre la mesa. Lo tomó sin pensar, y el corazón le dio un vuelco cuando vio el nombre: Reiji Nakamura.

Abrió el mensaje, y lo que leyó le heló la sangre.

"Cambio de planes. La firma será en 48 horas. He movido influencias para ti, Kenji. No me hagas quedar mal."

Debajo, una foto adjunta. Kenji sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies cuando la abrió. Era una imagen tomada a distancia, borrosa, pero inconfundible: él saliendo del aula de música esa misma tarde… con Marin caminando a su lado.

"No queremos rumores, ¿verdad?"

El móvil se deslizó de sus manos y cayó sobre la alfombra. El eco del mensaje retumbaba en su mente como un golpe seco: esto ya no era solo una oferta. Era una trampa cuidadosamente tendida.

Y en ese instante, lo entendió: Reiji no solo le estaba dando una oportunidad. Le estaba dejando claro que lo tenía atado por los hilos invisibles de la presión y el miedo.

Kenji cerró los ojos, sintiendo la garganta arder. Y entonces, la puerta volvió a abrirse… pero esta vez, no fue Yuriko.

—Kenji —la voz de Kyoko sonó baja, contenida, pero cargada de algo que no pudo descifrar—. Necesitamos hablar. Ahora.

Kenji no respondió al instante. Se quedó mirando la silueta de Kyoko recortada en la puerta, el rostro apenas iluminado por la luz del pasillo. Había algo distinto en su expresión: no era solo rabia, era miedo. Y eso le dolió más que cualquier reproche.

—Cierra la puerta —dijo él, con la voz áspera por la tensión.

Ella obedeció, cruzando los brazos mientras lo observaba con una mezcla de desafío y fragilidad.

—¿Qué fue eso que vi en tu escritorio? —preguntó, sin rodeos—. ¿Qué significa Aurora Music para ti?

Kenji respiró hondo, buscando palabras que no sonaban falsas.

—Es… una oportunidad —repitió, odiando lo débil que sonaba, como la noche anterior.

Kyoko frunció el ceño, dando un paso al frente.

—¿Una oportunidad para qué? ¿Para dejar todo atrás? ¿Para largarte sin mirar lo que dejas?

—No es así… —Kenji apretó los puños—. Esto no es solo "irme", Kyoko. Es mi música. Es lo que siempre quise hacer.

—¿Siempre? —ella soltó una risa amarga—. ¿Y yo? ¿Y mamá? ¿Y Sota? ¿Dónde quedamos nosotros en ese "siempre"?

La pregunta lo golpeó con la fuerza de un puñetazo. No supo qué responder. Porque sí, los amaba, más que a nada. Pero ¿podía renunciar a lo que le ofrecían sin sentir que traicionaba su propia esencia?

—No quiero perderte —dijo él al fin, y su voz se quebró—. Pero tampoco quiero pasar el resto de mi vida preguntándome qué habría pasado si decía que sí.

Kyoko lo miró largo rato, y por un momento, pareció querer abrazarlo. Pero se contuvo.

—Entonces elige —susurró, con lágrimas brillando en los ojos—. Porque no puedes tenerlo todo, Kenji. Nadie puede.

Se giró y salió, dejando la puerta abierta como una herida.

Kenji se dejó caer en la silla, sintiendo que el mundo se desmoronaba. La respiración le ardía en los pulmones cuando el teléfono sonó de nuevo. Marin.

—¿Sí? —respondió, intentando sonar normal.

—Kenji-kun… —su voz era extrañamente seria—. Tenemos un problema.

—¿Qué pasó?

—No sé cómo, pero alguien filtró las fotos del ensayo. Y no solo eso… —hizo una pausa—. Hay rumores de que vas a dejar la banda.

Kenji se quedó helado.

—¿Quién… quién dijo eso?

—No lo sé. Pero… —la voz de Marin bajó un tono—. ¿Es cierto?

Kenji apretó los dientes, cerrando los ojos. No pudo responder. Y ese silencio fue peor que cualquier confesión.

Cuando colgó, la habitación se sintió más pequeña, más opresiva. Tomó la tarjeta de Aurora Music, la miró como si pudiera quemarla con la mirada.

Y entonces, tres golpes sonaron en la puerta. No de Kyoko. No de Yuriko. Golpes firmes, calculados.

Kenji se levantó con el corazón en la garganta y abrió.

Reiji Nakamura estaba allí, impecable con su traje oscuro, sonriendo como un depredador paciente.

—Espero que no estés ocupado, Kenji —dijo, con esa voz grave que helaba la sangre—. Tenemos mucho que hablar.