Capítulo 10: Reclutamiento (Parte 1)

La academia estaba conmocionada. Miles de personas iban y venían por las salas de reconocimiento. Muchos de ellos notaban a dos personas “extrañas”. No es que tuvieran algo particularmente raro, pero simplemente algo no encajaba. Sus rostros y actitudes no eran las mejores para este tipo de celebraciones. Desde lejos se notaba que eran exploradores.

—El jefe nos va a matar —dijo uno de los hombres con un tono deprimente, mientras lágrimas caían de sus ojos como cascadas—. Antes de morir quería casarme con una buena mujer. No es justo, Ghiff.

—Señor Godo, no diga esas cosas, me hará llorar a mí también —agregó el segundo hombre, levantando la mirada al techo para evitar que sus lágrimas también cayeran—. Conseguimos a uno, eso debería bastar. El jefe lo entenderá… ¿verdad?

—Iluso. El jefe nos pidió reclutar al número uno, y llevamos al número ocho —respondió Godo mientras tomaba comida de una mesa cercana—. Deberías comer todo lo que puedas. Si sobrevivimos al castigo del jefe, puede que sea lo último que pruebes en meses. Será mejor que lo aproveches… y recemos que no sea nuestra última cena.

—¡Señor Godo! ¡Se me acaba de ocurrir una idea! Si reclutamos al número dos o al número cinco, ¡de seguro el jefe nos perdonará!

—Qué buena idea, novato. Sabía que no me equivoqué al traerte conmigo.

—Señor, usted dijo que el jefe me asignó la misión especial de reclutar, no que me trajera usted.

La conversación de estos dos hombres atrajo las miradas de todos los presentes.

—Esa forma de hablar y pensar es muy típica de potenciadores —dijo un hombre mientras se acercaba con un traje elegante y voz refinada—. ¿Eres tú, Godo? No has cambiado nada.

—Sí, soy yo, Jalix —respondió Godo, cambiando su voz a una más grave en el proceso.

—¿Ah? ¿¡Jalix, dices!? No puedo creer que, tras tantos años de amistad, me confundas con otro caballero. Espero que ese tal Jalix sea al menos alguien tan admirable como yo.

—No te estoy confundiendo. Eres Jaliz, segundo al mando de los Pavorreales Azules.

—¡Es Phaliz, de los Pavorreales Celestes! ¿Acaso eres estúpido o lo haces a propósito?

—Es lo mismo.

—En fin, escuché que queréis reclutar al número dos y al número cinco.

—Sí, así es —respondió Ghiff, con el rostro iluminado por la esperanza—. ¿Tiene usted información útil, señor Phaliz?

—¿Quién eres tú? —preguntó Phaliz.

—Soy relativamente nuevo en el gremio. Mi nombre es Ghiff. Aún no tengo un apodo, pero aspiro a vivir mucho, así que por favor… dígame la información.

—Bueno… solo quería decir que esos dos son imposibles de reclutar. Yo ya lo intenté. Quieren crear su propio gremio juntos.

—Ya veo… estoy condenado —dijo Ghiff, arrodillándose en el suelo—. Gracias por su ayuda, señor.

—¿Dónde está Godo? —preguntó Phaliz, buscando con gesto elegante.

—Fue al baño en medio de la conversación.

En un callejón de la academia, Godo miraba a ambos lados buscando un lugar con pocas personas para vaciar su vejiga.

“Maldición, hay gente aquí todos los baños están ocupados” pensó Godo notando algo inusual: tres estudiantes estaban en lo que parecía una pelea.

—¡Te digo que la sueltes!

—Parece que la fama se te subió a la cabeza. Ya te dije que es un problema familiar. No te metas.

—No importa. No permitiré que la sigas lastimando.

La conversación llegó a un punto muerto. Ambos chicos guardaron silencio. Un minuto después, el agresor soltó a la chica del cabello, dejándola caer al suelo.

—Muy bien. Parece que no vas a dejarnos en paz, así que te daré una lección.

—No… hermano, Ernet, detente. No me defiendas, todo estará bien.

—¡Cállate! —gritó el chico, dándole una bofetada a la chica—. Aún no puedo creer lo que hiciste. Eres basura.

Ernet no dijo una palabra. Su ira era tanta que, por primera vez en su vida, creyó que otro ser humano merecía morir. Tomó su tesoro sagrado del bolsillo y lanzó un chorro de agua tan potente que podría haber matado al otro chico, de haberle dado. La velocidad de su oponente era de otro nivel: esquivó el ataque y se lanzó con la clara intención de matar a Ernet.