El sol mañanero se filtraba por la rendija de la ventana, pintando rayas doradas sobre el suelo mientras Félix se levantaba de la cama. Un pensamiento recurrente lo había mantenido despierto durante la noche: su batalla de esgrima contra Leonel. Sabía que había ganado, pero la victoria se había sentido vacía. No había sido por una habilidad superior, sino por los descuidos de su oponente, y eso era algo que no le gustaba. Su orgullo no lo dejaba satisfecho.
Al bajar, encontró a su padre, Lancelot, sentado en la mesa. Félix aprovechó el momento y se sentó a su lado.
"Buenos días, papá," dijo Félix.
"Buenos días," respondió Lancelot, con un tono serio que siempre usaba cuando hablaba de cosas importantes.
"Papá, ¿te puedo pedir algo?" preguntó Félix, sintiendo un poco de nerviosismo.
"Claro, ¿qué necesitas?" dijo Lancelot, mirándolo fijamente a los ojos.
"Quería pedirte que si me puedes ayudar a entrenar esgrima," dijo finalmente Félix.
Lancelot se sorprendió por la repentina pregunta de su hijo, pero su expresión seria se suavizó. "Claro, hijo. Pero, ¿hay alguna razón por la que quieras que te entrene?"
"Es que, cuando fui a hacer el examen de ingreso, practicamos esgrima, y aunque no perdí ninguna batalla, hubo una con la que no me sentí satisfecho," explicó Félix.
"¿Y por qué no te sentiste satisfecho?" preguntó su padre con curiosidad.
"Porque gané al aprovechar los descuidos de mi oponente, y eso es algo que no me gustó. Quiero ganar por mérito propio, no por suerte."
Lancelot sonrió levemente, una expresión de orgullo en su rostro. "Mmm, está bien, hijo," dijo mientras se levantaba de la mesa. "Pero vamos a empezar cuando terminemos de desayunar."
"Sí, está bien," respondió Félix, emocionado.
Después de desayunar, Félix y su padre se dirigieron a una parte apartada del bosque. Lancelot había escogido un lugar tranquilo, con un río que serpenteaba cerca y el canto de los pájaros como único sonido.
"Creo que este lugar es perfecto," dijo Lancelot.
"¿Por qué en este lugar, papá?" preguntó Félix, confundido.
"Para que, al momento de entrenar, no haya ruidos que nos desconcentren y podamos enfocarnos por completo," explicó Lancelot, mientras desenvainaba su espada.
"Bueno, está bien," dijo Félix, agarrando su propia espada de entrenamiento. "Ya estoy listo," agregó, poniéndose en posición de combate.
El entrenamiento que siguió fue brutal. Lancelot era un instructor exigente, y no le daba respiro a su hijo. Constantemente señalaba los errores de Félix con una precisión implacable. El entrenamiento se centró en lo fundamental: el equilibrio, el juego de pies y, sobre todo, la defensa.
"¡La defensa es la base de todo! Si no puedes protegerte, no importa el poder que tengas," le decía Lancelot una y otra vez, mientras sus espadas chocaban con fuerza.
Félix sentía que sus brazos se quemaban y sus piernas temblaban por el esfuerzo. Se dio cuenta de que el esgrima era una disciplina completamente diferente a la magia. Era una conexión directa entre el cuerpo y la mente, sin depender de la energía externa.
Darkness, que observaba desde el borde en su forma de lobo cachorro, parecía entender la seriedad del entrenamiento junto al grifo de Lancelot, Solara. En lugar de jugar, lo miraban atentamente.
Una semana pasó volando.
Félix había mejorado de manera notable en el esgrima, gracias a las constantes correcciones de su padre y a las técnicas que Lancelot le enseñaba para atacar y defenderse. Félix se sentía más fuerte y más seguro con la espada en la mano.