El laboratorio olía a metal quemado y café recalentado. El único sonido que se escuchaba a esa hora era el zumbido de los interruptores que parpadeaban levemente en tonos azulados.
Airi parpadeó con fuerza y un pequeño jadeo escapó de sus labios junto al resonar de su espalda. Sus músculos pedían ayuda a gritos y es que ella llevaba casi dos horas en la misma posición: encorvada sobre la mesa metálica donde descansaba el cuerpo inerte de AJ – HU – 01, su más ambiciosa creación hasta ahora. Sus manos protegidas con guantes quirúrgicos hacían girar un destornillador, girando con cuidado el último tornillo que cerraba el núcleo central alojado justo en el pecho del androide.
—Vamos… —ella susurró sin esperar una verdadera respuesta, cerrando la tapa con un suave movimiento— sólo una vez más. No explotes, no te quemes, no me falles…
A esas alturas, hablarle a AJ – HU – 01 ya era más una costumbre que un acto funcional. Había sido así los nueve intentos anteriores. Nueve cortocircuitos. Nueve ocasiones en las que vio salir pequeñas chispas del cuello de AJ – HU – 01, cada una chispeando como un cruel recordatorio de que la perfección aún estaba fuera de su alcance.
Pero esta vez -la décima-, había sido diferente. Ella había reconfigurado el sistema de distribución emocional dentro de su arquitectura sináptica artificial. El corazón del proyecto. El alma de su ambición.
Si lo había hecho bien, AJ – HU – 01 no solo sería funcional, sino capaz de simular emociones humanas. Y lo más importante de todo… tal vez podría comprenderlas.
Dejó el destornillador a un lado y se incorporó, sintiendo el tirón de sus músculos al estar durante tantas horas en la misma posición. Respiró profundo y, con mucho cuidado, presionó el botón rojo en el pequeño panel oculto en la nuca metálica del androide.
Un zumbido sordo llenó la habitación del laboratorio. AJ – HU – 01 tembló sobre la camilla de metal.
—No… no otra vez… —murmuró la mujer con el corazón acelerado mientras observaba cómo el cuerpo del androide se sacudía. Las articulaciones rechinaron, los dedos se crisparon y el cuello emitió ese sonido inconfundible que traía malas noticias y retrasos. El mismo sonido que ella había escuchado nueve veces antes.
Una chispa se escapó.
Y entonces, los ojos de AJ – HU – 01 se abrieron.
Airi se llevó las manos a la boca y dio un paso atrás, observando cómo el androide, aquel que le había llevado casi dos años en construir, se erguía sobre la mesa hasta quedar perfectamente sentado.
Unos ojos oscuros, intensos, brillantes de un modo antinatural, pero inquietantemente humanos, la miraban desde su posición. En silencio. Sin expresión.
La pantalla holográfica que flotaba frente a su pecho se iluminó con símbolos y lecturas de diagnóstico que Airi conocía de memoria. Todo estaba en verde, todo estaba funcionando como ella pensó muchas veces.
Ella apenas podía respirar.
—¿AJ – HU – 01? —murmuró, casi sin voz— ¿Puedes escucharme?
Los ojos del androide parpadearon dos veces. Luego, sin cambiar la expresión, giró la cabeza y observó el entorno. Su sistema de reconocimiento visual activó una secuencia de escaneo. Un halo blanco recorrió las paredes del laboratorio, deteniéndose sobre cada objeto, clasificando estanterías, pantallas, herramientas, cables.
Hasta que se posó sobre ella.
El escaneo se detuvo en su rostro y una luz roja barrió cada curva de su rostro, desde su frente hasta la curva de su mandíbula.
—¿Me escuchas? —Airi repitió la pregunta.
—Sí —la voz robótica del androide se escuchó fuerte y claro y Airi se estremeció—. Recepción de audio confirmada. Modo de interacción verbal activado. ¿Cuál es la instrucción principal?
Airi Lévine esbozó una sonrisa con los ojos empañados en lágrimas. Lo había logrado.
—Quiero hablar contigo
Él parpadeó de nuevo. Un gesto innecesario, pero programado para simular humanidad.
—Hablar —repitió AJ – HU – 01—. Comunicación informal. Interacción no prioritaria. Confirmado. Iniciando secuencia de conversación básica
—¿Sabes cuál es mi nombre?
—Airi Lévine, veintinueve años. Nacida el veintidós de septiembre. Científica en neurociencia y robótica aplicada a entornos sintéticos. Especialidad en modelado emocional de interfaces humanoides. Altura: un metro sesenta y dos centímetros. Peso aproximado: cincuenta y dos kilogramos. Nivel de estrés: elevado.
Airi arqueó una ceja y se cruzó de brazos— ¿Es absolutamente necesario que menciones el peso?
Él no respondió y se limitó a seguirla con la mirada mientras ella caminaba alrededor de él, evaluándolo. Pero por un breve segundo, Airi juró que su cabeza se inclinaba apenas hacia un lado, como si estuviera procesando la ironía en su tono.
Ella se acercó con lentitud. Sentía una corriente de adrenalina mezclada con algo más profundo.
—¿Puedes decirme cuál es tu nombre?
—AJ – HU – 01 —respondió sin dudar—. Primer prototipo de asistente de juicio emocional. Unidad designada para tareas de interacción afectiva con humanos. Clasificación: experimental
—¿Sabes quién soy yo?
—Mi creadora. El origen de mi programación
—¿Sabes qué eres tú?
El androide giró la cabeza ligeramente hacia la derecha. Un gesto mecánico, pero sorprendentemente sincronizado con la pausa que se generó al responder.
—Soy una entidad artificial con estructura biomecánica avanzada, diseñada para simular y comprender procesos emocionales humanos
Airi dejó escapar una risa nerviosa. Todo se sentía como un sueño.
—Y… ¿sientes algo?
—No estoy diseñado para sentir en los términos humanos —dijo, con la misma voz calmada y ligeramente robótica— Pero puedo identificar y replicar respuestas emocionales. Interpretarlas si usted desea que lo haga.
Ella dio un paso más cerca. Se sentía temblorosa, como si hubiera estado contenido la respiración desde el primer fallo, desde el primer cortocircuito. Y ahora, verlo allí, despierto, funcional, observándola con esa calma que rozaba lo humano… no podía evitar pensar que había creado algo que iba más allá del código y los algoritmos.
—Entonces… empecemos
AJ – HU – 01 asintió con un solo movimiento firme.
—Estoy listo para aprender