Mi primer error lo cometí tres años después de ese evento con el abogado. No quise darle mi primer beso, aunque lo deseaba, igual que tampoco se lo di a mi primer amor. ¡Cobarde! Lo sé, lo sé… Para esta época ya tenía 19 años y estaba en la universidad. Ahí conocí a una amiga bastante extrovertida, tierna y liberal de manera más íntima. Ella decía que aún era virgen, y ¿quién era yo para no creerle? Si a pesar de la forma reveladora en la que me vestía y me expresaba, yo ni siquiera había dado mi primer beso. Y, a esta edad, eso ya empezaba a frustrarme.
La universidad quedaba a las afueras de la ciudad, en una especie de campus o finca. Se caracterizaba precisamente por eso, por estar lejos, y sus pocos pobladores buscaban la manera de obtener recursos. Estos eran principalmente mediante la venta de bebidas como cerveza, guarapo o chicha, y quesos. Estos sitios eran los preferidos por los universitarios para desestresarse después de las clases, especialmente los sábados.
Allí conocí al tercer hombre que cambiaría mi vida. El único que nunca intentó nada conmigo, al menos no mientras estaba sobrio. Me enseñó a tomar cuidándome, me dio consejos, me llevó a pasear, me trató como una hermana y una amiga. A este hombre siempre lo querré, aunque él nunca llegará a imaginarlo y yo nunca podré decírselo porque las palabras no me alcanzarían. Su nombre es José.
La manera en la que nos conocimos fue peculiar. Él estaba coqueteando con mi amiga, la extrovertida, mientras mantenía una relación de casi diez años con su novia, otra relación de unos tres años con una amante, sin contar todas las chicas con las que salía ocasionalmente y a las que solo consideraba vacilones. Sí, ¡severa joya!, pero también fue el hombre más honesto que he conocido. En más de una ocasión, cuando me sentía oprimida por mi propia introversión, él —sin saber cómo— parecía intuirlo y me salvaba. Me llevaba con él a hacer alguna vuelta personal solo para tener compañía.
Yo seguía siendo muy tímida y bastante reservada con el contacto físico, pero sus manos eran diferentes. Me sentía segura, protegida, querida… de una manera extraña. Aclaro que solo me tomaba de la palma de la mano, entrelazando los dedos. Al principio me parecía un gesto muy íntimo y raro, y me soltaba de inmediato. Sin embargo, él me daba una palmada suave en la mano como reprensión y volvía a entrelazar nuestras manos. Con el tiempo, dejé de resistirme, me sentía cómoda. Con ese simple gesto, consiguió que mi cuerpo lo percibiera como algo natural. Cuando llegaba y me abrazaba por la cintura y apoyaba su cabeza en mi cuello… suena romántico, ¿verdad? Pero jamás tuve nada con él.
—¡Johana!, ¡ven amiga! Te presento a un amigo.
—Hola, mucho gusto, soy Johana.
—Hola, yo soy José —dijo sonriendo. Noté que tenía los ojos brillosos y entendí que probablemente ya estaba tomado.
Mi amiga Karol nos llevó a una especie de silla improvisada de los dueños del local, a las afueras de la universidad. Básicamente era un tablón clavado a dos vigas de madera. José se sentó y Karol se acomodó sobre sus piernas. Yo me senté junto a ellos, en el mismo tablón.
—¿Qué hiciste hoy? ¿Hace cuánto estás tomando?
—Hace poco. Salí de turno de noche, vine a clases trasnochado y me senté acá a relajarme después de salir del salón tipo nueve o diez de la mañana.
—¿Has estado tomando todo este tiempo?
—Sí, pero poquito —dijo mientras se acercaba a la boca de Karol para besarla. Ella se sentó de nuevo sobre sus piernas, dándome la espalda. Me pareció grosero que lo hiciera, pero luego entendí su intención.
Él estaba besando a mi amiga con los ojos abiertos, mirando hacia mí, mientras deslizaba su mano por el tablón hasta alcanzar la mía y acariciarla con el pulgar.
¡Dios mío!, ¿podría existir otro cafre tan descarado como él? Ese fue mi primer pensamiento. ¿Cómo se atrevía a hacer eso mientras tenía a mi amiga encima, besándola? Cuando reaccioné, retiré rápidamente la mano, pero alcancé a ver una sonrisa de medio lado dibujada en su rostro.
—¿Dónde conociste a Karo? —le pregunté directamente, con rabia en la voz. No quería que mi amiga se diera cuenta de lo que había pasado; se notaba que le gustaba.
—Aquí, en la universidad, estudio con ustedes.
—¿En serio? —contesté con indiferencia, porque la verdad no lo recordaba.
—Sí, siempre estás aislada —respondió. Su comentario solo me hizo enfurecer más.
—¿Y hace cuánto estás con Karol? ¿Cuántos años tienes? Te ves mayor para ella.
—No estoy con Karol, somos amigos. Además, tengo novia. Tengo 27 años, y no me gustan mayores; de hecho, me gustan de 16 a 18 máximo 19, porque desde esa edad ya son legales. La única que pasa de esa edad es mi novia; el resto, simplemente las cambio y dejo.
—¡Ahh! O sea, eres una especie de pedófilo encubierto… solo vas detrás de niñas.
Su cara no mostró rabia. Su sonrisa coqueta no desapareció, y me miró tan profundamente que sentí que quería ver dentro de mí, leer mis pensamientos. Eso me desconcertó.