Se conocieron desde la infancia, desde siempre fueron una relación complicada, caminaban para verse, se saludaban con un abrazo, uno de esos que reinician, que hacen olvidar cualquier mal día, cualquier pelea y hasta el más grande disgusto.
Sabían escucharse y podía hablar de cualquier tema con facilidad, hablaban de libros, de música, arte, deportes, problemas, familia y todo cuanto puediaran.
Fueron amigos, de esos que saben que sentían algo más pero nunca lo decían, sabían entenderse, se conocían demasiado y por ello sabían de sus vidas, de sus amores, de sus pérdidas y sus victorias.
Ella, para ese entonces era una adolescente dedicada, sus calificaciones eran sobresalientes, venía de una familia trabajadora, con altos valores, o al menos eso cría.
Mantenía un comportamiento tranquilo, hacía actividades extracurriculares, participaba en olimpiadas de lectura, matemáticas y ajedrez.
Se exigía mucho, esperaba seguir siendo el orgullo de sus padres, trató siempre de ser la diferencia en el barrio popular en el que crecía, hizo todo por alejarse de las listas, de esas que te enmarcan en ciertas características como:
-Ella es de las que ha estado con todos o es de esas que se escapan de fiestas, fuman, o cualquier otra cosa que pudieran decir para encuadernarla.
Si hablamos de ella, tendríamos que hablar de su fuerza y su determinación, de lo obstinada que era, de lo indomables que era su carácter y de lo mucho que defendía aquellas cosas en las que realmente creía.
Fue rebelde pero a su manera, luchó contra pronóstico para no ser todo aquello que esperaban que fuera, hizo todo aquello de lo que le dijeron que no sería capaz y nunca se detuvo.
Él por su parte siempre fue un don Juan, siempre aparente, siempre coqueto, siempre con alguien. Era bueno en los deportes pero siempre fue mejor actuando, sabía como conquistar, como sonreír, como escuchar, sabía como ser en cada momento para ser perfecto e increíble.