Setenta Y Ocho

Pese a sí mismo Shikadai empezaba a sentirse atraído por Inojin, no sabía por qué le sucedía esto ni a qué se debía. Solo era consciente que con cada segundo que pasaba, él iba experimentando algo que hasta el momento no sintió con Boris ni con Nahuel.

Se trataba de una especie de amor diferente. Era algo único, ya que sentía intensos deseos de proteger a esa belleza rubia que misteriosamente había llegado a su puerta pidiéndole a gritos ayuda.

Era tan frágil Inojin que Shikadai no podía ni quería dejarlo solo. Había estado indagando en el pasado del rubio descubriendo que su historia era cierta. Sus padres estaban muertos, y él había sido secuestrado.

Sin embargo sus srcuestradores tenían altos puestos políticos, dificultándole a Shikadai poder recurrir a la justicia debido a que ellos integraban esa justicia. Solo le quedaba mantenerlo oculto por un tiempo, y luego ver cómo hacer para alejar a esas alimañas de Inojin.

Sin embargo el rubio vivía con inteso terror y eso no era nada justo. Además sus secuestradores no se quedarían de brazos cruzados, esto lo supo Shikadai a las dos semanas de haber aparecido el rubio en su vida.

Empezaban a ser asechados por hombres de negro que los seguían a todas partes. Si bien el pelinegro no sentía temor alguno por esa situación, era diferente la reacción de Inojin quien no dejaba de temblar como una hoja.

Su nerviosismo había aumentado junto al pánico llevándolo a no querer salir del departamento del Nara ni tampoco quedarse solo allí.

Shikadai utilizó las armas legales, llendo a la policía para presentar una demanda de acoso hacia su persona y su pareja. Hizo pasar a Inojin como su pareja para ser escuchado.

Sin embargo esa misma noche recibió la visita de uno de los dueños del burdel donde Inojin estuvo prisionero siendo protituído, quien además era el secretario del Ministro de Justicia directamente.

El hombre tenía un amenazante aspecto que paralizó al rubio no bien lo vio entrar al departamento seguido de Shikadai. Inojin perdió los colores y empezó a temblar.

El hombre sonrió malignamente al ver la reacción de su prisionero que había osado escapar.

Llevaba una orden de juez para llevarse a Inojin de la zona privilegiada debido a que no solo no formaba parte de ellos sino además había molestado a la aristocracia con falsedades y mentiras.

— Tendrá que acompañarme Inojin — dijo el recién llegado con exquisito placer — No toleraremos a los mentirosos que encima vienen del otro lado de la ciudad — el rubio empezaba a no solo a temblar sino a llorar también — Será un placer desaserme de usted.

Sin embargo Shikadai tenía un az bajo la manga. Le mostró una copia de los papeles de matrimonio entre él e Inojin.

— Más respeto con mi esposo — dijo Shikadai

—¿Qué?

— Estamos casados desde hace tres días. Interrumpen nuestra luna de miel. Por lo tanto, aleje a sus matones de nosotros o se las verá muy negra...secretario.

El aludido volvió a mirar a Inojin con odio intenso.

—Cuidado con la forma en que mira al señor Nara secretario. Lo demandaré directamente ante el.ministro en persona.

— Intentalo y solo conseguirás que este objeto rubio sea usado como mejor les plasca los demás.

— Vayase de mi departamento urgente.

Así lo hizo el corrupto político amenazandolos a ambos abiertamente. Shikadai sabía cómo jugar con ese tipo de personas y no se dejaría amedrentar, ni permitiría que sigan atemorizando a Inojin con quien tuvo que casarse solo para protegerlo.

Pero al pelinegro no le resultaba nada desagradable aquel matrimonio. Al quedar solos, el rubio se arrojó a los brazos del pelinegro y lloró amargamente sin dejar de temblar.

— Tengo miedo Shikadai

— Calmate Inojin, eres mi marido y eso te hace parte de éste mundo aristócrata. Por tal razón nada malo te pasará. Te lo prometo.

Selló aquella promesa con un beso de amor haciendo que el rubio se le responda con otro más ardiente.