Setenta Y Nueve

Inojin se dejó llevar por la pasión estando en los brazos de su aristocrático esposo quien sabía encenderlo tras acariciar su cuerpo con aquellas mágicas manos.

Sus labios se juntaron y sus lenguas entrechocaron juntándose para luego introducirse en la boca del otro y buscar.

Shikadai presionaba a Inojin contra su miembro que empezaba a endurecerse, el rubio se restregaba en el miembro de su esposo quien solo deseaba tenerlo en sus brazos por siempre.

Shikadai empujó a Inojin al sofá sin dejar de besarlo ni acariciarlo, su corazón empezaba a cicatrizar luego de la muerte de Nahuel. El pelinegro recuperaba sus deseos de vivir sin darse cuenta, y todo gracias a su reciente esposo.

Tan distinto a Nahuel y a Boris era Inojin, y precisamente por eso mismo pudo introducirse en su despedazado corazón. El rubio podía sentir el intenso dolor de su reciente esposo en la forma en que lo besaba y abrazaba.

Shikadai le arrancó practicamente las ropas a Inojin dejandolo como dios lo mandó al mundo respirando entrecortado.

El pelinegro se deleitó mirando aquel cuerpo desnudo y muy excitante al punto de perder la razón. Su mente quedó en blanco total dejando que sea su propio instinto quien actúe.

Inojin lo besaba con ardiente deseo. Ahora era él quien tenía el control, y podía notar la desesperación que su esposo sentía.

Desesperación que la mostraba en la forma en que poseía su cuerpo practicandole el sexo con suavidad infinita. Inojin descubrìa lo buena persona que ese pelinegro era.

Se amaron con intensidad hasta quedar sin energía y caer dormidos abrazados frente a la chimenea. Fuera empezaba a nevar con gran intensidad.

Pero no bien se durmió, el rubio empezó a revivir la pesadilla otra vez. Se encontraba una vez más en aquella sucia y maloliente habitación del club nocturno en el que estaba prisionero.

Amarrado a una cama completamente desnudo, era violado una y otra vez por bestias salvajes que no podían llamarse humanos. Otra vez empezaba a temblar y a llorar.

Shikadai lo despertó, Inojin lloraba y temblaba como una hoja. Lo abrazó intentando calmarlo.

— Mi amor mirame — el pelinegro lo acariciaba con ternura — Todo está bien, estás a salvo conmigo.

Inojin lo miró a los ojos, a esos hermosos ojos verdes y fue calmandose.

— Shikadai tengo miedo, ellos....ellos....

— Ellos nada podrán hacerte ya ¿Entiendes? Nada.

— Pero están en todos los puestos políticos Shikadai. Son intocables.

— Nosotros también Inojin Nara.

Inojin lo abrazó como si fuese un niño asustado, no podía seguir viviendo así. No lo soportaba más.

— No soporto más Shikadai, no puedo...

— Las pesadillas acabaran con el tiempo Inojin. Y yo planeo ayudarte mi amor.

—¿En serio me amas Shikadai?

—Oh si y mucho.

—¿Por qué? Apenas me conoces.

Una pícara sonrisa se dibujó en el rostro del pelinegro, mientras volvía a acariciar el tan apetitoso cuerpo del rubio.

— Eres exquisito Inojin

—¿Qué?

— Eres en extremo deseable y eres mí esposo.

—¿Hablas en serio?

— Totalmente ¿y tú?

— ¿Yo qué?

— ¿Me amas?

Inojin lo abrazó llorando ya que lo necesitaba tanto y a su vez lo deseaba a más no poder.

¿Amarte? Por dios Shikadai, te adoro mi amor. Desde que te conocí hace tiempo en el colegio pero tú no me recuerdas. Y es normal ¿por qué te acordarías de alguien como yo?

El rubio lo miraba en silencio con tal intensidad que Shikadai supo su respuesta. Inojin lo adoraba.

— Ya mi amor, estamos juntos ahora. Nada nos separará.

—¿Por qué estás tan seguro Shikadai?

— Porque ya perdí a quien amaba intensamente. Ahora que te conocí a tí, no te fallaré mi amor. Te protegeré con mi vida misma.

— Ellos no se rendirán...

— No les permitiré dañarte nunca más.

— Te amo Shikadai y me alegra ser tu esposo.

— Tú salvaste mi vida Inojin ahora es mi turno.

— ¿Qué? ¿De qué hablas?

— Estaba a punto de suicidarme cuando apareciste tocando a mí puerta. Le diste sentido a mi vida.

Inojin lo besó con desesperación mientras sentía las magicas manos de su pelinegro esposo sobre su cuerpo.

Era el único que podía tocarlo así sin problema. Shikadai acariciaba sus nalgas presionandolo contra su miembro. Fuera no paraba de nevar. Era la noche más fría del año.