Capítulo 7

En la Ozono, Antón y Hanson se divertían. En el regazo del CEO se encontraba una hermosa mujer que recorría con sus manos los firmes músculos del hombre. Aquella noche, los hombres llegaron a altas horas de la madrugada. En la sala de Estar, siguieron bebiendo y riendo como dos locos.

Por la mañana, el pie de Alexa ya estaba mejor; eran ya las 11 a.m. y sentía mucha hambre. En aquel lugar, hasta las empleadas le trataban con indiferencia.

Llegó hasta la cocina cojeando y se preparó unos huevos revueltos. Gina le miró con desprecio y siguió haciendo sus labores.

—Buen día, Ginita querida, ¿me puedes preparar algo? —replicó Hanson, que se había quedado a dormir en la hacienda.

La empleada asintió. Hanson contempló a la mujer que estaba de espaldas a él. Con su boca y su rostro hacía expresiones de deseo al ver las curvas bien delineadas de Alexa.

—¿Y tú cómo te llamas? —preguntó a la vez que se paraba a un costado, quería ver si el rostro era tan hermoso como esas pompas. En dos segundos, Alexa le miró directo a los ojos.

Hanson quedó flechado con esos ojos color esmeralda; su corazón empezó a resonar con fuerza, sus latidos hacían eco dentro de su pecho.

—¡Guao! ¡Qué hermosos ojos! —replicó con una hermosa sonrisa que lo hizo ver más guapo de lo habitual.

Alexa bajó su mirada, mientras el hombre la devoraba con la suya. La empleada se sintió molesta, ya que había puesto sus ojos bien en alto. Le gustaba Hanson desde siempre.

—Ella es la esposa del joven Antón —lo dijo tan rápido que Hanson no logró escuchar, y siguió coqueteando.

—Eres muy hermosa, ¿cómo te llamas?

Al preguntar eso, se atrevió a tocar el cabello de Alexa, pero ella reaccionó alejándose.

—¿Qué sucede? ¿No me digas que eres de esas que se hacen las difíciles? —su mano continuó rodando por el brazo, y con su mirada acechaba a la presa. Pronto, el apretón fuerte de alguien lo detuvo.

—No me gusta que toquen lo que es mío —gruñó Antón enfadado.

—¿Tuyo? —Hanson se quedó sin palabras—. Amigo, creí que era una más de tus empleadas.

Los harapos que Alexa tenía puestos le hacían ver como una empleada; Hanson no se fijó ni en su pie dañado; él solo se concentró en ver las grandes pompas que ella tenía.

—¿Qué haces aquí? —preguntó molesto Antón a su esposa.

—Yo... yo bajé...

—A desayunar, señor —no quiso desayunar en la cama—. Insistió tanto en bajar y prepararse su propio desayuno —replicó Gina con avidez, mientras la pobre Alexa bajaba su mirada al ver a su esposo mirándole con desprecio.

—Vuelve a la habitación y que Gina te lleve el desayuno —gruñó mientras tomaba un vaso y bebía agua purificada. Después de la borrachera de la noche anterior, tenía una fuerte resaca.

Alexa caminó cojeando, desde la otra esquina. Antón le miró de reojo mientras bebía el agua; sintió su corazón apachugado por un instante. Luego recordó que era la hija del hombre que asesinó a su hermana y el sentimiento cambió de pena a rencor.

Gina llevó el desayuno a la cama de Alexa; con mucho odio, se lo puso sobre sus piernas a la vez que gruñía.

—¡Que no se te haga costumbre! Tú aquí solo eres una más de nosotras.

En la planta baja, Hanson intentaba disculparse con su amigo.

—Loco, te juro que jamás imaginé que ella fuera tu esposa.

—Ahora ya lo sabes —replicó Antón a la vez que encendía un tabaco.

—¿Cuál es tu bronca si de todas maneras solo es tu juguete?

Antón sonrió con incredulidad al escuchar a su amigo.

—Es mi esposa y, mientras lo sea, ni tú ni nadie la toca.

—Está bien, niño mimado. ¿Y de qué forma piensas cobrar tu venganza? No vayas a terminar enamorado...

Murmuró Hanson con una risita extraña. Antón inhaló y luego expulsó el humo.

—Jamás amaría a la hija de mi enemigo.

—Pero está hermosa, ¡eh! —replicó Hanson mientras recordaba esos ojos color esmeralda que lo impactaron.

Después de un largo rato sin invitarse, llegó Mikel. El futuro doctor encontró a sus dos amigos riendo y jugando en la sala de juegos.

—¡Vaya, se divierten solos y no invitan!

—¡Ven acá, Mikel! Juega una partida conmigo —murmuró Hanson.

El futuro doctor llegó hasta el lugar y se instaló. Mientras ellos jugaban en los videojuegos, Antón les contemplaba.

—Vuelvo en un rato —replicó a la vez que salía de la sala de juegos.

De camino a su habitación, se topó con Gina. La empleada le pasó el informe de las llamadas que su esposa tuvo el día anterior.

—Aparte de su madre, le llamó su amigo Mikel. Grabé la conversación para usted.

Antón apretó sus puños a la vez que también apretaba sus dientes. Furioso, abrió la puerta y clavó su mirada en los ojos de Alexa. Ella se llevó un susto e imaginó que nuevamente querría abusar de ella. Tragando grueso, dio un salto con sus nalgas hacia atrás; el corazón se le aceleró a mil por hora. Antón continuaba mirándole con la mirada penetrante y aterradora.

—¿Qué le dijiste a Mikel para que te ofrezca su ayuda?

—Nada... yo... no... —gagueó ante el temor que ese hombre le causaba.

Antón arqueó su ceja y suspiró mientras se acercaba a ella y le apretaba del mentón.

—No te atrevas a meterte con mis amigos. Mientras seas mi esposa, no mirarás a nadie —gruñó molesto Antón—. ¿Entendido? —gritó con fuerza.

—Sí, entiendo —respondió ella con unas cuantas lágrimas en sus pupilas.

—Estaré en la alberca con mis amigos. No quiero que te asomes al balcón.

Entró al vestidor, sacó unos trajes de baño y bajó hasta la planta baja. Les dio cada uno a sus amigos y los tres se introdujeron a la piscina.

Desde el jardín, Gina contemplaba a los tres hombres semidesnudos; sus músculos bien formados estaban al aire libre, solo su hombría estaba cubierta por unos boxes de playa.

—¿Cómo está tu esposa con el tobillo? —indagó Mikel.

—Mejor —respondió Antón a la vez que miraba el balcón de la habitación donde se encontraba su esposa.

—Antes de irme, le volveré a revisar.

—No es necesario —replicó el joven esposo.

El fin de semana lo pasaron en casa, como siempre, juntos los tres. Cuando la noche llegó, ambos amigos se marcharon a sus casas, quedando solo Antón.

Subió hasta la habitación envuelto en su bata de baño. Al abrir la puerta, encontró a su esposa recostada en la cama, mirando el tejado.

Los días de Alexa eran aburridos; ella ni siquiera encendía la TV. Recordaba claramente lo que su esposo le dijo el día que llegó.

Entró al vestidor, salió cambiado y, a la vez, llevó unas cuantas prendas suyas para dormir en la otra habitación. Alexa se sintió tranquila al saber que Antón no entraría a su habitación.

Pasó una semana en la que no lo vio. Su tobillo estaba mejor; ya podía caminar bien. Recibió llamadas de Mikel, pero todas las rechazó. Lo que menos quería era tener problemas con Antón.

Aquel día, bajó a desayunar temprano, como todos los días. No quería toparse con Antón, caminó hasta el comedor y ahí estaba él, sentado desayunando. Cuando lo vio, se giró para volver a su recámara, pero la ronca y agradable voz de su esposo la detuvo.

—Siéntate y no trates de evitarme —murmuró el guapo Antón.

Ella se detuvo en seco, tragó grueso y se giró para encaminarse hasta la mesa. Gina hizo muecas de desprecio; ahora tenía que servirle a Alexa.

En todos esos días que habían pasado, ella no le hacía desayuno a su patrona. Solo los días que Antón estaba junto a Alexa la atendía.

—Este fin de semana llega una amiga de Barcelona. Quiero que la atiendas como se debe.

—Está bien, señor —respondió Gina.

—No te digo a ti, Gina, le habló a ella. Tú continúa con tus labores de siempre. Alexa se encargará de Talía.

Alexa asintió con su mirada clavada en el plato de su comida. Había apenas probado un bocado y, en realidad, esa comida ningún perro se la comería. Estaba tan salada.

—¿Por qué no comes? —preguntó Antón al verla sin hacer movimiento alguno.

—No tengo hambre —respondió a la vez que miraba a Gina, quien sonreía con satisfacción.

—Come —gruñó enfadado.

Ella alzó la mirada y se perdió en los ojos color miel de ese hombre; su expresión de enojo le hacía ver más guapo de lo que era. Antón sintió un golpe fuerte en su pecho al mirar directamente a los ojos de Alexa; aquella mirada de esos ojos esmeralda era de una niña temerosa. Antón cerró los ojos mientras suspiraba. Seguido, se levantó y procedió a marcharse.