Capítulo 25

Aquella noche, Alexa se quedó toda la noche con su padre, marcando incesantemente a su esposo, pero este no le respondía las llamadas. Por último, apagó el teléfono para no tener que ver el nombre de "Amorcito" sobre la pantalla.

Se encontraba en una discoteca, bebiendo copa tras copa. El de la barra le servía coñac sin detenerse. Con los pensamientos ocupados por Alexa, Antón bebía sin parar, hasta que la mano de una agradable mujer rodó por su pecho.

—¿Luna? ¿Qué haces aquí?

—Lo mismo pregunto yo, ¿por qué estás aquí? Y bebiendo de esa forma.

La mujer se sentó frente a él, llevó la mano entre las piernas de Antón y lo besó apasionadamente. Él no se rehusó al beso, correspondió y se dejó llevar.

—Te extrañé tanto, gordo... —susurró ella al oído de él.

Aquello despertó los vellos de la piel de él e hizo acelerar la tensión en su hombría.

—¿Quieres ir a un hotel? —preguntó mientras rozaba su dedo índice en el labio de él.

Antón asintió y caminó tras de ella. Subieron al auto y se perdieron en la vía de las Naciones Unidas.

Después de media hora, estaban en un cuarto de hotel desnudando sus cuerpos. La visión de él estaba borrosa y las fuerzas para mantenerse en pie estaban por derrumbarse. Cuando cayó sobre la mujer desnuda, entrecerró los ojos. Al abrirlos, vio a su amada esposa sonriendo.

—Amor, te amo. Te amo Alexa…

Fue como si lanzaran agua hervida en el rostro de Luna; lo apartó de sobre ella, muy enojada.

—¡Idiota! ¿Cómo se te ocurre llamarme por el nombre de esa estúpida?

—Alexa… mi amor… no estoy enojado… —murmuró mientras se iba quedando dormido.

Luna apretó sus puños y gritó, ahogando el grito en la almohada. Se levantó furiosa para meterse a la ducha. Antes de entrar, sonrió con malicia y volvió a la cama.

Mientras Alexa dormía en un sillón del hospital, el timbre de un mensaje la despertó. Rápidamente lo abrió para ver si era de Antón; la desdicha de ver a su esposo en brazos de otra le partió el corazón.

—Estoy con Luna. No me llames más.

Sus ojos esmeraldas fueron invadidos por una torrencial agua cristalina que inundó sus pupilas y se desbordaron en segundos, dejando un río en las mejillas. El corazón le dolía como si una espada se hubiera clavado en él. Quiso llorar con fuerzas, pero ahogó el llanto en la garganta; no quería despertar a su padre y tener que explicar por qué lloraba.

Suspiró varias veces y trató de olvidar aquel mensaje de su esposo con una fotografía de infidelidad. Lloró en silencio al no poder detener el llanto, salió y se introdujo en el baño. Una vez que cerró la puerta, se dejó caer y soltó todo lo que estaba reteniendo. No pudo continuar porque Mikel la vio y fue tras ella.

—¿Alexa, estás bien?

—Sí. Déjame sola —respondió desde el interior.

—Ok, estaré aquí por si necesitas algo.

No tardó ni medio segundo en abrir la puerta y lanzarse a los brazos de Mikel. Aquel joven la recibió en sus brazos y la abrigó con ternura.

—Antón está con Luna. Me está traicionando.

El llanto se hizo más fuerte y apretó a Mikel con fuerzas.

—Debe ser una broma de Luna. Antón te ama.

—Es real. Mira la foto.

Mostró la imagen con el rostro empapado de lágrimas. Varios mechones se habían pegado en su hermoso rostro. Mikel la observó detenidamente y, aun llorando, la encontraba hermosa. Ahora entendía por qué su amigo se había enamorado de ella.

Al día siguiente, Antón despertó con una fuerte resaca. Al abrir sus ojos, se encontró sorprendido cuando se vio desnudo. Giró su mirada hacia su espalda y, cuando vio a la mujer desnuda, llevó su mano a la cabeza.

—¡Maldición!

Ella se despertó y sonrió mientras se estiraba.

—Buenos días, guapo.

—¿Qué pasó?

—Hicimos el amor.

—Eso no puede ser... ¿por qué no me detuviste?

—¿Por qué debería hacerlo? Si tú mismo me pediste que viniéramos al hotel.

—Luna... —rugió molesto—. Al menos, ¿usaste protección?

—No. Y la verdad es que no me arrepiento. Por primera vez terminaste dentro de mí y fue excitante.

Él apretó los dientes y tomó el teléfono. Al deslizar la pantalla, encontró el mensaje que envió a su esposa.

—¿Tú enviaste esto? —preguntó, regresándole a ver.

—No. Fuiste tú —respondió ella mientras se arrodillaba sobre la cama cerca de él—. Antón, me dijiste que me amabas, ¿lo recuerdas?

—Sabes que eso no es verdad —rugió al levantarse.

—Mandaré a comprar la pastilla del día después para que la tomes.

—No lo haré —replicó ella.

—Lo harás, porque no quiero sorpresitas.

—No entiendo, porqué te enamoraste de esa mocosa. Jamás me amaste como lo hiciste con ella.

Él no respondió nada y se introdujo al baño. Salió vestido y se alejó de la habitación. Una vez que la pastilla llegó, le hizo tomar delante de él. Luna la recibió de mala gana y la metió a su boca. Él suspiró y se marchó del hotel.

Llegó hasta la mansión, donde encontró a su madre muy angustiada.

—¿Dónde estabas? Te llamé toda la noche y no contestaste. Alexa tampoco llegó a dormir. ¿Qué tienes ahí? —preguntó al ver el moretón en el cuello. Sin darle importancia a las preguntas de su mamá, habló.

—Axel Ruiz despertó...

—¿Qué? Ese maldito no puede haber sobrevivido.

—Pues lo hizo. ¿Vas a dejar que se salga con la suya? Debemos meterlo a prisión.

—Lo haré, madre. Créeme que en esta vez no sentiré compasión.

La mujer sonrió al escucharlo hablar así, pero quiso indagar más sobre qué mismo estaba sucediendo.

—¿Y Alexa? ¿Cómo le vas a hacer? Ella no te perdonará que metas a su padre a prisión.

—No me importa su perdón —rugió al levantarse y beber una copa de vino.

—¿Sucedió algo entre ustedes dos?

—No quiero hablar del tema. Lo único que quiero es divorciarme de ella y que no vuelva a pisar esta casa.

Con euforia, gritó Carlota en sus adentros; no había mejor noticia que lo que estaba escuchando.

—Hijo, no sabes lo contenta que estoy porque al fin recapacitaste y te diste cuenta de que los sentimientos hacia esa mujer solo eran momentáneos.

«Qué más quisiera yo que fuera así» —suspiró al decirlo para sus adentros, pero tenía que olvidarse de esa mujer que solo lo usó para evadir la venganza que estaba planificada en contra de ella.

Mientras bebía otra copa, la voz de Alexa le hizo presionar la copa vacía en sus manos. Para ese entonces, su madre ya no estaba.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me traicionaste?

Él continuaba de espaldas, con el corazón acelerado. Suspiró y se giró, sonrió con malicia al responder.

—¿Te traicioné? ¿Acaso no fuiste tú la que me traicionó primero, seduciéndome y luego con Mikel?

—¿Mikel? No sé por qué inventas eso; él es mi amigo.

Tragó grueso al ver el chupetón en el cuello. Las lágrimas se hicieron más gruesas.

—Recuerdas Galápagos. Prometiste que no estarías con otra mujer y acabas de hacerlo.

Habló entre llanto, golpeando con sus débiles puños el pecho de Antón. Él posó la copa en la mesita y luego la presionó con gran fuerza de la muñeca.

—Escúchame bien lo que te voy a decir. Tú y yo nos vamos a divorciar y nunca más volveremos a estar juntos. Tu jueguito se acabó; ya no puedes seguir engañándome.

—Antón, me lastimas.

—No me importa lastimarte. Ya no me importa nada —rugió.

La soltó con brusquedad e hizo seña a sus hombres que la sacaran. La rodearon y la tomaron de los brazos.

—Antón, no puedes acabar con lo nuestro de esta manera.

Sentía un nudo en la garganta; sus piernas se debilitaron y el corazón lo tenía hecho pedazos.

—Claro que puedo —rugió molesto.

—Yo sé que me amas. No podrás olvidarme —gritó, tratando de escudarse. No quería perder a su esposo; le amaba como jamás había amado.

Él presionó la copa para luego lanzarla contra la pared y rugió fuerte.

—Te olvidaré. Créelo que te olvidaré. ¡Ahora, largo!

La llevaron hasta las afueras de la hacienda. Con mucho dolor, Damm la dejó en la vía principal.

—Señorita, ¿tiene para el taxi?

—Tomaré el bus —murmuró entre sollozos.

Subió a un autobús, aun derramando sin número de lágrimas. Muchos le miraron, sorprendidos. Después de dos horas, llegó al sur de la capital.

—Cariño, ¿no pudiste solucionar las cosas con él?

Ella miró a su madre con frialdad, se coló en la pequeña sala, caminó intentando encontrar las palabras correctas. Cuando las encontró, habló.

—Mamá, ¿es cierto...?

Un nudo se estancó en la garganta. Suspiró y continuó.

—¿Es cierto que trabajas de dama de compañía?

Raquel dejó caer el trapo de cocina que mantenía en la mano, se dejó caer sobre el mueble. Se volvió blanca como el papel; su hija le miró, desconcertada.

—Mamá, dime que no es cierto, por favor...

—¿Quién te dijo?

—Qué importa quién lo dijo. Lo único que quiero saber es si lo haces.

En la cabeza de Alexa no podía aceptar que su madre fuera una prostituta; se rehusaba a aceptar aquello.

—No tuve otra opción —dijo a la vez que tomaba a su hija de los brazos.

—No. Tiene que ser una broma. Tú no puedes ser eso que dicen.

—Lo soy, hija... —sollozó Raquel, arrodillada frente a ella—. Perdóname, amor. No me dejaron otra opción. Trabajo que encontraba, trabajo del cual me votaban por petición de esa familia.

—Mamita... —murmuró al inclinarse frente a su madre—. No debiste hacerlo.

Acariciaba el rostro de su madre y le palmaba unos cuantos besos.

—No quería, te lo juro, pero necesitábamos el dinero para pagar el hospital.

Abrazadas sobre el frío suelo, lloraron con mucho dolor. Solo recordar por los hombres por los cuales pasó le daba asco. En cuanto a Alexa, ella lloraba al ver a su madre así de triste.

—No tengo nada que perdonarte. Has sido la mejor madre del mundo. ¿Crees que voy a juzgarte? No, mamita, nunca podría juzgarte; diste todo por mí y papá. Todo.

Después de desayunar, se duchó y se colocó varias ropas que había dejado cuando se marchó. No pudo sacar nada de la mansión; Antón la mandó sacar como si fuese cualquier cosa que ya no le sirviera.

—Iré al hospital —dijo Alexa.

—¿No piensas descansar, cariño?

—Anoche descansé. Una vez que papá salga del hospital, buscaré trabajo.

—¿Y la universidad?

Recordar lo que Antón le dijo le ponía mal.

—Antón quiere divorciarse. ¿Crees que seguirá pagando la universidad? Por supuesto que no.

—Oh, cariño, todo fue mi culpa. Esta boca que la abrí de más.

—Ya no importa, madre. De todas maneras, él nunca me amó de verdad. En la mínima discusión se fue a los brazos de su ex.

Volvió a llorar; trató de reprimir las lágrimas, pero estas se desprendieron.

—Mi niña, ¿por qué tuviste que enamorarte?

—Por tonta. Creí ciegamente en él.

En la mansión Montalvo, Antón bajaba dos maletas cargadas de ropa.

—¿Te vas de viaje?

—No... —respondió a su madre. Seguido, gritó a la empleada—. Gina...

En segundos, apareció.

—Sí, señor...

—Llévale estas maletas a Damm. Dile que le pase dejando a ella.

No quería volver a pronunciar el nombre de Alexa; al hacerlo, se le removía todos los sentimientos.

Después de eso, se metió al despacho e hizo varias llamadas. Entre ellas, solicitó un abogado.

—Qué hermosa ropa...

—¿Te gustan? —preguntó Carlota.

—Sí, señora... —respondió Gina con emoción, adivinando lo que venía después.

—Entonces, quédatela.

—¿En serio? ¿Me las regalas todas? Pero son de esa muerta de hambre —resopló Gina con odio.

—Nada es de esa malnacida. Ahora son tuyas.

Alexa llegó al hospital, recibió la cuenta que había que pagar y sintió un dolor en el estómago. No sabía de dónde iba a sacar el dinero para pagar los dos días que iban a tener a su padre en ese hospital. Una llamada le sacó de su confort.

—¿Señorita Ruiz?

—Sí, ella habla.

—Le llamo de la universidad. Quería informarle que el pago de la universidad ha sido abonado por completo. Hemos recibido la transferencia.

—Pero... yo... yo no he pagado nada.

—Era eso lo que tenía que informarle.

En la oficina, Antón suspiraba al recordar los momentos felices que vivió junto a Alexa. Aunque hayan sido solo fingidos, él los recordaba como algo inolvidable; jamás antes vividos.

—Señor.

—Dime, Damm.

—La universidad está pagada.

—Gracias.

Cuando el hombre estaba por marcharse, volvió a detenerlo—. A, otra cosa. Hazte cargo de la investigación del señor Durant. Estaré ocupado en otro asunto.

—Sí, señor.

—Le das toda la información una vez que el investigador te la entregue.

—Bueno, señor.

—¿Cómo se fue ella? ¿Le diste para el taxi? —suspiró mientras se reprochaba el preocuparse por ella, aún después de todo.

—No quiso; se fue en autobús.

—¿Le viste subir?

—Sí. Aún lloraba cuando lo hizo.

—Es todo por hoy —rugió al sentir su corazón latir con debilidad.

Seguido después, Carlota entró. Antón alzó la mano para que se detuviera y no hablara por la llamada que acababa de contestar.

—Señor Durant, ¿qué novedades me tiene?

—Antón, los resultados están listos.

—¿Qué salió? ¿Ya sabe por qué mi padre no puede recuperarse? —indagó al girarse.

Carlota se puso pálida; con su mano se sostuvo del escritorio para no caer desmayada frente a su hijo.

—Deberíamos vernos. Lo que tengo que decirte es muy importante y considero que debe ser personalmente.

—Está bien. Nos vemos en una hora.

La mujer tragó grueso y sonrió al ver a su hijo cortar.

—¿Qué te dijo? —indagó con temor.

—Ya le hizo los exámenes a papá.

—¿Y? —la mirada de Antón era acusadora.

—¿Por qué no le hiciste los exámenes apenas lo cambiaste?

—Sí, lo hicimos.

—¿Tú y quién?

—Mario.

—Nunca entregaron los exámenes al señor Durant.

Se levantó para marcharse y su madre preguntó.

—¿Dónde vas?

—Iré a ver al señor Durant. Tiene algo importante que decirme.

Carlota quiso detenerlo y siguió tras de él. Una vez que llegó a la sala, se detuvo, cuando vio a Mikel ahí.

—¿Qué quieres? —rugió Antón.

—Hablar. No comprendo qué te he hecho.

—¿A no sabes qué hiciste?

—No —gruñó Mikel frente a su amigo.

—Te vi en la universidad tomado de la mano de ella. Dime, Mikel, ¿desde cuándo te gusta Alexa?

—Si solo dejaras explicar por qué lo hice, creo que entenderías.

—No me interesa escucharte.

Arregló su traje y salió.

—Lloró toda la noche en el hospital, ¿lo sabías?

Antón se detuvo y suspiró al recordar la foto que encontró en el mensaje.

—Y llorará más cuando su padre vaya a prisión —rugió Antón.

—¿De qué estás hablando?

—Que hoy Axel Ruiz pagará por todo lo que hizo en el pasado.

Dicho eso se alejó de la sala dejando a su amigo en Shock

Frente al Centro de manicomios Camilo Durant salía para abordar su auto, de repente al cruzar la calle, un auto lo elevó dejándole inconsciente, Antón le esperó y nunca llegó, llamó varias veces al móvil, pero, no contestó, decidió Marcharse por qué no quería esperar ningún minuto más y refundir a Axel en prisión.